Cuento: Aguirrotrón

Por Jesús Chávez Marín

Decepcionado porque sus libros ganaban premios, pero nadie los leía, Topolobampo Aguirre amaneció con la pésima idea de hacerse pintor. Esa misma mañana compró en una librería de viejo los doce tomos de La Enciclopedia del Arte y se sorprendió de hallar tanta belleza que los siglos habían cosechado. Como era gran cultivador del ego, se dijo: muy pronto yo estaré.

En tres afanosos meses produjo veinte batuques de gran formato a los que él llamaba “sus cuadros”, compuestos con ideas de lugarcomunesca composición y rotundos plagios de artistas famosos, sobre todo de Van Gogh, quien le parecía más fácil de imitar.

Muy satisfecho de sí mismo, fue a hablar con un amigo de la infancia, juntos habían vendido casa por casa La Atalaya y el Despertad por las soleadas calles de su natal Delicias, quien en los tiempos que corren era el director de El Museo Bizantino, para que le hiciera una magna exposición, pues allí mismo anunciaría al mundo que en adelante ya no solo sería el escritor más importante, sino que ampliaría su visión hacia las artes visuales: el universo entero lo conocería también como pintor.

El amigo, más por amistad que por curaduría, pues las que el otro llamaba “sus obras” eran unos bodrios manchados sin ton ni son, le concedió dos semanas de exposición temporal, a riesgo de poner en pausa el prestigio del museo que dirigía, pero, en fin, los amigos son los amigos, aunque sean unos atorrantes.

Topolobampo Aguirre, con el triunfalismo que le caracteriza, contrató para la inauguración al Trío Los Panchos Junior, y se escribió a sí mismo un poema que mandó grabar en la pared principal de la sala, titulado El Aguirrotrón, donde le echaba loas a su nueva estética de escritor/ pintor, extraño ser de torrencial simbolismo.

About Author

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *