Por Ernesto Camou Healy
— El día de los Reyes Magos tuvo lugar un circo siniestro en la capital de los Estados Unidos. Ese día el Congreso norteamericano se reunió para aceptar el conteo oficial de los votos electorales y declarar triunfador a Joe Biden. Era una ocasión ceremonial, que reconocía desde las legislaturas al triunfador y debería fluir hacia la toma de posesión del mandatario electo el próximo 20 de enero. Pero no fue así…
El Donald se pasó las últimas semanas exhortando a sus seguidores a realizar una manifestación en Washington para protestar ante el Congreso reunido, por el “fraude” que estaba culminando. Incluso llamó a la violencia al afirmar que su putativa victoria debería defenderse por la fuerza. Tal retórica atrajo a miles de simpatizantes que se presentaron dispuestos a interrumpir la sesión de los congresistas con el objetivo de que no se ratificara a Joe Biden como presidente electo y conseguir que se reconociera “la victoria” del Trump.
Y llegaron hasta el Capitolio hordas de norteamericanos engañados por el ocupante de la Casa Blanca, para tratar de descarrilar la culminación de una elección que su líder considera tramposa, y a la que no ha dejado de denostar con mentiras y triquiñuelas que parecen inspiradas en la peor tradición del fascismo. Y muchos llegaron armados, que portar públicamente un arma es todavía un derecho en aquella nación de vaqueros jolivudenses: La receta de un desastre, político y humano, que se vino preparando desde que los irresponsables miembros del partido republicano se avinieron a que fuera Trump su candidato.
Y la chusma invadió el Capitolio, causó destrozos, amagó a los legisladores y al vicepresidente Pence, que tuvieron que ser evacuados; rompió vidrios, puertas y barreras y provocó una muerte por disparo, y otras tres, dicen, por emergencias de salud no resueltas. Y su líder, orgulloso, les llamó “patriotas”.
Un espectáculo decadente y bárbaro en el que afloró la intolerancia y el oscurantismo de una porción de los estadounidenses que logran medio disimular no sin esfuerzo en su vida cotidiana, pero que transpira con frecuencia en su trato con cualquiera que sea diferente, ya sea por color de la piel, lenguaje, incluso acento al hablar: Trump atizó esa veta de racismo y de frustración para sus objetivos de poder. Durante su mandato se multiplicaron los ataques fanáticos y el hostigamiento contra los que no se parecen a la ya casi minoría blanca de aquel lado. El mismo Presidente no escatimó observaciones plenas de odio contra quienes considera no conformes con su fantasía de una nación de supremacistas blancos.
Uno se pregunta qué fue lo que el monigote anaranjado pretendía lograr al incitar el odio y la violencia: ¿Dar un vuelco a la elección que perdió? ¿forzar al Congreso para que retrasara la toma de posesión del Presidente electo? ¿robustecer a la muchedumbre salvaje que lo apoya? ¿ganar adeptos para futuras campañas?
Para empezar, su juego violento le restó apoyos incluso en republicanos que hasta hace poco decían secundarlo; muchos funcionarios están renunciando o anunciando su dimisión. Son muchos los ciudadanos decentes que solicitan su remoción, extremo que sería posible si se invoca una enmienda constitucional que permitiría al vicepresidente y el gabinete dar fe de su incapacidad para gobernar. Solución muy difícil pues declararlo loco no es tan cómodo, por más que él mismo se esfuerce por demostrarlo; y poco se avendría la clase política a un escándalo tal: Preferirán intentar controlarlo en los doce días restantes.
Por lo pronto, y para lograr mayor eficacia, habría que convocar un comité de místicos norteamericanos que exorcice al orate de la Casa Blanca: Que le den friegas con agua bendita, lo sahumen con incienso y copal, que invoquen el “vade retro satanás” y lo dejen mansito como pollito remojado. Y si eso no funciona será conveniente mandar algunos connacionales que invoquen el ancestral y muy poderoso conjuro que dice: “¡Achíscate diablo panzón…!”
Ernesto Camou Healy es doctor en Ciencias Sociales, maestro en Antropología Social y licenciado en Filosofía; investigador del CIAD, A.C. de Hermosillo. Correo: e.camou47@gmail.com