Con André Breton de Montreal a México

Por Hermann Bellinghausen

—Los paraguas rotos y abandonados son murciélagos con las alas plegadas entre el pasto, quizá fulminados por un golpe de luz. Llegó el otoño por entero, como en los calendarios japoneses, hojas rojas y amarillas en el bosque y los árboles de las calles, por los suelos alfombrados de hojas muertas, aunque hoy vivaces por acción transparente de la lluvia, y al otro día secas, mustias, pardas, indistintas.

En los parques las estatuas se aburren como ostras. Nada recuerda sus batallas, sus glorias, sus golpes de suerte, sus obras completas. Los crímenes impunes de su poderío yacen bajo esos bronces, pero en otoño ya no importa. No hay niños correteando, ni madres o niñeras, ni algarabía escolar. Las aves la emprendieron al sur. Aún en tiempos de desorden climático algunas estaciones se comportan de acuerdo con lo previsto.

Si uno entra en la frecuencia de André Breton, parece que cualquier cosa puede ocurrir. Un paso lleva a otro por gracia de lo andado y los hallazgos no son milagros ni premios, apenas revelaciones entrevistas por las grietas, los callejones, los senderos sorpresivos. Un paso lleva a otro, y es difícil sustraerse al ojo del huracán. Veo en el centro de la plaza pública a ese hombre inmóvil en quien, lejos de aniquilarse, se combinan y maravillosamente se limitan las voluntades adversas de todas las cosas sólo para la gloria de la vida, de ese hombre que, lo repito, no es ninguno, nos avisa el capitán Breton en Los vasos comunicantes. Lo ve arrancado a la confusión social, distraído de la mordedura de una ambición irrefrenable, y aún así considera que el mundo se recompone en su principio esencial, a partir de él. Tal vez debió escribir de cualquiera, ya que uno es ninguno. Un paso lleva a otro. El capitán Bretón exalta la sed espiritual que del nacimiento hasta la muerte es indispensable que calme, y que no cure.

Buscando una cerveza das con un negocio de mexicanos a miles de kilómetros de nuestra última frontera que promete chilaquiles y tacos: El Mezcal. Pese al nombre, sólo tiene licencia para Jarritos y aguas de fruta. Pero, como indica un joven de Querétaro (así se ubica a pregunta expresa), a pocos pasos, sobre la calle Príncipe Arturo habrá un lugar con recomendable variedad de cervezas. Eso dijo. ¿Es inocente su consejo? Entrar al O-Noir no resulta tan simple como sentarse, sírvame tal y ya. El O-Noir, decorado como su nombre lo indica en puro negro y atendido por vampirescas apariciones muy amables, es un restorán de concepto, donde comes y bebes a oscuras. Pitch dark es la expresión que emplea la mujer. Para recrear las condiciones de los invidentes, añade no sabes si con ironía o altruismo.

La dama, de esbeltos y negros pasos y voz de arena gruesa, a lo María Félix, tiene la frente partida por la fina greca, tatuada o pincelada, de una soga benévola, sugiriendo poder mental, o al menos atención, que suele ser suficiente para navegar el mundo. Se sirven cocteles, cervezas, vinos y misterios, reza escrito con gis el pizarrón de la barra, espejo en el espejo. Magritte sale del baño. Lleva prisa. Olvida el sombrero y la pipa. ¡Aguarda, René, René!, vo-cea la mujer. Inútilmente.

En el bar lees un menú de comida normal con ingredientes detallados. Allí consumes el primer vino o la primera cerveza. Se ordena lo que se comerá, y los comensales son conducidos a un salón a oscuras, doble cortina negra, lo mismo da si abres o no los ojos. Todo cómodo, suave. Ocupas tu asiento, palpas que tengas platos, cubiertos, servilleta, copa, vaso. Y esperas. Ya informó la mujer con la frente grabada que a un costado del establecimiento opera la planta cervecera El Dispensario. Son sus cervezas las que aquí se sirven a ciegas: amargas, boreales, de experiencia acumulada.

Apremia la noche fría. Calle abajo es calle arriba. Para evadirte de la duda ruedas lejos del restorán de ciegos, amarras tus pies al suelo que se mueve rápido, así que te lleva, te desliza. Pasa una mujer que si habla parece que va a estornudar pero no, así es la forma de su cara.

André Breton, ordenado a su manera, te alcanza al oído y te dispara al pecho, con la batalla en Culiacán en las noticias. En México el gran mensaje de las tumbas carga el aire de electricidad. Siendo un lugar mal despertado de su pasado mitológico, sigue evolucionando bajo la protección de Xochipilli, dios de las flores y la poesía lírica, y de Coatlicue, diosa de la tierra y de la muerte violenta. Sus efigies dominan en patetismo y en intensidad a todas las otras.

Esto explicaría algunas cosas, le alcanzas a decir.

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