Por Jesús Chávez Marín
— [Enero 2010] Un filósofo es cosa seria y Carlos Ordóñez es uno de los filósofos más concentrados y productivos de la ciudad de Chihuahua, donde suelen ser escasos. Hace dos años inició una empresa que se llama Círculo de investigaciones filosóficas. En su oficina, instalada en el segundo piso del edificio Treviño Terrazas de la calle Segunda y Aldama, ofrece un servicio que en lo que va del siglo 21 ha ganado clientela: la consultoría filosófica.
El hombre es licenciado en filosofía; la tesis con la que se tituló se llama Filosofía de relaciones; desde el inicio de sus estudios profesionales orientó sus lecturas hacia la reflexión práctica.
Aunque en su aspecto y en su look parece un académico ortodoxo, y además lo es, el buen humor es una de las fortalezas de su gran personalidad.
Dice Ordóñez:
En 2004 empecé a investigar la relación de las grandes doctrinas filosóficas con la vida cotidiana de su contexto histórico. Durante siglos, la filosofía fue una verdadera maestra para la gente, enseñaba cómo resolver asuntos de la vida en acción. El filósofo se comunicaba con la gente de la calle como lo hace con toda naturalidad un carpintero, un médico, un abogado.
El tema de la filosofía práctica me llamó la atención en dos instancias: la practicante y también el sustento teórico que la respalda y la conduce.
Al mismo tiempo que me mantenía informado del desarrollo de la filosofía práctica en ciudades como Lima, Nueva York o Buenos Aires, también profundizaba en mis estudios de la tradición filosófica, metafísica, ontología, y seguía leyendo por toneladas a los autores clásicos, Aristóteles, Tomás de Aquino, Marx, Heidegger.
En 1996 se popularizó la traducción al español del libro Más Platón y menos Prozac, del filósofo Lou Marinoff. Desde dos años antes estaba yo bien informado sobre los temas que trata esa obra, así que la leí con entusiasmo y confirmé varias de mis reflexiones anteriores.
Con ese y otros estímulos, seguí trabajando, tanto en la investigación teórica como en asuntos prácticos. Con otros colegas, inicié un club de filosofía, publicamos una revista que se llama Alethéia. Y en noviembre de 2009 abrí este consultorio de filosofía, donde ahora usted y yo estamos platicando.
Así que ya lo saben: Si alguno de ustedes, los más acelerados y los más melancólicos, o melancólicas, ya están un tanto cuanto fastidiadas de cada mes platicar con su psiquiatra, la ciudad de Chihuahua ya está lo suficientemente sofisticada para que hallen ustedes otra alternativa: platiquen con su filósofo.
Si alguna otra de ustedes ya le firmó fecha de caducidad a su marido mediante divorcio civil, separación necesaria o por el duelo de la viudez, vaya al consultorio filosófico a mitigar su dolor o a compartir la alegría de la libertad con un buen diálogo. Al consultorio de Ordóñez o a otros que se han ido abriendo en el centro y hasta en colonias de la periferia: los barrios elegantes de los suburbios tan protegidos con su caseta de vigilancia que los resguarda y también en uno que otro barrio antiguo y bien portado.
Aquellas de ustedes que aún tienen la paciencia de aquella buena señora que se llamaba santa Rita de Cassia y conservan a su viejo marido, aconséjenles que si algo se les reboruja en los graves asuntos de la oficina o la empresa, en cosas de la administración, la contabilidad o los pleitos jurídicos, también visiten a Carlos Ordóñez en busca de lógica, o para poner en orden sus pensamientos empresariales o burocráticos.
Este joven filósofo tiene todo el tiempo del mundo para escucharlas, señoras, platicar con ustedes en la serenidad de la buena reflexión.
Carlos Ordóñez es un hombre delgadito, risueño; de lejos parece Quique Gavilán todo sabio y de lentes. De cerca, es un señor muy elegante y discreto, de manos bien cuidadas y con una facilidad de palabra de lo más seductora. También es un profesional, educado y fino. Será una experiencia productiva consultarle asuntos privados y públicos.
Yo antes iba con frecuencia y por prescripción médica a platicar con psiquiatras, y hasta tuve 23 años una psicóloga de cabecera. Hallé varios que me ayudaron; algunos son hasta buenas gentes. Todavía voy cada tres meses con uno de ellos.
Otras veces me tocó ir con abogados, un amigo hasta me salvó una vez de ir a la cárcel allá por el año de 1979. Por razones de trabajo, otras veces hablé con maestros de yoga, contadores, y todo tipo de licenciados.
Ahora la mayor parte de mis asuntos personales, políticos y de negocios los consulto con este licenciado en filosofía, quien me ha conducido por el buen camino de la lógica, la ética y la estética. Él ha iluminado un poco algunas zonas oscuras de mi existencia.
Por eso le paso a usted la receta: si en su vida persisten las molestias, consulte a su filósofo.
Enero 2010