Por NIC WIRTZ y ELISABETH MALKIN/ NY Times
—ALOTENANGO, Guatemala — Primero, la furia de la erupción; después, la espera.
A tres días de que el volcán de Fuego entrara en erupción en una ondulante torre de ceniza que expulsaba lava, rocas y gas en una cascada, aquellos que escaparon esperaron para obtener noticias de las personas a las que no pudieron salvar.
Atestados en albergues, esperaron para saber si los cuerpos de cientos de sus familiares desaparecidos habían sido encontrados y aguardaban para decirles adiós.
Unas cuantas familias efectuaron funerales para sus seres queridos, incluido Juan Fernando Galindo Hurtarte, delegado de la Coordinadora Nacional para la Reducción de Desastres (Conred), quien murió al ser alcanzado por una explosión mientras advertía a los habitantes que debían desalojar el área antes de la erupción.
En la plaza principal de Alotenango, los residentes instalaron un altar maya en el que colocaron flores en un círculo alrededor de una llama en el centro. Las personas dejaron mensajes de condolencias a los sobrevivientes. “Nuestra fe no ha quedado sepultada”, se leía en uno de ellos.
“Esto pudo haberle pasado a cualquiera de nosotros porque había mucha gente que no debía haber estado ahí y él se quedó al último”, dijo un colega, Julio Francisco Palma Figueroa, de 47 años, en el funeral de Galindo.
Los bomberos que llegaron el martes a las partes más afectadas de la comunidad encontraron un panorama horripilante, similar al de un desierto cubierto con rocas. Los rescatistas caminaron en una fila detrás de su líder para probar el suelo inestable con un palo, sus uniformes naranjas contrastan drásticamente con la palidez de la ceniza.
“Esas personas no tenían oportunidad de salvarse, tan solo estaban ahí como estatuas”, dijo Armando Paredes, de 55 años, un bombero voluntario que fue uno de los primeros rescatistas en llegar a la zona del desastre el domingo. “Sus casas se convirtieron en sus tumbas”.
Los esfuerzos de recuperación de los cuerpos fueron interrumpidos el martes debido a que una mezcla incandescente de bloques ardientes de lava, ceniza y gas volcánico descendió por la ladera sur del volcán. El gobierno emitió alertas de que la lluvia podría crear nuevos y peligrosos flujos de ceniza y escombros por las laderas. Rescatistas, policías y periodistas se apresuraron a abandonar el área.
Por encima de todo, el volcán estaba cubierto de humo y nubes.
El saldo hasta el momento es de 75 personas muertas y más de 190 desaparecidas; sin embargo, funcionarios temen que puedan ser muchas más. Muchos de los cuerpos recuperados estaban demasiado calcinados para ser identificados.
Sergio Cabañas, secretario general de la Conred, dijo que tenía conocimiento de 192 desaparecidos. La agencia creó un sitio para que las personas reporten a amigos y familiares.
Hay quienes cuestionan si las autoridades se movilizaron lo suficientemente rápido para ordenar las evacuaciones y si las víctimas en comunidades alrededor del volcán fallecieron por negligencia. La Reunión Golf Course and Residences, un complejo turístico de lujo ubicado a las faldas del volcán, fue destruido. Sin embargo, a diferencia de las comunidades, el centro vacacional fue evacuado a tiempo.
Karin Slowing, exsecretaria de Planificación y Programación de la Presidencia, dijo que sería necesario un estudio independiente para determinar por qué la evacuación no ocurrió antes.
Un problema es que la corrupción del gobierno durante la década pasada ha llevado a un deterioro de las instituciones.
“No hay ni siquiera un censo”, dijo Slowing. “¿Qué planes de evacuación puedes tener cuando no sabes cuántas comunidades hay, cuántas personas están ahí, cuántos niños, cuántos adultos mayores?”.
Sin protocolos y simulacros frecuentes, es imposible organizar una evacuación expedita cuando una erupción ocurre. “No son acciones que puedas improvisar”, dijo ella.
El de Fuego es uno de tres volcanes activos que representan un riesgo para las comunidades que viven cerca, dijo Slowing, pero Guatemala enfrenta el riesgo de desastres naturales —desde terremotos a inundaciones—en todo su territorio y las familias guatemaltecas de menores recursos con frecuencia se establecen en áreas donde quedan expuestas a los riesgos.
En 2015, alrededor de 270 personas quedaron sepultadas cuando el muro de un barranco colapsó hacia una comunidad en las afueras de la capital, Ciudad de Guatemala. Los riesgos del asentamiento, El Cambray II, era ya conocido con anterioridad por las autoridades.