Pienso que difícilmente puede haber una causa más noble, desinteresada y loable que defender a un árbol amenazado de muerte. Es, ni más ni menos, optar por la Naturaleza, por nuestro medio ambiente, por la vida. Y cuando se pretende asesinarlo para hacer un negocio millonario como es la construcción y venta de un edificio de lujo, entonces la lucha a favor un árbol adquiere otra trascendencia.
Les platico que conozco al tal Laureano desde hace más de 40 años. Ya era un árbol adulto cuando llegué a radicar en este singular pueblo-colonia de Tlacoquemécatl, el antiguo San Lorenzo Xochimanca. Dicen los más viejos descendientes de los habitantes originarios, que cuando eran niños el árbol ya estaba ahí, en la actual esquina de las calles Fresas y Miguel Laurent. Y que ya era “medio regular” de grande.
Soy además su vecino cercano. Vivo a sólo una cuadra, algo más de 100 metros de distancia de donde se yergue imponente el hoy célebre laurel de la India, centenario, frondoso, bello. Durante muchos años pasé bajo su sombra todos los días, rumbo a la redacción de la revista Proceso, mi otra casa durante 24 años. Todos los días. Laureano, que no se llamaba Laureano, era desde entonces, y lo sigue siendo, un elemento inevitable del paisaje urbano, presencia entrañable del barrio.
Un día, hace dos años, me alarmó mirar una manifestación de demolición fijada en la pared de una de las dos viejas casas de una planta que ahí existían, justo a un lado de Laureano, un colorín y una palma que se encuentran sobre la banqueta. Las ramas de los dos primeros, enormes, pasaban por encima de las dos modestas viviendas, una de las cuales, me dicen, funcionó en algún tiempo como expendio de leche de la Conasupo.
En el documento oficial se autorizaba el derribo de esas construcciones, con obvios fines de levantar una nueva construcción en su lugar. El peligro para el árbol era inminente. Francisco Ortiz Pardo lo advirtió en su columna de Libre en el Sur. Sin embargo pasaron los meses hasta sumar 24, 25 sin que algo ocurriera.
El inicio de pronto de la demolición, hace cuatro semanas, encendió la alarma vecinal. Era evidente el derribo de los árboles, que “estorbaban” el proyecto arquitectónico, aunque lo negaran los nada confiables desarrolladores. La protesta ciudadana se improvisó en unas horas, movidos los vecinos por la decisión de salvar a su árbol, al que entonces Ortiz Pardo bautizó con Laureano. Elaboraron mantas y pancartas, y fijaron en las tapias del predio decenas de dibujos de niños, alusivos al tema. “No maten a Laureano”, exigía uno de los pequeños.
Vecino al fin, como muchos otros, participé activamente en la manifestación. Salvemos a Laureano se convirtió en “grito de guerra” de residentes de la propia Tlacoquemécatl a los que pronto se sumaron los de Actípan, Mixcoac, Valle Sur, Valle Centro, Narvarte… En tres días se juntaron más de nueve mil firmas, mientras Laureano se convertía en rockstar de las redes sociales y subía a los medios nacionales, radio, televisión, prensa escrita, a partir por cierto de nuestra publicación en Libre en el Sur, que como muchas veces a lo largo de sus 22 años de vida acogió una causa ciudadana.
El primer día que nos reunimos en torno al enorme laurel miré conmovido como una jovencita, vecina también, abrazaba a Laureano con una mezcla de ternura y coraje, humedecidos sus ojos. En ese momento tomé la decisión de sumarme a la causa, sin reparos. Y de pronto me vi sin pretenderlo convertido en “activista”. Envuelto por una nube de vecinos encaré como uno de ellos al representante de los constructores, un tal Salomón Levy, que fue incapaz de responder mis cuestionamientos. Evadió todo y se negó rotundamente a mostrarnos el proyecto arquitectónico (en el que, decía, estaba contemplada la presencia de Laureano) y a permitir que una comisión vecinal entrara al predio para constatar su situación. Un embustero.
Es de reconocer que ha sido verdaderamente admirable la lucha vecinal por Laureano. Sin bandería alguna, alejados de todo activismo partidista, hay que recalcarlo, los residentes han financiado con su propio peculio los gastos para la impresión de mantas, carteles, formatos. Han hecho guardias, han recolectado firmas, han encarado riesgos y han difundido el tema por todos los medios a su alcance. Sus incipientes movilizaciones obtuvieron pronto los primeros logros, a partir desde luego de la amplia, insólita difusión que su movimiento ha tenido en los medios.
