Desplazamiento forzado en Chihuahua rompe lazos familiares y culturales

Por Karla Quintana / Raichali
Fotografía de portada: Raúl F. Pérez (Santa Tulita, 2024)

El desplazamiento forzado en Chihuahua es una problemática grave que afecta principalmente a comunidades indígenas y rurales, pero son poco visibles los impactos psicoemocionales de las personas y de las comunidades, explicó la experta en acompañamiento psicosocial Karina Baltazares, en el marco del Día Mundial de la Lucha contra la Depresión que se conmemora el 13 de enero.

Un ejemplo de desplazamiento forzado reciente es el caso de la comunidad de Cinco Llagas, en el municipio de Guadalupe y Calvo, cuando el 2 de septiembre de 2024, la violencia ejercida por civiles armados obligó a más de 300 personas a abandonar sus hogares.

También está el caso de la comunidad de Dolores y rancherías aledañas, del mismo municipio, que se han quedado prácticamente solas.

El fenómeno no es nuevo en México. Desde la década de 1970, el desplazamiento forzado ha sido documentado, y entre 2015 y 2020, el Censo de Población y Vivienda del INEGI registró a 2,877 personas desplazadas en Chihuahua debido a la violencia o la inseguridad delictiva.

De acuerdo con Karina, en acompañamiento psicosocial el desplazamiento forzado implica una violencia que quiebra los proyectos de vida.

Baltazares también señaló que esta problemática social es una consecuencia de otras violencias que preceden al desplazamiento. “Es una forma de afrontar esas violencias que se estaban viviendo en territorio”, declaró.

El desplazamiento forzado no sólo se limita a los conflictos entre grupos delictivos, también se puede ver en la explotación indiscriminada de los recursos naturales, el desarrollo de megaproyectos turísticos y mineros, así como en la falta de consulta a las comunidades indígenas, lo que ha provocado que las familias tengan que salir de su territorio, agregó Karina.

Las personas que dejan su tierra de manera forzada, pierden todo lo que habían construido, pero también otras cuestiones simbólicas y más espirituales, agrega. “En las comunidades rarámuri, por ejemplo, dejar sus animales es algo que que sufren mucho, a mí me tocaba escuchar, pues esta tristeza este dolor porque las los animalitos se quedaron allá y quién les va a dar de comer y qué va a pasar con ellos [..] se trata ese dolor más allá de esas concepciones que tenemos.”

Además de las pertenencias materiales, se pierden elementos simbólicos como los rituales, la identidad, la pertenencia, se fracturan con el despojo, así como los vínculos comunitarios, colectivos y familiares particularmente. Las prácticas que les enseñan desde niños para ser “buenos rarámuri” a través del trabajo, de cuidar a los animales, la convivencia, donde se aprende “a caminar el territorio”, se ven impactadas con el desplazamiento forzado, acotó Baltazares.

Volante entregado entregado en las calles de Chihuahua durante una protesta de personas indígenas desplazadas (Abril 2024). / Fotografía: Raúl. F. Pérez

“Que las familias se desplacen también implica una ruptura en las comunidades y, sobre todo, en los ciclos. En Baborigame, ahí hay pequeños ranchos que ya están vacíos completamente”, refirió le experta.

Un ejemplo es el caso de la familia de Julián Carrillo Martínez, líder rarámuri de la comunidad de Coloradas de la Virgen asesinado el 24 de octubre de 2018 por defender su territorio. Tras su muerte, su esposa y toda su familia tuvieron que huir de su hogar, sin oportunidad de realizar los rituales tradicionales por la muerte del jefe de familia, para que pudiera descansar en paz.

“Estos rituales de enterramiento, rituales de muerte, eso es algo que ellos no pudieron hacer porque tuvieron que salir al otro día de su muerte. Es muy doloroso no haber podido cumplir con esa parte, por lo que implica que estos rituales (llamados nutema en la cultura rarámuri) se tienen que hacer cada año durante tres años, no los pudieron hacer”, explicó Karina.

Ejemplo del nutema para despedir a un difunto (Junio 2024) / Fotografía: Óscar Rosales

“El hecho de que no pudieran realizar el nutema significa para la comunidad que Julián Carrillo no podía transitar hacia el otro lado. Incluso, su esposa lo expresaba de esa manera, que se le aparecía Julián y le pedía que por favor le hiciera esos rituales. Por eso es que ella sufría mucho, porque Julián no podía descansar”, compartió Baltazares

Para la infancia, la adaptación es aún más difícil. Las escuelas en las ciudades no cuentan con clases en lenguas indígenas, lo que obliga a los niños y a las niñas a aprender español en todos los aspectos de su vida. “Ahí está nuevamente esta discriminación.”

El impacto psicológico del desplazamiento es profundo. Karina Baltazares relata una experiencia con mujeres ódami desplazadas. “En una ocasión, hablaban acerca de la violencia. Tenían muchas ganas de hablar porque era algo que no habían comentado. Recuerdo mucho cómo cada una de ellas iba hablando con detalle acerca de lo que había pasado [..]. Era como si estuvieran vomitando las palabras, prácticamente volcando todo este dolor, toda esta tristeza, esta rabia en las palabras.”

Dibujo realizado por niña indígena desplazada / Fotografía: Archivo

Pero para los hombres es completamente diferente la forma de expresar sus emociones sobre cómo se sienten después de vivir en desplazamiento:

“En el caso de los hombres, pues es un poco más difícil, y lo que me ha tocado ver es que a veces eso tiene como síntomas ciertas adicciones. Por ejemplo, el alcohol se ha vuelto también una forma. Tomar alcohol, este estado etílico, se ha vuelto también una forma de poder tocar con las emociones. Un estado en el que la persona pueda hablar de lo que siente, pueda sentir que está bien estar vulnerable en ese estado”, detalló Karina

Baltazares enfatizó en la necesidad de atender las complejidad de las emociones y vínculos que se ven afectados en las comunidades desplazadas de manera forzada. Resaltó que, además de las dificultades para expresar lo que se vive, muchas veces no existen los espacios adecuados para hacerlo de manera significativa

A esa realidad se suma las propias circunstancias que viven las personas de las comunidades desplazadas, a nivel emocional, a nivel relacional, a nivel social, “cómo lo están viviendo las personas, a veces es difícil expresar lo primero porque no existen esos espacios de expresión de las emociones”.

Una mujer ódami víctima de desplazamiento forzado interno prepara la tierra para sembrar en el municipio de Guadalupe y Calvo. Noviembre de 2024.

Además, señaló la necesidad de construir estos espacios desde una perspectiva que respete las cosmovisión de las comunidades indígenas.

“Algo que se pueda construir, pero no a la forma mestiza y creo que ahí tenemos una gran tarea y tenemos un gran pendiente, de qué manera poder colaborar con las comunidades para crear espacios de expresión que tengan sentido para ellas, para ellos, esos espacios donde se pueda dar, pues esa sanación colectiva”.

Para concluir, Karina Baltazares subrayó el valor de crear oportunidades para la sanación emocional y la reconstrucción de los lazos familiares y comunitarios.

“Es fundamental y es algo en lo que a mí me gustaría ahondar más, cómo crear esos espacios para hablar de las emociones, pero también para volver a tejer esos vínculos dentro de las familias que permitan sostener la esperanza, que permitan sanar las emociones, que permitan también resistir”.

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