Peje beisbolista

Por Francisco Ortiz Pinchetti

Era de esperarse que el pelotero de Macuspana tuviera entre sus planes de gobierno el rescate de su deporte favorito. Hace años, décadas, que los aficionados al beisbol esperamos medidas que reanimen al llamado Rey de los Deportes en nuestro país, abandonado a su suerte en muchas regiones donde antes tuvo enorme popularidad.

Sorprende sin embargo la alta prioridad con que aparece el beisbol en los planes del futuro Presidente de la República en materia deportiva. El propio Andrés Manuel López Obrador la ubicó como la tercera de las tres vertientes fundamentales que guiarán esa actividad durante su gobierno.

No hay que pensarlo mucho, escribió AMLO en su cuenta de Twitter. “El programa deportivo 2018-2024 tendrá tres vertientes: actividad física y deportiva, en todos lados, para la salud y el bienestar; de alto rendimiento para ganar muchas medallas; y el beisbol, escuelas y formación de prospectos para grandes ligas”.

El tabasqueño ha sido beisbolero toda su vida. Y no solo como espectador. Empezó a jugar de chamaco en un equipo llanero de Palenque, en Chiapas, que con el paso de los años derivó en un club más formal, Las Guacamayas, al que todavía oficialmente pertenece. Se ha destacado como pitcher y oportuno bateador, con promedio de por vida arriba de los .300, según presume.

Durante su gestión en la jefatura de Gobierno de la capital (2000-2005) inició la costumbre de jugar cada semana en los campos deportivos propiedad de la Alianza de Tranviarios de México, un sindicato que agrupa a los trabajadores de los ya casi desaparecidos transportes eléctricos, tranvías y trolebuses, de la Ciudad de México.

Hasta hace poco solía practicar ahí su deporte favorito con la franela del equipo Amigos, que él encabezaba. Alguna vez, hace cinco años, invitó a jugar en su equipo al entonces jefe de Gobierno del DF, el novato Miguel Ángel Mancera Espinosa, y también se aventó un duelo de picheo con José Antonio Meade Kuribreña, cuando era secretario de Hacienda, antes de que se convirtiera en su contrincante electoral.

Allá a principios de los 60 del siglo pasado, mera coincidencia, jugué beisbol con mis primos y unos amigos en una liga amateur juvenil que tenía por sede precisamente esos campos del Deportivo Tranviarios, allá por los rumbos de San Andrés Tetepilco, en la capitalina delegación de Iztapalapa. Cada viernes comprábamos La Afición para ver el número de campo en el que jugaríamos al día siguiente, el horario del encuentro y el nombre del equipo rival. Jugábamos en un buen campo empastado, con almohadillas, dogouts, equipo completo, manager y hasta ampáyer. Esa fue mi única experiencia en lo que podría llamarse beisbol medianamente organizado.

A pesar de la pasión de Andrés Manuel por el beis, no hay registro de algún apoyo gubernamental importante a ese deporte durante su gestión como jefe de Gobierno del Distrito Federal. Supe de su plan de construir un gran estadio en la Ciudad de México y de su ilusión de que nuestra capital contara algún día con un equipo en Ligas Mayores, al estilo de la canadiense ciudad de Toronto. Sin embargo, ni una ni otra cosa se hicieron nunca realidad. Se fue sin hit.

Por el contrario, durante esos años se inició la debacle que tiene en la lona al beisbol mexicano, con el cierre en el 2000 y la demolición en 2003 del inolvidable parque del Seguro Social de la colonia Piedad Narvarte. Los dos equipos capitalinos que tenían por casa ese escenario inaugurado en 1955, Tigres y Diablos Rojos del México, tuvieron que emigrar al Foro Sol de la Magdalena Mixhuca, con el consiguiente descenso del interés del público capitalino en su deporte. Los Tigres se mudaron luego a Puebla y después a Cancún, donde sobreviven luego de estar a punto de desaparecer hace dos años. Y los Diablos acabaron refugiados en el pequeño estadio “Fray Nano” de la Ciudad Deportiva.

Más que otra cosa, la decadencia del espectáculo de las manoplas y los bats, que no es un deporte fácil de entender ni de practicar, obedeció a los intereses mercantilistas de los dueños de los equipos y al desinterés de las empresas televisoras por promover, difundir y también comercializar tan apasionante deporte. Hay que reconocer como una excepción al empresario Alfredo Harp Helú, propietario de los Diablos Rojos que junto con Carlos Peralta intentó comprar en 60 millones de pesos el parque del IMSS para evitar su cierre y derribo y que habría estado en el fallido proyecto de López Obrador para construir un nuevo estadio en el DF. Se trata de un verdadero promotor que ama el Rey de los Deportes.

Por el contrario, Alejo Peralta, y luego su hijo Carlos, optó por la fabricación de peloteros para su exportación a los Estados Unidos en su escuela de beisbol de Pastejé, en el Estado de México, con lo cual desmantelaban una y otra vez su propio equipo (mi equipo, por cierto), Tigres de México, en aras de un jugoso negocio y en detrimento del espectáculo. Ellos no invirtieron nunca en la promoción beisbolera, porque su visión estaba limitada por los afanes monetarios.

La decisión de AMLO de convertir al beisbol en una prioridad de su política deportiva es por supuesto bienvenida. En lo personal, me alegra, hay que decirlo. Debiera ser así no sólo para quienes somos aficionados a ese juego sin igual, exacto y sin embargo siempre apasionante y sorprendente.

Está muy bien que se piense –y se actúe— en la formación de peloteros para las grandes ligas, que de por sí los tenemos, pero es menester apoyar al deporte amateur y dar al beisbol, como parece tener claro el Presidente electo, un lugar en la educación básica, en las escuelas primarias y secundarias, en las que el futbol se ha convertido prácticamente en única opción deportiva para niños y adolescentes. Veremos si el toletero de Macuspana, de turno al bat, es capaz de mandar la píldora más allá de la barda del jardín… izquierdo. Válgame.
@fopinchetti

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