Por Jaime García Chávez
El resultado de las elecciones en Alemania ha de ser, en el futuro inmediato, motivo de pertinentes reflexiones para entender lo que pasa en el mundo. Parecería una perogrullada lo que he dicho, sin embargo no lo creo si visualizamos al menos algunos rubros.
La endeble democracia cristiana se alzó con un triunfo, con poco menos del 30 por ciento, llevando a Friedrich Merz al frente de la Cancillería y a la necesidad de integrar un gobierno de coalición complejo porque la ultraderecha, denominada Alternativa para Alemania (AFd), quedó en segundo lugar con más de 20 dígitos de la votación.
Esta rebasó a la histórica socialdemocracia, influyente fuerza en el pasado con la que ahora se podría reconstruir un gobierno de centro-izquierda que le permita navegar a este importante país en temas nodales en la era en que Trump pretende reconstruir al imperio norteamericano, aliado de Rusia, en un vuelco de la historia que no habríamos creído hace menos de cuarenta años.
Empezaré por decir que no es la primera vez que la socialdemocracia queda en una encrucijada. En 1914, al inicio de la Primera Guerra Mundial, secundó los créditos de guerra y facilitó así la sangría que representó enfrentar a muchos pueblos y nacionalidades, cuyo saldo llevó al derrumbe de varios imperios. Era impensable, en ese momento, que la socialdemocracia adoptara esta posición, pero lo hizo y se deshonró, no obstante lo cual, después de 1919 y ya en el marco de la República de Weimar, constituyó gobiernos pero no pudo contener el ascenso del nazismo, entre otras razones por el gran sectarismo que imperó en ese momento histórico.
Ahora, de nuevo, queda en la impotencia de constituir un liderazgo para una época complicada, y su lugar lo ocupará la democracia cristiana, que surgió fuerte con posterioridad al derrumbe bélico del nazismo y se fortaleció en medio de la Guerra Fría.
No es desconocido que la vieja ultraderecha, el nazismo encubierto incluido, se refugió en ese momento en esa democracia con apellido “cristiano”, que empezó a crecer, por ejemplo, en Italia; y en Latinoamérica conformó gobiernos en la República de Chile con Eduardo Frei, y en Venezuela con Rafael Caldera. En Alemania jugó un papel importantísimo para la reconstrucción económica, favorecida por las alianzas militares contra el que fuera el brazo bélico de la Unión Soviética, el Pacto de Varsovia. Hoy la ultraderecha, paradójicamente, recibe el voto de los ciudadanos de las regiones antaño comunistas.
Ahora esa democracia cristiana se enfrenta al reto de darle cuerpo a una política que tiene que ver con un mundo totalmente diferente, y uno se pregunta si lo hará. Es obvio que prevalecen las viejas e históricas rivalidades con Rusia, que ocupa hoy Ucrania mediante una intervención militar que se ha estancado, pero que es más que una piedra en el zapato para la nueva Europa.
Habrá que esperar hechos para examinar las circunstancias. Pero es natural que ya se expresa en el síntoma de que no se actuará servilmente frente a la beligerancia gangsteril de Trump. Para Alemania es de seguridad elemental que no se arrodille Ucrania; y Francia, a su vez, también empieza a levantar una voz disonante. En el corazón de este debate está el tema del fortalecimiento de los sistemas democráticos, o transitar hacia un autoritarismo excluyente, a mi juicio, inadmisible. Eso no será posible mientras prevalezca una visión de capitalismo sin contrapartes, lo que implica renovar viejas experiencias de internacionalismo en el que no nada más la política exterior gubernamental de los países juegue el rol primordial.
Los gobiernos y sus clases políticas siempre abogarán por sí mismos, e impondrán la consigna de un cierre de filas con los que ejercen el poder dominante, restándole autonomía a los demás integrantes de la sociedad, particularmente a obreros asalariados, pequeños productores, sociedad rural, migrantes, minorías de diversidad sexual, demócratas progresistas, intelectuales, derechohumanistas y todos los que se puedan englobar en los nuevos movimientos sociales.
Lo que quiero expresar es que a la hora del balance lo que fue el internacionalismo de izquierda se debe revivir, innovar y relanzar.
La pregunta es: ¿Tendrá vigencia aún la idea del internacionalismo, el de Marx, el de Bolívar, y el de tantos otros próceres latinoamericanos?
El gobierno de la Cuatroté, el de López Obrador en especial, se ha quedado muy atrás, como lo vemos ahora en el desempeño de Claudia Sheinbaum frente a los Estados Unidos. Es más que preocupante que el debate tenga en su centro a un delincuente como “El Mayo” Zambada, con relación al cual la presidenta ha expresado inexactitudes preocupantes durante sus Mañaneras del Pueblo.
Si López Obrador en su tiempo hubiera penetrado más en la comprensión y asumido en los hechos las enseñanzas de su priista mentor, Enrique González Pedrero (gobernador de Tabasco algún tiempo, con el que colaboró), con motivo de la publicación de La democracia en América de Tocqueville, de la que escribió brillante introducción en la edición de 1963, habría entendido mejor el papel de la democracia, el sentido de esta y los pronósticos del francés de lo que ahora son en el mundo tanto los Estados Unidos como Rusia, con todas las lecciones que de ahí se deriven. Pero qué podíamos esperar de un socarrón.
No cabe duda que comprender el mundo actual es uno de los retos fundamentales para tener un mapa internacionalista y continuar la lucha por los olvidados de la Tierra.