Por Francisco Ortiz Pinchetti
— La cancelación infame del proyecto del Nuevo Aeropuerto de la Ciudad de México (NAICM) en Texcoco y su sustitución por una improvisada adaptación de un aeródromo militar en Santa Lucía empieza a tener consecuencias tangibles. Son apenas las primeras. Muy probablemente también las menos graves.
Desde hace un par de semanas, los habitantes de numerosas colonias del poniente y sur de la capital hemos empezado a padecer el ruido insoportable producido por los aviones que cruzan el espacio aéreo del Valle de México.
Y cuando digo insoportables es porque lo es, dada la poca altura de las aeronaves y la frecuencia de las operaciones. En las horas pico, por ejemplo entre 18 y 20 horas, esa frecuencia se reduce al mínimo tolerable por la norma, que es de 90 segundos: cada minuto y medio un pajarraco de acero atraviesa sobre mi cabeza y hace cimbrarse hasta los vidrios de las ventanas.
Y eso ocurre a cualquier hora del día, de la noche o de la madrugada. Entre cinco y seis de la mañana, por ejemplo, padecemos por su estruendo el arribo consecutivo de aviones de gran capacidad como el DC10, procedentes de Europa, en vuelos transcontinentales. Uno tras otro. Uno tras otro.
O sea, son mentirosas las explicaciones que nos dan las autoridades aeroportuarias en el sentido de que las naves atraviesan esta parte de la ciudad a una altura de más de nueve mil pies, lo que hace que su ruido sea “imperceptible” (sic). Estudiosos del tema, no yo, aseguran que con la actual configuración, el área urbana afectada pasó de 68.4 kilómetros cuadrados a 113, lo que significa que cuando menos un millón 200 mil capitalinos más seamos víctimas, de día y de noche, del tráfico aéreo metropolitano.
Otra mentira es el presumir que el cambio obedece a una modernización del sistema de operación y control del tráfico aéreo, como quiso aparentar Servicios a la Navegación en el Espacio Aéreo Mexicano (Seneam). Eso es falso: lo que estamos padeciendo es un “rediseño” del espacio aéreo metropolitano, obligado por la futura entrada en operación del aeródromo de Santa Lucía. No lo digo yo: lo prueban los expertos y lo reconocen parcialmente algunas autoridades aeroportuarias federales.
A partir de las quejas vecinales, la Secretaría de Comunicaciones y Transportes confirmó que a partir del pasado 25 de marzo se inició la primera etapa del rediseño del espacio aéreo de la zona metropolitana, lo que implica cambios en las rutas de descenso y aterrizaje de las aeronaves.
Explicó la dependencia que esta primera fase permitirá la operación simultánea del AICM y el aeropuerto de Toluca, en tanto una segunda fase se implementará a partir de la inauguración del nuevo aeropuerto “Felipe Ángeles” en Santa Lucía, prevista para marzo de 2022. Esa es la verdadera causa.
Lo más grave, sin embargo, es que la operación simultánea de los tres aeropuertos metropolitanos es una absoluta quimera. Amigos controladores aéreos con los que he platicado me aseguran que es prácticamente imposible que esos aeropuertos puedan operar óptimamente de manera simultánea. Eso está por verse, pero según quienes se dedican al control de las operaciones aeronáuticas dicen que desde ahora puede afirmarse que será francamente imposible.
Por lo demás, están pendientes autorizaciones internacionales para la operación de las tres terminales, que nunca han sido otorgadas, y la aceptación de las compañías aéreas y los gremios de pilotos aviadores, que pudieran vetar a nuestro nuevo sistema aeroportuario por inoperante y peligroso. Esto, independientemente de las graves deficiencias en cuanto a conectividad entre las terminales aéreas, que pudiera también ser sancionado por las empresas internacionales.
Y todo eso se soslaya, se oculta.
Como se oculta, o trata de negarse el daño físico y emocional que causa el aumento del ruido producido por las aviones, superior a 61 o más decibeles en la nueva zona urbana afectada, con 45 kilómetros cuadrados adicionales, según una medición realizada por Pablo Ortiz Haro, un consultor independiente especializado en ingeniería del transporte. Explicó que luego de que Seneam introdujera los cambios al espacio aéreo, el área con un nivel de ruido entre los 61 y 64 decibeles incrementó 129.6 por ciento, al pasar de 27.7 kilómetros cuadrados a 63.6.
Los efectos de esta afectación en la salud del ser humano son obvios. Y no sólo referidos a daños auditivos, sino al estrés y la tensión que provocan, además de serias afectaciones al sueño. Jimena de Gortari, investigadora de la Universidad Iberoamericana, lo resumió así: “los efectos de la salud son muy graves, porque no solo afecta la capacidad auditiva, sino también a temas cardíacos”.
Todo esto, se aclara, cuando el actual AICM está funcionando con sólo el 50 por ciento de sus operaciones habituales, debido a la pandemia. Hay que imaginar lo que puede pasar cuando vuelva al cien y además entre en servicio el aeródromo de Santa Lucía. Válgame.
DE LA LIBRE-TA
¿Y LA NO VACUNA? Lejos de tener una explicación coherente sobre lo ocurrido en el caso de la enfermera que aplicó una no vacuna a una persona de la tercera edad, el tema se desvío de tal manera que nos remontaron a un asunto policiaco de hace 16 años, supuestamente con la intención de demostrar cómo los medios recurren a montajes para perjudicar al Gobierno de la autollamada 4T. Sirvió también para denostar de nuevo a un informador incómodo para el Presidente, pero sobre todo para distraer la atención pública del tema que preocupaba. El que se “aplique” una inyección sin solución antígena, evidentemente de forma premeditada: no sólo no se cargó la jeringa, sino que ni siquiera se empujó el émbolo al clavar la aguja en el brazo izquierdo del supuesto vacunado. La cosa es bien grave. ¿Y?
@fopinchetti