Por Ernesto Camou Healy
—Estos días de diciembre eran, para aquellos niños de la medianía del siglo pasado, un lapso de espera ilusionada y de añoranza un tanto interesada: Venía Santoclós, y traería muchos regalos. Contábamos los días que faltaban para el 24; EL IMPARCIAL nos ayudaba pues en él aparecía un recuadro con la leyenda: “Faltan X días para Nochebuena…”. Era lo primero que buscábamos.
No había duda posible de su existencia: Lo veíamos en los comercios gringos, jocoso y amable, tomándose fotos con la chamacada que acudía a saludarlo. Sabíamos que era real, pero nos entraban ciertos resquemores con sus excentricidades: ¿Porqué vivía en el Polo Norte? ¿Cómo volaba en un trineo jalado por renos, que no tienen alas? (a mí me parecía más lógica una recua de ángeles…), ¿cómo lograba recorrer todo el mundo en una noche? Con esa figura rotunda ¿cómo cabía en las chimeneas? y nomás no atinaba a saber por dónde ingresaría a nuestra casa que no tenía fogón alguno.
El dilema siguió preocupándome y ahora, por fin, creo haber resuelto el problema: La primera pista fue que en el Sur mexicano ese gordito risueño delegaba sus funciones en tres personajes bastante respetables: Los Reyes Magos, y que tomaban el relevo dos semanas después… lo cual daba pie a la hipótesis de que Santoclós probablemente tenía un rango de acción bien limitado geográficamente, y sus responsabilidades las compartía con otras celebridades.
Con los años he ido, poco a poco, dilucidando la incógnita y he logrado comprender que en realidad nuestro Santa sólo da servicio a Norteamérica y algunos territorios vecinos, y que el resto del mundo lo tienen asignado, para repartir obsequios y felicidad, un conjunto de personajes más o menos similares, algunos con poderes fantásticos también, que cubren la mayor parte del mundo occidental, lo cual deja para posteriores pesquisas qué sucede con países no cristianos, como los asiáticos. (Y más preocupante aún: ¿Por qué su periplo generoso no cubre los hogares menos favorecidos económicamente…?).
Ahora sé que tiene muchos colegas, arrojados y exóticos, que se reparten el mapamundi para llevar alegría a las familias: México es feudo de Santoclós al Norte y Melchor, Gaspar y Baltazar en el centro y Sur; en Costa Rica es un señor que viste parecido, pero que se llama Colacho, abreviatura de Nicolacho; mientras que en Chile esas tareas las cumple el Viejo Pasqüero, con atuendo similar pero muchos kilos menos. En la mayor parte de América Latina el encargado es Papá Noel, otro pariente muy parecido, también barbón y elegante.
En Rusia el comisionado es otro familiar al que llaman el Abuelo del Invierno, y en Italia el delegado es el Babbo Natale que porta uniforme similar al de por acá. En Holanda es Sinterklass con el curioso añadido de que pasa el resto del año en Madrid, sitio mucho más amable que el gélido ártico.
El asunto se me complicó cuando averigüé que en Finlandia quien se ocupa de traer regalos es la Cabra de Navidad, que no parece consanguínea del gordito del trineo. El que sí es casi gemelo es el Father Christmas que atiende las islas británicas, pero en Suecia quien realiza tan compleja chamba es el Gnomo de Navidad, o sea que lo atiende uno de los ayudantes del nuestro; pero no se quejan, debe ser eficiente el chaparrito.
El parentesco parece perderse en los países germánicos a donde mucho antes daba regalos en la misma época un viejo vestido de verde, descendiente del dios Odín, barbado y goloso dicen, que ahora compite un poco con Santaclós y se empeña en celebrar esos días la fiesta del Yule, que es precristiana, pero que coincidía con el solsticio de invierno y festejaba la luz que renacía.
Tantos personajes extravagantes y similares sugieren un Misterio, quieren ser un símbolo eficaz de la paz y la alegría, y apuntan al amor como colofón de la vida.