“Estoy harto”

Por Lilia Cisneros Luján

— En un contexto de repunte de la epidemia, donde el nuevo presidente de los Estados Unidos advierte que las cosas se van a poner peor, los países de Europa endurecen las medidas de confinamiento y el presidente de México parece repetir el acto de contagio del señor Trump, justo cuando su popularidad iniciaba el declive; un joven expresó a su familia, la molestia por tales restricciones, hartazgo que se sumó a los de los desempleados de América Latina, que no saben que harán para llevar alimentos a su hogar o ciudadanos de la ciudad de México para pagar el impuesto predial y servicios como el agua, la luz y el gas. ¿Cuántos conoce que están hartos de llevar una mascarilla, al tiempo que se entera de fiestas clandestinas en azoteas y patios de personas que se supone ya están vacunadas? ¿Por qué esos jóvenes fiesteros tienen un ingreso de poco más de diez mil pesos mensuales, solo por llamarle telefónicamente para confirmar sus datos y decirles la fecha en que le toca vacunarse?

La próxima semana, la asamblea nacional francesa iniciará el examen del “Proyecto de Ley de consolidación del respeto a los principios de la República” que entre otras cosas –dicen algunos diputados, residentes en el extranjero como es el caso de Alemania- debe regular acciones separatistas hoy en boga, algunas de ellas derivadas de aspectos religiosos como los que han afectado a esa nación por ataques islamitas -317 muertes en 71 ataques desde finales de los 70- y en general toda suerte de discurso extremista, como es la interpretación exagerada de la libertad de expresión que ha dado lugar al odio sobre todo en las redes sociales. ¿Se han percatado de posturas radicales avanzando como el salitre en ámbitos deportivos, culturales y de base comunitaria?  ¿De dónde salen y que buscan los que niegan la igualdad jurídica entre hombres y mujeres, condenan el aborto como si se tratara de un delito y promueven educación estatal y no familiar para los hijos? ¿Quién determina que es un discurso de odio? ¿estaremos en México ante la resurrección del delito de disolución social? ¿Serán los medios los futuros jueces frente a una espiral de aversión o encono por aquel que no piensa como uno?

Lo que parece estarse fraguando a nivel mundial es la supremacía de ideologías fundamentalistas ¿quién ganará? y por ello se busca el control de toda clase de asociaciones, la “transparencia” de todas las religiones y el fortalecimiento de grupos vinculados con el poder estatal, aunque ello implique el fin de la educación familiar o la desaparición de órganos autónomos. ¿Estaba eso en mente de las democracias previas a la segunda guerra mundial? Con los actuales avances de la tecnología y ante la posibilidad de permitir e identificar a una persona a quien alguien desea eliminar, conductas como la decapitación de un profesor francés del otro extremo del atlántico, secuestros y homicidios de todo tipo en México ¿se generalizará el delito de “poner en peligro la vida de algunas personas” con prisión y multa para quienes esto hagan? En el caso que tal legislación ocurra en Francia, ¿podrán tales regulaciones jurídicas alcanzar a las víctimas o los delincuentes de dicha nacionalidad en el extranjero?

Jóvenes y ciudadanos de todo el mundo empiezan a expresar su hartazgo en esta era, llamada por algunos de la pos-verdad y que en la práctica cotidiana se asemeja a épocas de oscuridad como la que confrontaba diversas fuerzas del catolicismo, que acusaba de brujería a quienes no se apegaban a los pensamientos mayoritarios y excomulgaba a los renuentes a aceptar los dogmas de la época. ¿serán esas regresiones las que mueven a grupos de protestantes en la unión americana en contra del actual presidente? ¿En que se parecen los fascismos europeos del siglo pasado o los corporativismos latinoamericanos -cardenista y otros en el sur de nuestra nación- a la democracia atenea? ¿Cuántos laicismos en el mundo surgieron como resultado de luchas en contra de las iglesias?

Para quienes provenimos de una base social limitada –económica y socialmente- de los años 40 y 50 que logramos concluir carreras universitarias, adquirir mediante hipotecas una propiedad y ser reconocidos profesionalmente, tolerar en silencio que se nos persiga llamándonos fifís, conservadores y hasta sospechosos de delincuencia; ha llegado a la realidad del hartazgo de ese joven que bien puede ser hijo, sobrino o nieto de cualquiera de nosotros y que no merece ser descalificado, menospreciado o señalado solo por aspirar al éxito. ¿Qué mal realizamos por lograr un título tal vez con mención honorífica luego de trabajar y estudiar durante más de una década? ¿Por qué debemos dejar de dormir tranquilamente ante la posibilidad de que nuestros bienes sean expropiados? ¿Qué pena deben pagar nuestros descendientes al imponérseles impuestos impagables por el hecho de ser nuestros herederos? Lo menos que merece cualquier ciudadano esforzado es el reconocimiento, negárselo es un acto de injusticia para él y su familia. ¿Cuál es el destino de quienes por ausencia de una atención de salud adecuada no solo murió sino dejó en la inopia a esposa e hijos? ¿Tienen derecho estas víctimas de gobiernos incompetentes a declarase hartos?

Quienes siguen como manadas de borregos a mediocres dispuestos a borrar órganos autónomos que no solo sirven de contrapeso a quienes no alcanzan a comprender lo que es una auténtica democracia, sino que ignoran que tales órganos son a final de cuentas conquista o triunfos ciudadanos, tenemos el derecho de estar hastiados, decepcionados al final de nuestra vida por el poco respeto que alguien con poder tiene por nuestras luchas, logros y resultados. ¿Los legisladores comprenden la gravedad de acabar con esta gran nación y sus instituciones incluidos sus órganos autónomos? No deseamos seguir atiborrados de mentiras, propaganda pueblerina y ofensas que la gran mayoría no merecemos. Si usted también está harto manifiéstelo y actúe con inteligencia en la próxima vez que le toque ir a las urnas.

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