Por Lilia Cisneros Luján
— Entre el confinamiento, la disminución o falta total de ingresos y el cúmulo de declaraciones –muchas falsas y bastante agresivas o cuando menos discriminatorias– las poblaciones particularmente jóvenes y niños aun con sus diferencias de cultura, lenguaje y geografía se cuestionan si este ha sido el mejor de los tiempos para vivir. Una adolescente se preguntó con honestidad ¿Por qué nos tocó vivir en estos tiempos de violencia, enfermedad y falta de rumbo?
Cuando la mayoría de nosotros nos hacíamos esta pregunta, en derredor nuestro había, tíos, amigos mayores y sobre todo abuelos[1], prestos a relatarnos comparativamente sus tiempos con los nuestros y si el caso no lo permitía la mayoría de maestros, hasta los simplemente normalistas, aprovechaban ese incidente para hablarnos de historia e incluso análisis sociológicos. Hoy son pocos los que se sumergen en la historia política y social de la muy antigua Grecia –antes de Cristo y como a ocho mil años de distancia– las características de múltiples emperadores romanos, señores feudales, sacerdotes de diversas religiones expertos en la maldad y la manipulación –por igual cristianos que otomanos, aztecas o africanos– y gobernantes autoritarios, oligarcas y hasta demócratas.
Pienso en mujeres de la colonia en México, Sor Juana, por ejemplo, que se desarrolló como una niña privilegiada y concluyó su vida luego de pasar por abusos, engaños y limitaciones a su libertad. ¿Cómo olvidar a mujeres de clase media víctimas de regímenes militares en Argentina o Alemania? Verse obligada a usar un seudónimo masculino para expresar sus ideas o registrar sus descubrimientos científicos a nombre del marido, el padrastro o el hermano, a fin de avanzar como hicieron muchas científicas de la edad media o la ilustración y simplemente prostituirse a cambio de pan para el sustento propio o de los hijos, fueron algunas de las tragedias de otros tiempos no mejores que el actual.
¿Malos gobernantes? los ha habido desde lo más remoto de los tiempos prehistóricos, los diversos líderes que ensayaron desde siglos antes de Cristo por lo que surgieron desde los wasileus hasta los gerontes en Grecia; los senadores y emperadores romanos[2] casi siempre terminaban sus mandatos por la deslealtad o traición de algún hijo adoptivo, un sobrino, o algún grupo de senadores. No había gobernantes perfectos por ello terminaban envenenados, muertos de manera violenta –con armas punzo cortantes o incluso a golpes– o en el mejor de los casos suicidados. ¿Merecían otro trato los genocidas de herejes, los portadores de la viruela o la peste y los nobles? ¿Reyes, reinas o primero ministros, que solían burlarse de la plebe, les dieron a sus pueblos mejores condiciones que las actuales?
Europa y América no son los únicos ejemplos de periodos gubernamentales desastrosos, la incursión colonial tanto de los europeos, como de diversos grupos orientales y africanos nos horrorizarían al grado de hacernos dar gracias cada día por ser ciudadanos del siglo XXI, aun con pandemia, regímenes autoritarios y líderes poco sensibles o cuando menos desconocedores de lo que es en realidad la Política como arte. Aquellos imperfectos gobernantes de antes al igual que los que no cantan mal las rancheras ahora, procuraban en contra de los disidentes, quitarles sus bienes, desarraigarlos, prohibirles hablar su idioma, evitar que desarrollen su cultura, en suma, marginarlos incluso con la prisión o la muerte.
La vanidad o el deseo de ser como Dios, no era un sentimiento solo de los teotihuacanos, o de los primeros humanos tentados por una serpiente en el paraíso, hoy mismo cualquiera torna en mentira sus promesas luego de convertirse en residente de un palacio, al cual con el tiempo se mimetiza. Así como en la muy antigua Grecia la mayor ambición era pertenecer al consejo de gerontes[3] -ello se facilitaba a quienes poseían tierras y bienes- hoy los presidentes y primeros ministros no pueden presumir de ser pobre o humildes.
Ahora mismo después de las fallas de todo lo derivado de consenso de Washington, resurge la discusión acerca del individualismo y el colectivismo; capitalismo o comunismo; o en las diversas definiciones contenidas en la misma biblia, pesimismos, como los individualistas, contra optimistas como los que conciben la política sistémicamente y no producto de las acciones –sabias y hasta ocurrentes– de un líder determinado.
Se discute si es conveniente revisar la pertinencia de tener en la cabeza del poder político a un experto –profesional universitario, militar ejemplar, comerciante o empresario exitoso– o simplemente optar por alguien dispuesto a gobernar con los sistemas que nos ha legado la historia y los diversos movimientos por los que los pueblos han transitado. ¿Esta opción nos pone en el riesgo de ser gobernador en un futuro cercano por máquinas inteligentes? ¿Cuál sería la verdadera opción para no depender solo de las “virtudes” de quien ha sabido venderse a la colectividad como el mejor, el menos corrupto, el más honesto y el dispuesto a convertir la tierra en un paraíso? Lo cierto es que, con todo y el aumento en las cifras de pobreza el último bienio, Usted que me lee, sigue teniendo un techo, logrado con su trabajo y ahorro, servicios básicos y lo mínimo para adquirir alimentos, y si me permite compartir mi experiencia, le sugiero que no se refugie en el vértice de la víctima y procure pensar en lo que puede hacer para que su circunstancia mejore.
[1] En los años 50, el mío que había sido revolucionario seguidor de Zapata y para entonces gozaba de los privilegios de la Green-card, aseguraba que “en sus tiempos era tal la abundancia que a los perros se les podía amarrar con longaniza sin que se la comieran”
[2] La Crisis -por el caos y anarquía- del Siglo III culminó con el ascenso al trono de Roma de Diocleciano y el establecimiento primero de la Diarquía y después de la Tetrarquía.
[3] Si no gozabas de estos recursos al paso del tiempo podías liderar a 12 wasileus aunque estos consejos “populares” no tenían más poder que el de expresión en el ágora.