Decencia contra el Covid

Por Ernesto Camou Healy

— En La Peste, Albert Camus relata un brote de plaga bubónica en una ciudad argelina. La primera señal del problema es que comienzan a aparecer ratas muertas en la población; a continuación, desaparecen los gatos, ya sea por falta de presas o por instinto certero de lo que viene

En la novela, el premio Nobel va describiendo la vida de un pueblo sujeto a una zozobra permanente por una bacteria minúscula y oportunista. Al principio muchos niegan lo que para otros parece obvio. Algunos comienzan a tomar precauciones, otros intentan instaurar medidas de higiene y contención de la enfermedad; otros más prefieren hacer como que nada sucede y seguir viviendo sin transformar su rutina cotidiana.

Pero la realidad se impone. Las autoridades prohíben las entradas o salidas de la ciudad, y quedan aislados, sin poder trasladarse, ni volver a sus hogares los fuereños, o reunirse las parejas que se habían separado, por una exigencia laboral o un viaje presumiblemente corto.

El relato sigue al doctor Bernard Rieux y sus trabajos para contener la epidemia, su entrega junto con un grupo de voluntarios que intenta hacer mella en la enfermedad y se encuentra con la incomprensión o franca hostilidad de algunos, incapaces de solidarizarse con la comunidad, y con quienes solo buscan su salvación incluso en contra de la colectividad.

Durante varios meses Orán, la ciudad afectada, se transforma en un pueblo asediado desde el interior, en el que todos dependen del resto, y muchos se niegan a aceptar la necesidad de ser solidarios y responsables del destino común. Es un relato sobre la condición humana en una situación extrema, con sus héroes discretos y entregados que cada día se levantan a luchar contra una epidemia que diezma a sus vecinos y coterráneos. Es una tragedia que se desarrolla silenciosa en la costa africana, aislados y dejados a sus propios recursos; una crónica de la decencia y entrega de algunos para rescatar de la muerte a sus vecinos, muchas veces remisos en su egoísmo individual, reacios a tomar medidas que los podrían salvar y aminorar el sufrimiento de los otros. Al final, luego de meses de entrega y desolación las muertes van escaseando y un día retornan los gatos…

Se trata de una parábola sobre la angustia compartida, una metáfora también de la ocupación de Francia y de los campos de concentración, durante la segunda guerra mundial. Es, sin duda, un llamado a la responsabilidad necesaria y urgente ante un imprevisto que trastoca lo habitual y que impone una tarea colectiva; es una reflexión sobre el actuar de unos, con dignidad y entrega, y la necedad e indiferencia de los que obstaculizan con su pequeñez humana el camino hacia la nueva normalidad.

Estos días estamos cumpliendo ocho meses de encierro. Son muchos para un pueblo acostumbrado a la bullanga y al alboroto.

Asombra comprobar cómo son todavía tantos los que hacen como si nada pasara, que no respetan las convenciones diseñadas para proteger a los otros y resguardarse a sí mismos; los que van a su aire, sin tapabocas y sin decoro, agrediendo a la comunidad y presumiendo su altanería vana frente a una amenaza que nos debería unificar.

El aislamiento es una forma de ayudar a que no se esparza el virus y que pueda ser controlado. Es el compromiso que tenemos los no especialistas para atenuar la carga y los trabajos de los médicos y personal de salud que se las ha estado rifando sin tregua ni descanso desde hace meses. Estamos en deuda con ellos.

La mayor ayuda que podemos ofrecer quienes no tenemos la técnica y los saberes adecuados, es la decencia: Evitar caer en la enfermedad, no dispersarla, ni causar molestias innecesarias.

Tratar de seguir higiénicamente recluidos, cuidando la salud con una mente abierta y tranquila. Confiados en que pronto, ya solo unos meses, podremos recrear una vida nueva y, ojalá, más sana y responsable…

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