Hay que aclarar sin embargo que Laureano no está a salvo, como en alguna manera se dio por hecho en algunas informaciones. Lo que existe es una promesa –por cumplirse– de la Jefa de Gobierno capitalina, Clara Brugada Hernández, en el sentido de declarar a Laureano “Patrimonio Natural y Cultural de la Ciudad”, lo que lo haría intocable. Y un amparo provisional, limitado, que obliga al gobierno central y a la alcaldía, no talar, ni podar ni trasladar el emblemático Laureano.
Los vecinos han mantenido su resistencia pacífica, vigilante, a la vez que piden que el predio adyacente a Laureano sea convertido en un “parque de bolsillo”, un oasis verde dedicado a los defensores de los árboles y a los ejemplares arbóreos caídos víctimas del desarrollo inmobiliario de las últimas décadas.
La petición tiene absoluto sustento. Ocurre que las raíces de Laureano, como cualquiera de su especie y edad, tienen una extensión de más de 30 metros y penetran el predio en cuestión. La preservación del enorme árbol de más de 30 metros de altura, se vería impedida al serle cercenada su raigambre, como inevitablemente ocurrirá de realizarse la construcción de un edificio de cuatro niveles y con un estacionamiento subterráneo. Lo mismo ocurriría con su compañera y vecina, la Colorina, hermosa y frondosa también.
Los vecinos consideran además que las autoridades tienen ante sí la oportunidad de dar testimonio de su convicción a favor del medio ambiente… y enviar un mensaje claro contra los abusos de desarrolladores inmobiliarios sin escrúpulos.
Resulta inadmisible que en este marco de lucha ciudadana apartidista, transparente, espontánea, fresca, un partido político –cualquiera que fuera—pretenda abrogarse los todavía supuestos logros obtenidos hasta ahora y en particular “la salvación” del buen Laureano. Tal ha ocurrido con el partido Movimiento Ciudadano, el MC.
Una Diputada Federal de ese partido, Laura Ballesteros Mancilla, ofreció apoyo al movimiento vecinal en defensa de Laureano, lo que fue aceptado de buena gana, como cualquier otro apoyo que fuera desinteresado. No ocurrió así con el MC. Pronto se descubrió que la intención era montarse en la causa ciudadana para obtener ganancia política.
La legisladora emecista intervino inopinadamente en una reunión de los vecinos con la Secretaría del Medio Ambiente (Sedema) del gobierno capitalino, sin tener por qué, y se ostentó además como representante del movimiento, sin serlo en modo alguno. Todavía hizo al salir de esa reunión declaraciones como tal a los medios, lo que molestó a los integrantes del movimiento vecinal.
A la intromisión de la Diputada Ballesteros Mancilla (aspirante a una próxima candidatura de MC a la Alcaldía Benito Juárez, ojo) y un Diputado local de MC de nombre Royfid Torres, se sumó un mensaje en redes del propio dirigente nacional Jorge Álvarez Máynez, en el que se congratulaba de la “salvación” de Laureano (cosa que no ha ocurrido aún) y, lo peor, ¡adjudicaba a MC esa victoria!… lo que le valió un alud de críticas hasta el punto en que tuvo que retirar su lamentable tuit. Hágame usted el favor.
El oportunismo del MC, al que yo francamente tenía en un concepto bien distinto, provocó confusión y una momentánea crisis en el movimiento vecinal, por fortuna ya superada. Dar a la lucha ciudadana cualquier tinte partidista, como pretendía el MC, habría desvirtuado por completo al movimiento. Y aunque sigue queriendo mangonearlo y financiarlo, ha sido marginado del mismo y repudiado. Apenas este miércoles se quiso colgar la medalla como mérito de este partido la obtención del amparo provisional… que solicitaron con sus firmas 900 ciudadanos, yo entre ellos. Su activismo partidista resulta ya francamente deleznable, además de vergonzoso.
Mientras tanto, los vecinos promueven otro amparo para que se detenga definitivamente la construcción y se garantice efectivamente la integridad de Laureano. Y recaban firmas a favor de convertir el predio en un parque, el jardín del viejo Laurel y sus amigos, que podría ser además un área verde polinizadora o un huerto urbano, por ejemplo. Estoy con ellos.
Por lo demás, el viejo Laureano ha tenido la virtud de desnudar intereses creados y transparentar la red de colusiones de carácter económico y político que se esconden tras el llamado desarrollo inmobiliario de la Ciudad de México. No olvidemos que son los desarrolladores, lo hemos documentado, los principales financiadores de las campañas electorales, a todos los niveles y de todos los colores. Válgame.