Enrique. Buen amigo rarámuri.

Por José Reydecel Calderón

—Ahora, frente a ti  y frente al altar, cerca de tu mamá y hermanos, de amigos ya legendarios, los recuerdos me llegan tranquilos,  sin tiempo, sin orden, y toman un nuevo sentido, infinito. Nos sugiere El Pato que te hablemos a ti en directo y en presente, que te ayudemos a tomar tu nuevo camino hacia la luz, como lo hacen los rarámuri cuando alguien de ellos se va. Ve en paz. El misterio se ahonda y la tristeza encuentra su rinconcito en el alma de nosotros, pero todo parece a ritmo con la luz y el sentido de tu vida que propusiste.

Cuando recién te conocí fue en casa de una familia de grandes amigos, los Ortiz. Nos reunimos allí para una guitarreada y éramos tantos que apenas cabíamos apretujados en una sala; después de un rato de canciones apareciste de pronto, espigado y flaco, jovencito, haciendo malabares para llegar hasta donde estábamos sentados el Ronco y yo. Te sentaste en el piso y disfrutabas emocionado la música y los cantares. Como pudiste comenzaste a hacer plática con el Ronco, le preguntaste cosas del idioma de los rarámuri, el  uso de algunos verbos, de regionalismos y de fonética. Después le pediste que te dijera cuál era el significado de la luna para ellos, los rarámuri.

El Ronco te contestaba con mucha parsimonia y sin categorías, pero te contestaba a fondo y en serio. Fue entonces que tú le contaste el encuentro que tuviste con una mujer grande en un grupo de  rarámurii en la calle a quien le preguntaste que cómo se decía en su idioma ese astro que cuelga luminoso en el cielo gris apuntando hacia él con tu dedo índice, y cómo ella con fuerza tomó tu mano y te impidió que siguieras apuntando hacia él…cómo comprendiste al momento que era una falta de respeto lo que hacías y que el astro era un ser vivo y sagrado para ella.

“Cuántas cosas han señalado. A la luna del cielo también aquella tarde.

Y una mujer me reprendió frente a la Vieja Dama en lengua india.” (1)

Cuando muy entrada la noche, casi de madrugada, decidiste levantarte e irte, el Ronco me pregunto asombrado: Quién es éste? Quién es este muchacho que aprende el idioma  rarámuri  en las calles?  Quién es que intenta comprender el significado de los astros y las estrellas?

No lo sé. Contesté. Solo que es hermano de Loreley.

Recuerdo cuando unos años después me tocó compartir la mesa en casa de tus papás, ellos presentes. La mesa era muy larga y tu y yo quedamos sentados en los lados opuestos; cuando se llegó la hora de la sobremesa se entablaron varios comentarios a la vez, nosotros en voz alta pero discreta, platicábamos acerca del Principito, la obra literaria de Saint Exupéry, y al final cité de memoria  una  parte del diálogo con el zorro y lo cerré así: “No todo es perfecto”. Del otro extremo de la mesa saltó una voz clara y contundente: “Nada es perfecto”.

Siempre pensé que esa vez no solo habías defendido la verdad de la historia, sino que quizá fuera también tu modo de pensar y conocer el mundo, que quizá te diera libertad para ser tú y para amar a los demás y a Dios  sin condiciones ni expectativas. Nunca  comenté nada contigo. Pero un día tú solo me diste la respuesta, tierna y sencilla:

Una gota se suelta

Desciende

Sola

Vuela

Un instante es perfecta

Redonda

Mundo

Estrella

Una gota se estrella    (2)

Después, mucho después, mi mamá y mi hermana Graciela me regalaron el libro “El Principito”, traducido al idioma rarámuri por Martín Chávez. No lo podía creer. Cuando lo tuve en mis manos lo primero que hice fue ver  cómo habían traducido: “Nada es perfecto”.  Ké wési né ga’rabé juku. Nadie es demasiado bueno.  Y luego me regresé al título, cómo habían traducido El Principito?  Me gustó lo que entendí: el pequeño danzante con corona.

Sentí que podría ser también el niño que toca el tambor en los tiempos del preludio de la semana santa, entre las faldas de los montes y las veredas, preguntando con su sonido qué sentido tiene el vivir? O bien, el niño que da vueltas sonando su tambor a tope en los giros de la semana santa, o esperando arrodillado  contra el horizonte el emerger de la madre luna? 

