De las palmas a las cruces

Por Lilia Cisneros Luján

— En solo el transcurso de una semana, una multitud que tenía en común el ser hebrea y congregarse en Jerusalén para la celebración de la Pascua, participó en dos formas de expresión antitética. La euforia del primer día de la semana –domingo– no podía explicar el grado de emoción de quienes vitoreaban a Jesús de Nazaret, a su paso montando una asna, gritando “Hosanna al hijo de David” colocándole palmas y tapetes. En los relatos históricos y bíblicos, hay una coincidencia: no todos le conocían, algunos le aplaudían, pero al mismo tiempo preguntan ¿y quién es este? Al igual que ocurre con el miedo y la esperanza, hay ambigüedad en las manifestaciones anímicas colectivas, en las cuales hasta los más racionales suelen sucumbir al influjo de lo que domine a lo que hoy se llaman masas ¿Qué inquietudes permanentes existen en las mujeres que con gran facilidad se congregan para pedir “ni una muerta más”? ¿Cuál es el resorte que les hace pasar del miedo a ser la siguiente víctima de un acto violento, a la ira que le impulsa a destruir, dañar y casi matar?[1]

El fenómeno es tan antiguo como la humanidad misma. ¿Cuántos de los que aplaudían a un Jesús hostigado por la estructura formal de la iglesia de su época, sabían en realidad porqué predicaba, cuál era su esencia y qué había hecho los últimos tres años de su vida? Lo cierto es que un buen número de tales “porristas”, seguramente le vieron entrar la templo, tirar las mesas del comercio y las bancas de intercambio de dinero, preguntando porqué habían convertido la casa de su padre en mercado. ¿Se horrorizaron muchos de esta reacción humanamente colérica? ¿Entendía la mayoría la diferencia entre comercio y casa de oración? ¿Reflexionaron en los aplausos del inicio de su camino desde la orilla de la ciudad hasta el templo? ¿Se enojaron algunos?

La biblia no nos da detalles de este tipo de reacciones, únicamente nos relata que se acercaron a él, sobre todo enfermos, gente azotada en su cuerpo sin muchas posibilidades de sanar, ciegos y cojos que fueron curados por Jesús de Nazaret, antes de tener una breve discusión con los sacerdotes quienes le reclamaban indignados cuestionado los motivos por los que jóvenes y niños le alababan. ¿Estaban tristes los achacosos? ¿Se tornó su tristeza en euforia luego de que caminaron y vieron? ¿Se convirtieron en seguidores del Cristo o simplemente siguieron con su vida contentos por haber sido beneficiados de su generosidad y amor?

Las oscilaciones, entre la ira y la esperanza, ha sido desde siempre una herramienta eficaz para algunos gobiernos, que prefieren controlar a su pueblo antes que servirles. Analistas políticos, que han evaluado la “repentina” caída de dirigentes –Nerón o Calígula– que lograron mantener el péndulo de las emociones populares en el ámbito de la esperanza, sin capacidad suficiente –de ellos mismo o sus colaboradores- de mirar el miedo oculto tras las manifestaciones de hartazgo o los elogios no siempre justificados a su desempeño. Las masas –sobre todo en el último siglo– parecen fluctuar de manera incesante, lo cual es un impedimento para una gobernanza estable, sobre todo en el capitalismo actual muy similar a una sociedad de espectáculos donde todo –y la política no es la excepción– termina convertido en mercancía.

Las campañas, consideradas un logro de la democracia, son simple y llanamente eso: festivales que divierten y entretienen, y lo más valioso es que hacen sentir al ciudadano, no como un votante sino como partícipe, aunque sea en calidad de extra o doble. Visto de esa manera, se alivia la culpa por recibir un obsequio, sea al desayudo del día de las votaciones, un dinero por el voto dirigido o algún otro pago que produce euforia en una realidad segmentada de las emociones y dando lugar al control por la euforia o a la ira

La sociedad que unas horas después de la entrada triunfal y luego de celebrar la Pascua, gritó frente a Pilatos “crucifícale”, ¿fueron pagados por alguien o simplemente le dijeron al oído que ese personaje era un mentiroso, que era falso que fuera el hijo de Dios y muchos menos que fuera a resucitar? Hoy no hay imperio Romano que agreda a los mexicanos, aunque si mucha comunicación en contra de quienes habían sido líderes confiables ¿Eso produce esperanza permanente en la ciudadanía o más bien hace crecer la ira en contra de los que ya no están? Los más fácilmente maleables con este tipo de discurso, son los carentes de identidad –por motivos de raza, ideología, clase social, sexo o dinero– cuya ira, puede convertirse en euforia, si quien dirige el espectáculo sabe cómo hacerlo. Aunque está comprobado que no siempre el dinero es un buen trasmisor de identidad, el que lo posee o desea tenerlo abriga sensaciones de seguridad y tranquilidad, contrariamente a la nada del que carece de este elemento al cual se le ha dado calidad casi divina. Migrantes, pobres, explotados, son el objetivo de conductores de masas, capaces de pedir la crucifixión de un individuo al que pocos días antes había sido de toda su confianza.

Convertirse en el villano de la película –la telenovela, o las redes– significa ser el enemigo a vencer por las masas cuyo odio se convierte en ira, la cual será manejable mientras una piscacha de esperanza pueda otorgarse a quienes en su furia sean capaces de odiar al prójimo al grado de poderle matar. Ojalá que el próximo fin de semana, más allá de los miles de esquizofrénicos y oligofrénicos que desean convertirnos en miserables por la magia de la austeridad; seamos capaces de creer más allá de la simple imaginación poniendo en juego nuestra racionalidad, en la verdadera oferta de una vida eterna, por la simple y sencilla razón de que alguien que nos amó divinamente vino simplemente a pagar nuestra deuda.


[1] Recordar como una manifestante, empapó de gasolina a un hombre y luego le prendió fuego a plena luz del día y a unos pasos del zócalo de la ciudad

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