Por Agencias
—Chihuahua–Anoche fue hallado muerto el jefe del departamento de Culturas Étnicas y Diversidad y coordinador del Programa Institucional de Atención a las Lenguas y las Literaturas Indígenas (PIALLI), de la Secretaría de Cultura de Chihuahua, Enrique Alberto Servín Herrera. Al parecer, se trató de un asalto.
El cuerpo de Enrique Servín fue localizado a las 19:51 horas en su casa, ubicada entre la calle Segunda entre las calles De la Llave y Coronado, del centro de la ciudad. De acuerdo con los primeros reportes, tenía un golpe en la parte frontal de la cabeza. Había rastros de sangre.
Una hermana del funcionario declaró que no se encontraba el vehículo de Servín, un Nissan Tsuru 2003 dorado, con placas de circulación ELF-2695.
La muerte de Enrique Servín atravesó a todos los sectores de la sociedad chihuahuense, por la trascendencia de su trabajo a favor de las lenguas indígenas y en la comunidad cultural e intelectual de la entidad, por su generosidad y sencillez.
La Secretaría de Cultura emitió una breve reseña de su funcionario. Lo describe como escritor, poeta, traductor, férreo defensor de las lenguas indígenas, reconocido y respetado entre la comunidad cultural e intelectual chihuahuense, por su extensa trayectoria, mayormente enfocada en la difusión y conservación de la cultura de los pueblos originarios de Chihuahua.
“Un hombre sencillo, de trato cordial, inteligente y gran sabiduría, con una enorme capacidad para entender y descifrar las necesidades de los demás por medio del lenguaje, la comunicación y la reflexión”, expresó la institución.
“Su deceso deja un hueco irremplazable”; publicó la dependencia de cultura.
Semblanza
Enrique Servín Herrera nació en la ciudad de Chihuahua, estudió la Licenciatura en Derecho por la Universidad Autónoma de Chihuahua, y la maestría en Antropología Social en la Escuela Nacional de Antropología e Historia, Unidad Chihuahua. En 1996 obtuvo el Premio Chihuahua de Literatura en el área de poesía.
Aprendió Italiano y Francés durante la secundaria. Realizó posteriormente estudios como autodidacta, a diversos niveles, de los idiomas inglés, ruso, polaco, portugués, catalán, sueco, alemán, rumano, náhuatl, tarahumar, maya, malayo-indonesio, chino, latín, griego clásico, griego moderno, islandés, hawaiiano, georgiano, guaraní y swahili.
Reconocimientos
· En 1996 obtuvo el Premio Chihuahua de Literatura en el área de poesía, otorgado por el Gobierno del Estado de Chihuahua.
· En 2004 obtuvo el Premio Nacional de Literatura José Fuentes Mares, el género de poesía, otorgado por el Instituto Nacional de Bellas Artes y la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez.
· En 2014 recibió el Premio L. Gaboriau de Traducción Literaria, otorgado por el Banff Centre del Consejo Canadiense de las Artes, por su trabajo como promotor de textos traducidos a las lenguas indígenas del Estado de Chihuahua.
· En 2015 obtuvo el Premio Internacional de Mito, Cuento y Leyendo “Andrés Henestrosa”, otorgado por el Gobierno del Estado de Oaxaca.
Enrique Servín (Chihuahua, Chihuahua, 1957 -2019), en cuya persona se entreveran el escritor y el políglota que con igual solvencia escribió poemas y tradujo del árabe a Ibn Arabi, a Denise Levertov del inglés, a Tadeusz Rozewicz del polaco, a Anna Ajmátova del ruso. Asimismo es un notable traductor del náhuatl, el tarahumara y otras lenguas originarias de México. Para hacer visibles asuntos que no solemos advertir quienes leemos en traducción, Alejandro Merlín lo entrevistó sobre su acercamiento a otras lenguas, su labor de traductor, su relación con la poesía y el lenguaje en un texto publicado en “Tierra Adentro” del cual se publican aquí unos fragmentos acerca de su vida y visión del idioma:
Traduzco, como diría Manuel Bandeira, de manera bisiesta. Lo hago, con algunas excepciones, por mero placer, sin más motivación que deleitarme (y a unos cuantos) con el lenguaje. Y no, la poesía no está en vías de extinción (salvo que todo pareciera estarlo). Y no lo está porque la poesía no es una moda, ni un producto comercial, ni un desarrollo tecnológico, sino que surge de una forma particular y necesaria de la experiencia, y cristaliza en una forma necesaria y poderos de la expresión. La poesía es, a pesar de lo que parezca, necesaria. Muy pocas manifestaciones culturales se mantienen tan frescas con el paso de los siglos.
El primer recuerdo que guardo relacionado con los idiomas es un ademán de mi madre. Yo tenía cinco o seis años. Ella señalaba la luna repitiendo en voz baja “moon”, con esa vocal larga y suave de la palabra en inglés. Poco después se mudaron a vivir cerca de nuestra casa unos italianos de apellido Guglielmina. Regañaban en italiano a sus hijos, quienes les contestaban indistintamente en italiano o en castellano. Un día le pregunté a mi papá que cómo era posible eso y me respondió que para ellos el italiano era “tan natural y tan entendible” como para mí el español. Quedé muy impresionado con eso.
