Por Leonardo Boff
—El fascismo es una derivación extrema del fundamentalismo que tiene una larga tradición en casi todas las culturas. Samuel Huntington, en su discutida obra Choque de civilizaciones, denuncia a Occidente como uno de los más virulentos fundamentalistas. Occidente imagina que su cultura es la mejor del mundo, que tiene la mejor religión, la única verdadera, la mejor forma de gobierno, la democracia, la mejor tecnociencia, que ha cambiado la faz del planeta y que le ha conferido la capacidad de destruir a todos los seres humanos y parte de la biosfera con sus armas letales.
Conocemos el fundamentalismo islámico y otros, también el de grupos de la Iglesia Católica oficial, que aún creen que ella es la única y exclusiva Iglesia de Cristo, fuera de la cual no hay salvación. Tal visión errónea abre espacio a la satanización e incluso a la persecución de otras denominaciones cristianas y no cristianas. Gracias a Dios tenemos el Papa actual de la razonabilidad y del sentido común que invalida tales distorsiones.
Todo aquel que pretende ser portador exclusivo de la verdad está condenado a ser fundamentalista y a cerrarse sobre sí mismo, sin diálogo con el otro.
Aquí se pueden recordar las palabras del gran poeta español Antonio Machado: «La verdad. No tu verdad. Y ven conmigo a buscarla. La tuya, guárdatela». Si la buscamos juntos, será plena.
El fascismo nació y nace dentro de un determinado contexto de anomia, desorden social y crisis generalizada. Desaparecen las seguridades y las órdenes establecidas se debilitan. La sociedad y los individuos tienen dificultades para vivir en tal situación. Científicos sociales e historiadores como Eric Vögelin (Orden e Historia, 1950, reedición en 2001; L. Götz, Entstehung der Ordnung 1954, Peter Berger, Rumor de Ángeles: La sociedad moderna y el redescubrimiento de lo sobrenatural, 1973), mostraron que los seres humanos poseen una tendencia natural hacia el orden. Allí donde llegan crean pronto un orden y su hábitat. Cuando desaparece se usa comúnmente la violencia para imponer cierto orden sin el cual no se forma la cohesión social de la convivencia.
El nicho del fascismo encuentra su nacimiento en este desorden. Así al finalizar la Primera Guerra Mundial se generó un caos social, especialmente en Alemania e Italia. La salida fue la instauración de un sistema autoritario, de dominación, que monopolizó la representación política, mediante un único partido de masas, jerárquicamente organizado, enmarcando todas las instancias, la política, la economía y la cultura en una única dirección. Esto sólo fue posible mediante un jefe (el Fürher en Alemania, el Duce, en Italia) que organizó un Estado corporativista autoritario y de terror.
Como legitimación simbólica se cultivaban los mitos nacionales, los héroes del pasado y antiguas tradiciones, generalmente en un marco de grandes liturgias políticas, inculcando la idea de una regeneración nacional. Especialmente en Alemania los seguidores de Hitler se llenaron de la convicción de que la raza alemana blanca era “superior” a las demás, con el derecho de someter e incluso de eliminar a las inferiores.
La palabra fascismo fue usada por primera vez por Benito Mussolini en 1915 al crear el grupo “Fasci d’Azione Revolucionaria”. Fascismo se deriva de un haz (fasci) de varas, fuertemente amarradas, con un hacha al lado. Una vara puede ser quebrada, un haz, difícilmente. En 1922/23 fundó el Partido Nacional Fascista que perduró hasta su derrocamiento en 1945. En Alemania se estableció en 1933 con Adolfo Hitler, que al ser nombrado canciller creó el Nacionalsocialismo, el partido nazi que impuso al país una dura disciplina, vigilancia total y el terror de Estado.
El fascismo se presentó como anti-comunista, anticapitalista, como una corporación que supera las clases y crea una totalidad social cerrada. La vigilancia, la violencia directa, el terror y el exterminio de los opositores son características del fascismo histórico de Mussolini y de Hitler, y en el neo-fascismo la violencia también está presente.
El fascismo no ha desaparecido totalmente nunca, pues siempre hay grupos que, movidos por un arquetipo fundamental, buscan el orden de cualquier forma. Es el neofascismo actual. Hoy en Brasil hay una figura más hilarante que ideológica que propone el fascismo, y en nombre del cual justifica la violencia, la defensa de la tortura y de los torturadores, de la homofobia y otras desviaciones sociales. Siempre, en nombre de un orden a ser forjado, contra el actual desorden vigente, usando violencia.
El fascismo siempre ha sido criminal. Creó la Shoa (eliminación de millones de judíos). Utilizó la violencia como forma de relacionarse con la sociedad, por lo que nunca pudo ni podrá consolidarse por largo tiempo. Es la perversión mayor de la sociabilidad humana. En Brasil no será diferente. Pero aquí no tendrá posibilidades de imponerse.