Por Ernesto Camou Healy
— La actual pandemia es producto de tiempo, mucho trabajo y preparación de las circunstancias que le permitieron surgir con esa letalidad particular. Si bien el Covid-19 proviene del mundo natural, las condiciones que permitieron su diseminación son producto del esfuerzo humano, consecuencia de la forma cómo la humanidad ha transformado la naturaleza a lo largo de milenios y ha hecho de ello “natural” un entorno culturalmente definido, al grado que los humanos no tenemos naturaleza, sino cultura.
El entorno natural, no existe. El Everest, cuya cumbre fue hollada hace sólo 67 años, y a la que solamente han llegado 8 mil 036 personas, está repleto de basura, latas de oxígeno, restos de equipo y cadáveres de infortunados alpinistas.
Seguramente en las fosas oceánicas se encontrarán latas y frascos, basura de todo tipo, de igual modo nuestro espacio exterior está surcado por viejos satélites y partes de naves que circulan la Tierra, o viajan hacia los confines del sistema solar… Y si alguien se interna en la selva, la cree 100% natural, y se topa con elefantes, debe saber que esa bestia majestuosa está en peligro de extinción precisamente por la intervención del hombre.
Es en el contexto de esta transformación de lo natural en cultural, donde hay que situar la pandemia actual. En los casi 200 mil años que llevamos los homo sapiens modificando al mundo, seguro hubo muchísimos episodios de contagio de animal a personas.
Pero eran grupos aislados en los cuales algunos morían y otros salían inmunes y contribuían a la resistencia de sus descendientes. A lo sumo se trataba de epidemias contenidas geográficamente, dispersas y aisladas: No había la condición para una pandemia.
Las epidemias son un fenómeno de no más de cuatro mil años, cuando comenzaron a formarse ciudades. Si llegaba un virus a un centro urbano, generaba muerte y enfermedad en una localidad que difícilmente sobrepasaba algunos miles de habitantes. Además, la gente casi no viajaba, y la infección tampoco.
Las epidemias propiamente tales fueron consecuencia del crecimiento urbano y de los esfuerzos de exploración y comercio al fin de la edad media. Había puertos para cruzar a sitios lejanos, y un virus podía trasladarse con facilidad e impunidad entre comarcas distantes.
Y comenzaron a ser registrados contagios multitudinarios, en sitios alejados, pero comunicados entre sí. Son las grandes plagas que asolaron a la humanidad periódicamente desde el fin del primer milenio hasta nuestros días.
La peste bubónica y el cólera han aparecido regularmente desde hace miles de años hasta principios de este siglo XXI. Hace 100 años la influenza provocó 50 millones de muertes en todo el mundo. El VIH Sida inició en 1981 y ha producido más de 30 millones de fallecimientos. Y hay que constatar que un porcentaje alto de las víctimas sufre otros padecimientos, o una vida de pobreza que los hace susceptibles y tienen menos defensas para resistir.
Las pandemias son posibles en un entorno cultural y humano que las potencia: Las enormes ciudades en las que reside la mayoría de la humanidad facilitan el contagio -Wuhan tiene 11 millones de habitantes-; y la desigualdad económica a nivel mundial, ha dejado en miseria y sin protección a millones, que a su vez pueden contagiar a los pocos más pudientes. Esta es una conexión evidente que reprueba a una economía que modifica y destruye la naturaleza, y lastima a gran parte de la población con la que entra en contacto.
El Covid-19 es una toxina letal y contagiosa que encontró, en un mundo altamente intercomunicado y con mayorías en pobreza, su posibilidad de subsistir y viajar; y de infectar a grandes sectores de la población porque hay una forma de producción mundial que lo permitió.
Urge transformar ese sistema: La especie humana trastocó al mundo, ahora lo debe modificar para subsistir y que sea más sustentable, equitativo y adecuado a las necesidades de todos, no sólo de una minoría privilegiada.