Por Leonardo Boff
Fenómenos nuevos exigen palabras nuevas. Así ciudadanía se deriva de ciudad y florestanía, de floresta. Esta nueva palabra, florestanía, ha sido creada en el Estado de Acre, bajo el gobierno de Jorge Viana, y representa un concepto nuevo de desarrollo y de ciudadanía en el contexto de la floresta o selva amazónica.
El propósito es implementar la ciudadanía de los pueblos de la selva, de los indígenas, de los seringueros y de los ribereños, lo cual debe traducirse en inversiones públicas en la educación, en la sanidad y en las formas de producción extractivista, teniendo como referencia principal la floresta y su derivación, la florestanía.
La floresta-selva y el ser humano viven un pacto socioecológico inclusivo, donde el ser humano se entiende parte de la selva y esta se convierte en un nuevo ciudadano, respetado en su integridad, biodiversidad, estabilidad y exuberante belleza junto con otros ciudadanos humanos. Ambos se benefician: el pueblo y la selva, porque se abandona la lógica antropocéntrica y utilitaria de la explotación y se asume la lógica ecocéntrica de la mutualidad que implica respeto mutuo y sinergia.
Esta comprensión abre espacio para un posible enriquecimiento del concepto de ciudadanía desde la reflexión ecológica más avanzada. Ahora se trata de la floresta no solo como ciudadanía en la floresta sino como ciudadanía de la floresta. Por lo tanto, la floresta o selva es considerada un nuevo ciudadano.
El entendimiento que subyace a esta declaración, que ha entrado en las constituciones de Ecuador y Bolivia, reside en el hecho de que la naturaleza y la Tierra son condiciones necesarias para la vida. Ésta solo existe porque está sustentada por factores físico-químicos y ecológicos terrestres sin los cuales no habría vida. Si la vida tiene dignidad, un hecho aceptado por todos, ella engloba también la dignidad de los elementos que la hacen posible en el planeta.
Además, la naturaleza y la tierra tienen valor en sí mismas, independientemente de la existencia humana, que irrumpió casi al final del proceso cosmogénico. Si tienen valor en sí mismas, Tierra y naturaleza, deben ser respetadas. El mismo ser humano debe comprenderse parte de la naturaleza y de la propia Tierra, formando con ellas una entidad grande y única. Este es el legado que los astronautas nos transmitieron desde su nave espacial y desde la Luna: Tierra, naturaleza y humanidad forman una entidad única y compleja.
Desde este punto de vista, que sostienen cada vez más la biología y la cosmología modernas, la floresta como floresta, la naturaleza y la Tierra son vistas como sujetos y como ciudadanos y como tales, titulares de derechos.
Esto se hizo más claro cuando la ONU, en una sesión solemne el 22 de abril de 2009, decidió llamar Madre Tierra a la Tierra, dándole el mismo tratamiento que dedicamos a nuestras madres: respeto, cuidado y veneración.
Por lo tanto, es necesario extender la personalidad jurídica a la floresta, a los ecosistemas y a la Tierra como Gaia. Como bien dijo el pensador Michel Serres: «La Declaración de Derechos Humanos de 1789 tuvo el mérito de decir ‘todos los hombres tienen derechos’ y el defecto de pensar ‘solo en los hombres’». Los indígenas, los esclavos y las mujeres han tenido que luchar para ser incluidos en ‘todos los hombres’. Y hoy esta lucha incluye a las florestas y a otros seres de la naturaleza también sujetos de derechos y, por lo tanto, nuevos miembros de la sociedad ampliada.
Finalmente, la Tierra misma, como Gaia, superorganismo vivo, debe incluirse en la lista de ciudadanos. Sería esa realidad ciudadana la que crea las condiciones para todos los demás tipos de seres, como la condición de su valor intrínseco y de sujetos de ciudadanía.
Las nuevas ciencias, la astrofísica y la cosmología nos aseguran que el universo no resulta de la suma de todos los seres existentes y por existir como si estuvieran yuxtapuestos entre sí. Todos están inter-retro-conectados. El universo es el conjunto articulado de conexiones de todo con todo en todos los puntos y momentos. Todos los seres no solo son portadores de masa y energía, sino también de información intercambiada, reelaborada y almacenada de una manera única y propia de cada ser.
