Por Hermann Bellinghausen
La popularidad de la efeméride genera expectativas y recrudece resentimientos. ¿Podemos decir que el 68 fue traicionado por quienes participaron en los acontecimientos? ¿Líderes, bases, simpatizantes? ¿En México, Francia, Alemania, Estados Unidos? ¿Traicionaron como generación los ideales, quedando en el sentencioso poema mínimo de José Emilio Pacheco con el 68 en mente: Ya somos aquello contra lo que luchamos a los 20 años? Lo que Ezra Pound expresara en su ABC de 1935: Uno de los placeres de la edad mediana es descubrir que uno estuvo en lo correcto, y que más lo estaba a los 17 o 23.
De que fue un año excepcional, que ni qué. El historiador Mark Kurlansky inicia su recuento general, El año que sacudió al mundo, con la frase de Pound y enseguida afirma que nunca antes hubo alguno así: Hubo otros años de revolución. 1848 fue uno, pero en contraste con 1968, sus acontecimientos se circunscribieron a Europa y sus rebeliones eran contra lo mismo. Ocurrieron eventos mundiales, como la formación del imperio global. Y un inmenso acontecimiento, trágico y global, la Segunda Guerra. Lo que hace único a 1968 es que la gente se rebela contra una gran variedad de cosas, sólo tenía en común el deseo de rebelión, algunas ideas de cómo hacerlo, un sentimiento de alienación respecto del orden establecido y un desagrado profundo por cualquier forma de autoritarismo. Donde había comunismo, la rebelión fue contra el comunismo; donde capitalismo, contra el capitalismo. Los rebeldes rechazaban a casi todas las instituciones, los líderes políticos y los partidos (1968, The Year That Rocked The World, Random House, 2005). En Alemania la juventud llamaba a liquidar el disimulado pasado nazi de sus padres.
Podemos añadir la espontaneidad, la inmediatez, la negación de las formas tradicionales de representación e interlocución. Las libertades exigidas por los jóvenes eran muy distintas de las aspiraciones de sus padres y abuelos. Una cosa sí es insosalayable: pertenecen a esa misma generación quienes, en la década de 1990, llegaron al poder en muchos países occidentales y latinoamericanos para implantar un modelo económico y político opuesto a las demandas de 1968 y los años posteriores. Carlos y Raúl Salinas de Gortari con su corte, Bill y Hillary Clinton con la suya, venían de aquella experiencia. Les tocó, pero ninguno había sido parte; siempre fueron cachorros de ese sistema que combatía la juventud nacida después de 1940. Llegaron al poder por herencia y renovaron el sistema de dominación burguesa (lo que se llamaría neoliberalismo) antidemocrático en esencia, y antipopular, que prohijó nuevas formas de autoritarismo, control y división de clases. En México desmantelaron el Estado social emanado de la Revolución. Más que traicionar las luchas de su generación, traicionaron las luchas del pueblo mexicano de todo el siglo XX.
No pasaron por las barricadas ni las huelgas del 68. Beneficiarios a escala individual de las liberaciones que siguieron al año aquel, los que tres lustros después tomaron el poder no eran activos sesentayocheros. Algunos que sí, sucumbieron a los brillos de Estado rejuvenecido, cosechador de ideas nuevas para invertirlas en su proyecto autoritario de libre comercio, desnacionalización progresiva y lucro como razón de ser de la política. Las figuras visibles y líderes del movimiento que se unieron al poder (Daniel Cohn-Bendit en Europa, Gilberto Guevara Niebla en México, por ejemplo) fueron la excepción, y cabe concederles que lo hicieron creyendo que podrían influir positivamente en las decisiones del nuevo Estado. Danny El Rojo siguió alimentando las trincheras desde el reformismo en la Unión Europea. Guevara Niebla le hizo el juego a la reforma educativa desde convicciones pedagógicas más serias que las de sus jefes. Se cuentan entre quienes cayeron en la vieja ilusión que Leonard Cohen autosentenciara a 20 años de tedio por tratar de cambiar el sistema desde dentro. No serían los únicos en dedicarse a la política, pero los más lo hicieron como periodistas, académicos o activistas de izquierda, como Tom Hayden, Serge July o Raúl Álvarez Garín.
Eduardo Febbro escribe en Página 12 (19/5/2018) sobre el Mayo francés: “La que hoy se denomina ‘la revolución de los abuelos’ no perdió su vigencia como punto de reflexión”. Habla de la juventud que rompió las barreras, los obreros mal pagados, y la convergencia entre ambos en un movimiento que el fórceps le sacó a la sociedad y renovó parte del modelo francés. Cita a Cohn-Bendit: Contrariamente a lo que se dice, ninguno de las personas del 68 se volvió ministro o presidente. Y: Mayo del 68 desgarró el paisaje tradicional de nuestras sociedades, las puso en movimiento. Luego se desarrollaron los movimientos de mujeres, de homosexuales, ecologistas. Es el inicio de una puesta en tela de juicio de las tradiciones.