Por Jesús Chávez Marín
— II. Al abrirse el telón:
―¿A qué hora llegaste, querida, no te oí entrar?
―Llevo como dos horas nomás mirando cómo le picas rico a la computadora, mi vida.
―Ay, es que el otro día, después del estreno de Relicario de la Rosario, ¿te acuerdas?, nos fuimos a casa de Luis David y estuvimos pisteando hasta las cinco de la mañana. Cuando llegué a la casa traía volado el sueño y se me ocurrió ponerme a escribir. Y no sé qué maldita tecla aplasté: aparecieron en el monitor unos signos loquísimos, de todos colores; se me borraron 18 escenas de mi más ambicioso drama, el que en estos meses había estado creando.
―¡Ay güey! Que mala onda, querido.
―Imagínate, qué pendejo, venir con un borrachazo a borrar toditito. Ahora tendré que reescribirlo todo.
―Bueno, mi amor, no nada más tú tienes la culpa. Es que también a las chingadas computadoras les dan lagunas mentales, como a nosotros, se les borra el diskette, les llegan los humazos, ¿no crees?
Agosto 1991