El Papa Francisco en su excepcional encíclica de ecología integral “sobre el cuidado de la Casa Común” (2015) enfatizó repetidamente la relación y la interdependencia de todos con todos: «ninguna criatura es suficiente para sí misma… todo está interconectado… todo está relacionado» (nºs 86, 118, 120). De hecho, una vez que creamos la amenaza de destrucción de Tierra-Gaia, ya no podemos excluirla del nuevo pacto social, como hicieron Hobbes, Rousseau y Kant en el pasado, y Habermas y Appel en el presente. Estos dieron y dan por descontado el futuro de la Tierra. Hoy ya no es así. Devastada Gaia, ya no hay ninguna base para ningún tipo de ciudadanía ni de derechos, personales, sociales ni naturales. Si queremos sobrevivir juntos, la democracia también debe ser biocracia y cosmocracia, en una palabra, una democracia socioecológica.
A partir de esto, científicos eminentes admiten que el universo y cada ser son portadores de niveles diversificados de conciencia y tienen algún tipo de subjetividad, resultado de las interrelaciones que mantienen entre todos. La diferencia entre la subjetividad humana y la del universo o la de las selvas o la de otros seres no es de principio sino en grado.
En nosotros, en un grado altamente complejo y, por lo tanto, autoconsciente; en el universo y en la selva amazónica en otro, menos complejo, pero igualmente con su propio grado de conciencia y subjetividad. Por eso la selva interactúa, siente, sufre, se regocija, da sus señales, responde y nos da lecciones, algunas sabias y otras duras. Pero muestra que quiere ser escuchada, atendida, respetada e incluida en el cuidado humano.
Si la florestanía se asume en el sentido amplio que se postula aquí, como ciudadanía en la floresta y de la floresta, veremos algo inaudito en el mundo. En la región de la mayor biodiversidad del planeta, en la selva amazónica, se inaugurará un nuevo ensayo de civilización, una posible referencia para las demás selvas tropicales de la Tierra, asumidas y respetadas como ciudadanos. Y se comprobará la realidad de un desarrollo no depredador, de un ser humano convertido en el ángel bueno de la Tierra y no su satanás amenazador.
Durante millones de años el Amazonas desembocó en el Pacífico
En función del Sínodo pan-amazónico, continuemos profundizando la historia del ecosistema amazónico. Euclides da Cunha (1866-1909), un clásico de las letras brasileras, fue también un apasionado investigador de la región amazónica, y escribía en 1905: «La inteligencia humana no soportaría el peso de la realidad portentosa de la Amazonia; tendrá que crecer con ella, adaptándose a ella para dominarla» (Um paraíso perdido, reunión de ensayos amazónicos, Petrópolis 1976, 15). Tal constatación muestra la exuberante riqueza de este ecosistema inconmensurable.
Paradójicamente la Amazonia es también el lugar que sufre más violencia. Si queremos ver la cara brutal del sistema capitalista depredador, visitemos la Amazonia. Ahí emerge el gigantismo del espíritu de la modernidad, la racionalización de lo irracional y la lógica implacable del sistema anti-naturaleza.
El Estado brasileiro, las empresas nacionales y las multinacionales, formaron un gran trío, y dieron origen a lo que se ha llamado “el modo de producción amazónico” (cf. Mires, F., Discurso de la naturaleza: ecología y política en América Latina, DEI, San José 1990, 119-123). Es un modo que se define como una forma de producción/destrucción terriblemente depredadora, con la aplicación intensiva de tecnología contra la naturaleza, declarando la guerra a los árboles, exterminando poblaciones originarias y adventicias, superexplotando la fuerza de trabajo, incluso a modo de esclavitud, en vistas a la producción para el abastecimiento del mercado mundial.
La Amazonia continental comprende 6,5 millones de km cuadrados, que cubren dos quintos del área latinoamericana: mitad de Perú, un tercio de Colombia y gran parte de Bolivia, Venezuela, Guyana, Guayana Francesa y Surinam, y 3,5 millones de km cuadrados del área brasilera.
