Por Francisco Ortiz Pinchetti
Justo a 18 meses del inicio oficial de la pandemia de la COVID-19 en nuestro país, el 23 de septiembre de 2020, el Gobierno de México descalifica aún el uso del cubrebocas como instrumento de prevención.
Eso sí, en concordancia evidente con la postura irreductible del Presidente Andrés Manuel López Obrador, que tercamente se ha negado a utilizar la mascarilla aun en reuniones y en eventos públicos, salvo cuando es obligado por ley a portarlo, como ocurre al abordar vuelos comerciales.
Nada lo ha hecho modificar esa conducta. A pesar de los 3 millones 608 mil 976 contagios y 274 mil 139 muertos que según sus propias cifras oficiales ha ocasionado el virus y que según estimaciones internacionales podría multiplicarse por tres en la realidad.
Aunque un estudio de la Universidad de California y de la Universidad Johns Hopkins –donde el Subsecretario encargado de la pandemia Hugo López-Gatell realizó su doctorado–, sugiera que las mascarillas también pueden tener otro efecto: el de reducir los síntomas de COVID-19 en caso de contagio.
“Las mascarillas, que filtran la mayoría de las partículas virales, pueden provocar una infección menos grave si contrae una”, dijo Mónica Ghandi, la doctora que lideró el estudio y especialista en enfermedades infecciosas.
No obstante esas y otras muchas evidencias, así como las reiteradas recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud (OMS) al respecto (contenidas en su página oficial en español), en el sitio del Gobierno de México coronavirus.gob.mx no hay ninguna recomendación sobre el uso del cubrebocas.
Por el contrario, se asegura que no es eficaz como medio de prevención. En una sección dedicada a responder preguntas importantes sobre el coronavirus y la pandemia, hay una que específicamente se refiere al utensilio:
“¿Los cubrebocas me protegen del contagio?”, pone.
La respuesta es contundente:
“No”.
Y añade: “Solamente nos protegen de las pequeñas gotas de saliva que las demás personas expulsan al hablar, pero como no cubren los ojos, el virus puede entrar por ahí también. Si compramos demasiados cubrebocas podemos provocar que después no haya para las doctoras y doctores y personal de enfermería que sí los necesitan porque están en contacto directo con personas enfermas”. (sic).
Fuera de esa pregunta y su respuesta, no existe alguna mención a la mascarilla en la lista de recomendaciones de protección ni en las guías especializadas al respecto. Ni siquiera en el instructivo para el personal médicos se recomienda su uso, salvo en la atención directa con pacientes afectados. “Usar cubreboca únicamente si atienden a pacientes con infección respiratoria, tapando boca y nariz completamente. En caso de ser posible, utilizar lentes para proteger los ojos”. Punto.
En cambio, se insiste como en los inicios de la pandemia en el lavado de manos, sobre el cual hay no solo reiterados llamados, sino inclusive videos animados en los que se especifica paso a paso la manera adecuada de hacerlo. También están por supuesto la “sana distancia”, el “quédate en casa”.
A la pregunta específica “¿Qué puedo hacer para no enfermarme de COVID-19?”, se responde (sic): “Lavar nuestras manos muy bien varias veces al día permite eliminar al virus, evitar tocarnos los ojos, la nariz y la boca; quedarnos en casa siempre que podamos; mantenerla limpia y desinfectar las superficies y las cosas que más tocamos; mantener siempre una ‘sana distancia’ con las otras personas. Y hasta se precisas que la sana distancia “es el espacio que tenemos alrededor de nuestro cuerpo cuando extendemos los brazos”.
Hay también secciones especializadas referidas a adultos mayores, niños, personas con discapacidades, mitos sobre la COVID-19, estadísticas oficiales, etcétera. En ninguna de ellas aparece tampoco el uso del cubrebocas. Como para evitar contradecir al patrón.
En contraste, la OMS enfatiza en su portal: “Las mascarillas son esenciales para eliminar la transmisión y salvar vidas”. Válgame.
DE LA LIBRE-TA
VENDETTA. Ni siquiera la óptica de los más radicales morenistas parece razonable la vendetta ejercida por el Gobierno de Claudia Sheinbaum Pardo contra los alcaldes electos de oposición, luego de su derrota en nueve demarcaciones capitalinas en las elecciones de 6 de junio. Retrasar la transición, hacer despilfarros de última hora y dejar endeudadas a las administraciones entorpece en efecto el arranque de los nuevos alcaldes, pero afecta sobre todo a los ciudadanos. Y ellos, ya se vio, saben cobrar los agravios.
@fopinchetti