Por Guadalupe Ángeles
— A través de la revisión de varias versiones del mito histórico conocido como “La cruzada de los niños”, Sergio Pitol explica que esta historia es utilizada como pretexto narrativo por JerzyAndrzejewski (autor nacido en Varsovia y reconocido mundialmente por su novela “Cenizas y Diamantes”) para dar forma a esta obra maestra de la literatura: “Las puertas del paraíso”. Sea que Usted conozca o no del asunto, me permito dar aquí una rápida noción, quizá demasiado compacta e imperfecta: “Pastor iluminado, francés y alemán (pastor de animales, recuérdese que esto supuestamente ocurrió en el siglo trece) comanda a cientos de niños, a los que mediante “encendidos sermones”, convence de cruzar el Mediterráneo a pie (Dios abrirá las aguas) para ir a recuperar la ciudad Santa (Jerusalén) del dominio musulmán”.
¿A dónde iban esos niños? (fuentes históricas señalan que no eran niños solamente, sino campesinos que abandonaron sus tierras e iban por las ciudades “desamparados como niños”) Hacia la salvación de la humanidad (para eso dijeron que se inventaron las cruzadas), ¿por qué preguntarse entonces si era necesario hacerlo?, eran tiempos en los que la Fe determinaba destinos; no es obra de ficción por tanto; y aquí me detengo para desdecirme, pues cada alma sabe, en el intransferible diálogo consigo misma, si la Fe (en lo que sea), es digno motor para lanzarse a caminos azarosos.
Pieza también digna de todo elogio es el prólogo de la novela, cuya edición del año 2010 publicada por la Editorial de la Universidad Veracruzana, es la que ahora comento; en él, Sergio Pitol, quien tradujo del polaco esta obra, nos da un esbozo de la personalidad de JerzyAndrzejewski y de la circunstancia histórica en que escribe esta breve pero profunda novela, en la que, valiéndose de monólogos y reiteraciones, hace un dibujo magistral del alma humana.
Esta novela es como un río de aguas caudalosas, guarda entre sus páginas la definición de palabras que pesan en nuestras vidas tanto, al grado de que su significado, y quizá sólo parcialmente, nos es dado a conocer a través de leernos en el diálogo íntimo que sostiene la conciencia de estos personajes puros o perversos con esa necesidad (narrativa, vital) de la confesión.
Vale por ese ritmo de mar a veces suave, a veces tormentoso esta historia fragmentada y única, hecha de pasiones y hechos legibles desde la mirada neutra del lector que sabe que todo acto humano, por enigmático que se muestre en su aparente contradicción, es materia no deleznable para hacer espejos, que no otra cosa es la gran literatura: clara superficie para mirarnos y saber, en toda su pureza, quienes somos.