Napawisi bi: estemos juntos,  me dice Memo Ortiz que también está aquí junto a ti, junto a Monina, a Gloria, a Lety, Aracely, Mague …son ellos los antiguos misioneros y maestros de las escuelas y los internados de Gonogochi, Rejogochi, Nararachi , Sisoguichi, Chihuahua , con quienes caminaste en noches de estrellas buscando un pozo de agua en el desierto… es ya solo un sueño recordar los tiempos en que Lety le ayudaba a Lolita Batista a aprender a leer y escribir, a terminar la escuela primaria y luego la secundaria, los tiempos en que ella ( Lolita) nos compartía sus cuentos y narraciones con letra manuscrita a lápiz sobre hojas de cuaderno  económico, a la Hermana Octavia en Sisoguichi cargando en brazos a la niña recién curada, o ayudándola agarrada de la mano a dar sus primeros pasos…recuerdo con  emoción el día en que tú, Enrique, nos mostraste por vez primera los versos nuevos de Lolita:

Besá Galí Moba/ Tres veces más alto que las casas

Iséligame kó jé aní:                                       Esto dicen los gobernadores:                                                           

“Napusí ta suwí                                               “Cuando morimos

Besá galí moba simálua lá:                         subimos tres veces más alto que las casas:

Echi gawichí jóonsa                                       desde esta tierra

Amí  kéti Eyé Mechálale                              hasta nuestra Madre la luna

Aminá chó kéti Onó Rayénalichi              y hasta nuestro Padre el sol. 

Aminábi ta mehkabé simí ba”                    Así de lejos nos vamos”.

Ácha bichíwale jú alé?                                  Será verdad?

Kámi yéna ta sí suwisáa?                             A dónde iremos al morir?

Tási machilú…                                                  No se sabe…

Í’á we’élale rihpíe lé                                     Tal vez permanezcamos en la tierra

Pe chopí nahpisó neláa                                Tan solo en forma de polvo

Eeká neláa ké lé chó.                                     O quizás en forma de aire.

Gloria nos comparte un recuerdo de cuando era maestra en Rejogochi, nos dice que a veces  había que cargar en los hombros a los niños, entre ellos a Martín, que todavía no sabía leer ni escribir. Un día, Enrique, nos invitaste a conocer al Makawi poeta que ahora es Martín.

Iwiká.                                                            El Espíritu.

Mápu ne bowichí inálo                              Cuando voy hacia el pueblo

Napisó pé napisó bi ju                                el polvo es tan solo polvo

Ba´wí  pé ba´wí bí jú                                     el agua es tan solo agua

A´lí ko eeká pé eeká bí jú                           y el viento es tan solo viento

 Nóli be mapua´lí wé´érali ne awí          pero cuando danzo en piso de tierra

A´lí kayaní napisó                                          y levanto el polvo

Echi napisó ko                                                entonces el polvo

Kéti anayáwali sa´páala jú;                       es la carne de mis antepasados

Echi ba´wí ma´pu ´mawá komichi           y el agua cristalina que corre

Kéti wichimóba lalá jú;                               es la sangre del mundo;

A´lí   eeká kó                                                    y el viento

Kéti retémali  iwikáala jú.                          Es el espíritu de mi raza.

Gracias Enrique por todo. Gracias por haber ido hace bien poquito al taller donde trabajo, acompañado del amigo común, Luis;  por haberle platicado con emoción que nosotros, tú y nosotros, éramos parte de una comunidad  grande y diversa, que antes nos juntábamos mucho a conversar y a cantar, y que qué padre sería volver a hacerlo…volteaste al patio y me dijiste, mira, aquí puede ser, aquí nos podemos volver a juntar como antes… y entonces encontré el momento oportuno para decirte: cuánto conoces a los rarámuri! Pero tú no lo aceptaste y con presteza me reviraste: Más los conocen ustedes!

 Hoy estamos aquí en esta ceremonia para abrazarte y animarte. Martín y su familia te bendicen. Comenta en voz alta el Pato que tú no crees en Dios, pero que eres muy respetuoso de las creencias de los demás. Que cuando lo acompañas a  las comunidades rarámuri en la sierra, no tienes  ninguna dificultad en celebrar con él y con ellos los ritos y danzas de agradecimiento o  de petición que celebran, que los rarámuri han  hecho con él y contigo lo que quieren…yo lo escucho…los han domesticado, quizá; pero  creo, Enrique,  que tú los vives y eres  un rarámuri, un buen amigo rarámuri.

1.- El agua y la sombra. Elogio para los dedos (6), de Enrique.

2.-Ibidem.Trayectoria. De Enrique.

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