Hoy es primero de mayo, conmemoración de la lucha obrera por vida y salarios dignos. En este día, en 1886, 200 mil trabajadores estadounidenses se declararon en huelga exigiendo un trato más justo y jornadas de ocho horas. La represión fue brutal.
La frase del Génesis, “ganarás el pan con el sudor de la frente”, con frecuencia se considera un castigo, pero es más válido interpretarla en sentido de que la persona necesita el esfuerzo y trabajo para adueñarse del mundo y de sí misma. Trabajar es el modo que tenemos para hacernos y completarnos. El problema es que para muchos ha devenido castigo y expoliación.
En lo personal he sido un privilegiado: Casi siempre tuve empleos a los que hallaba sentido, individual y social. Estoy por completar medio siglo de mi primer salario, y puedo afirmar que siempre he disfrutado trabajar. Por decisión propia he combinado la docencia con la investigación social y la escritura.
La experiencia ha sido gratificante, buena oportunidad para crecer humanamente, y con una paga, la mayor parte de las veces, digna.
Hace casi cinco décadas, al terminar la licenciatura en Filosofía, varios compañeros decidimos trabajar en educación popular, en una invasión al Sur de la Ciudad de México. Para establecernos ahí, y acompañar a la gente, necesitábamos un espacio para usar como base para el trabajo educativo. Invadimos un solar y pasé dos meses cuidando ese lote al igual que otros 200 mil mexicanos, en lo que en ese tiempo era un pedregal deshabitado. La posesión daba la propiedad: No podíamos abandonar el espacio. Ahí estábamos un compañero y yo, curiosamente ambos egresados del Colegio Regis de Hermosillo, turnándonos para ir a comer o a los baños que nos prestaban en una parroquia a unas 15 cuadras del lote. Hubo algunas amenazas, mucha incomodidad y eventualmente construimos una vivienda y un centro educativo. Algo hicimos; pero me consta que aprendí mucho más de lo que pude dar…
Tras un poco más de un año, me ofrecieron iniciar una experiencia similar en el Valle del Mezquital, en Hidalgo. Siempre me incliné más por el trabajo con campesinos, así que fui gustoso. Más de dos años pasé en Tlahuelilpan, intentando dilucidar cómo lograr desarrollo y conciencia entre aquellos lugareños que muy pronto fueron amigos. De nuevo, mucho aproveché y crecí en ese contacto amable con los hidalguenses. Salí de ahí convencido de la necesidad de más y mejor formación; aproveché una invitación para formar parte del Centro de Servicio Social de la Universidad Iberoamericana, que me permitiría estudiar una maestría a medio tiempo, con una beca para el personal. Por un lustro combiné el trabajo con alumnos en el Valle de Toluca, en labores de organización y educación, con el estudio de la Antropología. Al terminar entré de lleno al trabajo académico.
Investigar en campo es un trabajo paciente: Por décadas pasé meses en pueblos y villas por todo el País. Me levantaba temprano para visitar milpas o potreros, observar el trabajo campesino, platicar libreta en mano sobre su quehacer, sus historias de vida, sus fiestas, usos y costumbres, para luego dedicar unas horas en las tardes a pasar en limpio los apuntes con ayuda de una Olivetti portátil. Fue arduo pero disfrutable…
Luego seguía el tiempo de análisis y redacción, para escribir reportes que devinieron libros, o artículos en revistas especializadas.
Esa chamba me llevó conocer gran parte de la República: Durante unos 25 años viví y trabajé en pueblos de Chiapas, en la huasteca veracruzana, en la zona desértica de Zacatecas y Coahuila, el Bolsón de Mapimí y la Zona del Silencio; recorrí minuciosamente la península de Yucatán, todos los estados del Golfo de México y también los Altos de Jalisco. Y al final Sonora, la he conocido a profundidad. Ha implicado esfuerzo, ha resultado divertido y, lo mejor: Casi todo el tiempo en excelente y cariñosa compañía… Han sido retos y trabajos estimulantes: Lo agradezco…