Geológicamente, el proto-Amazonas, durante todo el paleozoico (hace entre 550-230 millones de años) formaba un gigantesco golfo abierto hacia el Pacífico. América del Sur estaba todavía unida a África. En la era cenozoica, al comienzo del período terciario hace 70 millones de años, empezaron a surgir los Andes y durante todo el plioceno y el pleistoceno, y a lo largo de miles y miles de años, bloquearon la salida de las aguas hacia el Pacífico. Toda la depresión amazónica quedó convertida en un paisaje acuoso hasta encontrar una salida hacia el Atlántico, como ocurre actualmente (cf. Soli, H., Amazônia, fundamentos da ecologia da maior região de florestas tropicais, Vozes, Petrópolis 1985, 15-17).
El río Amazonas, según las investigaciones más recientes, es el río más largo del mundo, con 7.100 kilómetros, cuyos manantiales se encuentran en Perú, entre los montes Mismi (5.669 m) y Kcahuich (5.577 m), al sur de la ciudad de Cuzco. Es también, con mucho, el más caudaloso, con un caudal medio de 200.000 metros cúbicos por segundo. Sólo él, contiene de 1/5 a 1/6 de la masa de agua que todos los ríos de la Tierra lanzan conjuntamente a los océanos y los mares. El lecho principal del río tiene un promedio de anchura de 4-5 km, con una profundidad que varía de 100 m en Obidos a 4 m en la desembocadura del río Xingú.
En la Amazonia se ofrece el mayor patrimonio genético. Como decía uno de nuestros mejores estudiosos, Eneas Salati: «En pocas hectáreas de la selva amazónica, existe un número de especies de plantas y de insectos, mayor que toda la flora y la fauna de Europa» (Salati, E., Amazônia: desenvolvimento, integração, ecologia, Brasiliense/CNPq, São Paulo 1983; cf. Leroy, J.-P., Uma chama na Amazônia, Vozes/Fase, Petrópolis 1991,184-202; Ribeiro, B., Amazônia urgente, cinco séculos de história e ecologia, Itatiaia, Belo Horizonte 1990, 53). Pero no nos debemos engañar: esta selva exuberante es extremadamente frágil, pues se yergue sobre uno de los suelos más pobres y lixiviados de la Tierra, como escribimos en el artículo anterior.
En la selva amazónica precolombina vivían, según el historiador Pierre Chaunu, 2 millones de habitantes, y en toda América del Sur unos 80-100 millones, 5 millones de ellos en Brasil.
Desarrollaron un sutil manejo de la selva, respetando su singularidad, pero, al mismo tiempo, modificando el hábitat para estimular aquellos vegetales útiles para el uso humano. Como afirma el antropólogo Viveiros de Castro: «la Amazonia que vemos hoy es la que resultó de siglos de intervención social, así como las sociedades que allí viven son el resultado de siglos de convivencia con la Amazonia» (“Sociedades indígenas y naturaleza”, en Tempo e Presença, nº 261, 1992, 26). E. Miranda es todavía más enfático: «Queda poca naturaleza intocada y no alterada por los humanos en la Amazonia» (Quando o Amazonas corria para o Pacífico, Vozes, Petrópolis 2007, 83).
En el Brasil pre-cabralino había cerca de 1.400 tribus, el 60% de ellas en la parte amazónica. Se hablaban lenguas pertenecientes a 40 troncos subdivididos en 94 familias diferentes, fenómeno fantástico, que llevó a la etnóloga Berta Ribeiro a afirmar que «en ninguna otra parte de la Tierra se encontró una variedad lingüística semejante a la observada en la América del Sur tropical» (Amazônia urgente, op. cit. 75).
Conviene señalar que en el interior de la selva amazónica, 1.100 años antes de la llegada de los europeos, se formó un espacio inmenso (diría que casi un “imperio”) de la tribu tupí-guaraní. Ésta ocupó territorios que iban desde los contrafuertes andinos, formadores del río, hasta la cuenca del Paraguay y del Paraná, llegando después al Norte y al Nordeste, para bajar hasta el Pantanal y las pampas gaúchas.
Prácticamente, todo el Brasil florestal, excepto algunas partes, fue conquistado por los tupí-guaraní (cf. Miranda, E., Quando o Amazonas corria para o Pacífico, op. cit., 92-93). Se creó un “proto-Estado” con animado comercio con los Andes y el Caribe.
De esta forma se deshace la creencia del carácter salvaje de la Amazonia y de su vacío civilizatorio.