Migrantes

Por Ernesto Camou Healy

La migración es, sin duda, un fenómeno permanente, una regularidad humana, una urgencia vital en buena parte de los casos, un imperativo genético que suele ser un auxilio eficaz para evitar la cruza consanguínea y, sobre todo, una forma de enriquecer y otorgar diversidad, biológica y cultural, a grupos humanos que siempre son revitalizados por el arribo de fuereños.

Es un lugar común decir que todos somos migrantes; suele expresarse para tratar de establecer lazos y corresponsabilidades, mover a la compasión hacia quien parece distinto, extraño, sospechoso inclusive. Parece un cliché pero es verdad: si bien tenemos raíces en un terruño ancestral, la semilla, más volátil, nos remite a una historia no demasiado lejana en que nuestro clan, familia o apelativo era un advenedizo, un peregrino o intruso; un invasor quizá, o un extraño con suerte que movió a simpatía a los aborígenes; alguien que no parecía una amenaza al usar recursos relativamente abundantes, y comportarse con prudencia en el trato a quienes le precedían en una comarca, para ellos extraña.

La historia se hizo de migraciones. Hace algunos miles de años una pequeña banda de caminantes, hombres, mujeres y niños, con perros, chivas y corderos salió de las goteras de la Mesopotamia a buscar mejores horizontes al sur. Los guiaba un hombre que soñaba con una tierra feraz y promisoria donde establecerse con su tribu y legar a sus descendientes una heredad apta para vivir y prosperar. Abraham se llamaba y su simiente está a la base de las tres más grandes convicciones religiosas de este mundo convulso con el que ahora lidiamos. Es un antepasado común, un desplazado más, que prosperó y concedió historia y tradición a millones que con frecuencia se olvidan de su comunidad primigenia y reniegan de su legado, para hostigarse unos a otros…

Los primeros americanos, los mexicanos originarios, llegaron del norte: la migración prototípica, la primera en una historia que despuntaba, partió de África y fue subiendo durante milenios hasta ocupar el medio oriente actual, y desplazarse, unos a una Europa que estaba virgen, y otros al oriente, caminando durante miles de años, generación tras generación, buscando buena caza y productos de recolección, hasta que arribaron, una caravana dispersa y múltiple, al extremo de dos continentes, lo cruzaron y se dispersaron desde Alaska hasta el cono sur. Nuestros O’odham, Yoreme, Concaac, Nahuas, Mayas, Incas o Mapuches eran fuereños hace miles de años. Buscaban sobrevivir y cierta seguridad para su estirpe; y en el intento conocieron a profundidad los nuevos territorios, plantas y animales; los domesticaron y transformaron; obsequiaron a la humanidad el maíz, el chile, la papa y el cacao, verduras, frutas y hierbas, y su conocimiento de animales e insectos comestibles y nutritivos.

A ellos se les unió, a veces a la fuerza, una nueva ola humana procedente del viejo mundo, a un espacio para ellos nuevo, pero ocupado desde antaño. Distintos migrantes, invasores en muchos sentidos; criollos o peninsulares, misioneros o colonos, viajeros que no rehuían trabajar, que trajeron nueva tecnología y distintos usos de la tierra: el ganado bovino, el trigo y una codicia por los metales preciosos… Entre todos, y con frecuencia de modos no armónicos, cambiaron comarcas y regiones, construyeron lo que ahora somos, nos legaron cultura, agricultura y culto; historia y futuro.

Ahora arriban caravanas y multitudes. Buscan mejores horizontes y no rehúyen a laborar, escapan de violencias y de injusticias; pretenden adentrarse en el territorio de quienes hace décadas los saquearon y abandonaron en miseria y desigualdad. Intentan cruzar a una tierra prometida hostil, liderada por un descendiente de abuelos migrantes, xenófobo y soez. No tienen buenas perspectivas; poseen esperanza y determinación. Algunos lo lograrán; muchos no superarán los obstáculos. Habrá quien permanezca aquí. No serán los primeros, y su contribución, a mediano plazo, enriquecerá nuestra historia y diversidad: a la larga estaremos mejor que quienes se cierran y pretenden permanecer impolutos…

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