Poco después me hice amigo de esos niños y comencé a tomar notas en un cuaderno para recordar el significado de las palabras que iba aprendiendo en su casa. Así, el italiano fue mi primer “segundo idioma”. Mi madre vio mi interés y comenzó a enseñarme francés. Poco después Jean Louis Silvy, entonces director de la Alianza Francesa, me becó generosamente para tomar un par de cursos ahí, que después seguí por mi cuenta. Luego estudié ruso, a través del inglés, ya que los manuales que conseguía estaban casi todos en esta última lengua; si me encontraba con palabras o expresiones que no entendía se las preguntaba a mi abuela, que había vivido de joven en los Estados Unidos.
Comencé a estudiar inglés por razones prácticas, como lengua auxiliar para estudiar otras lenguas. Descubrí que se trataba de un idioma riquísimo, flexible e inteligente, con su vocabulario exorbitante y la sutileza que le confiere su inusual sistema de modificadores verbales, que hacen que un verbo se desdoble en muchos otros, funcionando como una especie de pequeño sistema solar: move in, move out, move along, move about, move away.
Empujado por la fascinación imparable que pueden provocar, siguieron otras lenguas: tarahumara, maya, árabe, alemán, persa, catalán, maltés, sueco, malayo-indonesio, portugués, swahili, polaco. Fascinación con desventajas: entre más idiomas estudies, menos profundizas en ellos.
Las anécdotas van de lo trágico a lo cómico. Hace dos años el tinaco de mi casa se descompuso y los pisos de mi biblioteca (dos cuartos llenos de anaqueles y pilas de libros acomodadas por todas partes) se anegaron por completo y los libros quedaron inservibles. Me dolía tirarlos a la basura. Los dejé en la banqueta por si alguien se interesaba en ellos. Los días que siguieron vi a los transeúntes, extrañados, tratando de hojear el Kalila wa Dimna en árabe, la Egils Saga en islandés y el Ramayana de Valmiki en sánscrito, entre muchos otros libros y otros idiomas. Algo como para llorar.
En otra ocasión, en los Ángeles, California, un amigo estadounidense fue a visitarme al centro comercial japonés donde yo trabajaba. Mientras platicábamos, llegaban turistas a pedir información, y yo les contestaba en francés, italiano, portugués y en otros idiomas —con errores, se entiende, pero eso no lo nota quien no los ha estudiado—. En eso llegó una pareja asiática y hablé con ellos en indonesio. “This is witchcraft!” interrumpió mi amigo, “That’s why we had the Spanish Inquisition!” (“¡Esto es brujería!: ¡Para algo existía la Inquisición Española!”). Tal vez lo más gracioso que me ha pasado con los idiomas fue una ocasión en la que descubrí una librería: “Tibet. Libros Orientales”.
Con la estúpida esperanza de encontrar en este país un manual de tibetano entré a curiosear en los estantes. El dueño me preguntó qué buscaba. Le dije que un método o una gramática tibetanos. Con naturalidad me respondió: “No tenemos esa clase de libros aquí, pero le voy a dar el teléfono de un especialista en tibetano y sánscrito que vive en Chihuahua”. Sacó su libretita y en un papel me anotó los datos. Tomé el papel muy entusiasmado pero luego, para mi sorpresa, leí: “251-85-06…, Enrique Servín”. “Mire usted”, le contesté muy serio, “Este hombre es un impostor y puedo asegurarle que no sabe ni una palabra de sánscrito, mucho menos de tibetano”. “¿Lo conoce?”, “sí, señor”, le contesté, “me temo que sí lo conozco”. Como quien dice: “…Yo soy Garrick. Cambiadme la receta”.
Sin poder honrar a un poeta, sin mejor forma que leerlo, queda compartir parte de sus textos, el poema escrito a su padre. “Mi padre frente al mar” “A la memoria de Enrique Servín Llorente” publicado en su perfil de facebook:
“Yo corro por laderas o colinas que parecen de plata
siento mi cuerpo como quizá nunca antes.
El aire es un limpio manto que viene
de más allá de los pastizales. De un lugar
Deshabitado, vasto. Todo es verde y brillante.
Persigo un ave que se eleva, desciende, vuelve a alzarse otra vez
a ratos se confunde con el cielo pero luego regresa
y los pastos sedosos forman rápidas ondas.
Respiro, hay tanta luz. Subo una cuesta.
Y de pronto apareces, frente al mar
y el ave, que se aleja y vuela sobre nosotros, se pierde.
Pero estas tú. Algo me dices, apenas, y sonríes.
Como eras tú.
Cuántas cosas habríamos recordado, cuántas cosas
halladas, entendidas. Y yo volviendo a verte, frente al mar.
Qué bien lucías, padre. Qué bien te sentaba la muerte.
Cuánto silencio y lejanía acumulados en estos raros años de tu ausencia.
El verte una vez más, qué dulce era. Y el mar
que nunca vimos juntos, cómo brillaba
desde un oleaje lento, como algo incomprensible, y en paz.
Pero de pronto un ruido, un movimiento brusco en el camino
me despertó
y alrededor quedó el rumor del autobús en que viajaba
la sorda oscuridad de las distancias sin fin. El regresar
a un viaje menos bello y más triste, en medio del desierto.
Las ventanillas frías, unos pocos vislumbres de formas indecibles
en la noche: La larga carretera hacia lo oscuro.
¿A qué ciudad me acercaba? ¿A dónde quería ir? ¿Qué perseguía?
Tú, hacía un instante, allá, tan lejos, frente al mar
Yo, desde este lado, ahora, más acá de los sueños
dudando como siempre, tenso y callado
viajando por el hondo desierto de la noche
por ajenos caminos
hacia ajenas ciudades.”
Descansa en paz, Enrique.