Por Jesús Chávez Marín y Josefina Hernández Bernadett
Te deseo casi desde que te conocí hace treinta y tantos años, y
ahora viniste a mi vida como un delicado regalo; pero sé que en
estos meses la región por la que andas se llama fragilidad. Sería
fácil seguir con esta maravilla inesperada, aprovecharme de la
circunstancia del atormentado proceso de separación de tu ahora
exmarido, quien te traicionó de la manera más común y corriente,
aunque para ti la separación fue una quebradiza tragedia. Así que
no es momento de tenerte, sino de escucharte.
Carlos la pensó mucho antes de mandar ese mensaje en el
Messenger y al final no decidió nada, solo siguió el impulso de tocar
levemente la flecha azul de enviar y ya ni modo. Mañana Laura lo
leería y todo podría suceder, desde regañarlo por su lenguaje
macho de siglo pasado, las expresiones como la de “no es
momento de tenerte”, hasta reclamarle por su tácito y un tanto
cobarde no, luego de su amorosa entrega de la noche anterior.
Antes de que sucediera la delicia del amor en una cómoda
habitación de hotel, se habían reunido en el bar. La conversación
había estado teñida por un drama tremendo en el epicentro del
divorcio de Laura, quien lo había elegido a él para festejar que esa
misma mañana se había firmado la sentencia definitiva y que era
ya, luego de meses de un proceso muy doloroso y agresivo, una
mujer libre. Mientras tomaban sucesivos vasos de whisky, dos él,
uno ella, cada vez, Laura le platicó a Carlos durante horas, a veces
llorando a gritos y en otras con erizada calma, todos los hechos:
cuando halló la carta de la chica en una bolsa del saco azul marino,
lo que solo fue la punta del iceberg de la serie de amoríos que René
había tenido con mujeres cada vez más jóvenes, según fue
sabiendo en el trascurso de su insistente y desaforada
investigación.
Muy larga fue al día siguiente la respuesta de ella al mensaje que
Carlos había puesto. De vuelta en el Messenger, escribió:
Está bien, no te preocupes. Lo entiendo y te pido perdones mi
arrebato de anoche; sé que amas a tu esposa. De hecho me
interesas porque la amas a ella, si no la amaras, tal vez no me
atraerías. Me interesas porque tienes compromiso y te vas, ya que
temo tenerte cerca. Volverte a encontrar me ha permitido, aunque
sea de manera tan breve, vivir la fantasía de tener una pareja en
quien pueda confiar, porque sabes que siempre he confiado en ti,
aunque esta relación sea muy poco viable. Nunca dejaré de
agradecer tu apoyo en aquella etapa tan difícil.
En estos momentos confusos de mi vida me viene bien un amor a
distancia, aunque me escuche muy cínica al decirlo. Amarte me da
motivo para tener inspiración, un tinte de romance sin expectativas
que me cuida de sufrir y me evita el desgaste de luchar de nuevo.
Ya bastante batallé con el miserable que me tocó por marido.
Sabes que mi vida no ha sido fácil y mis hijos me necesitan sana y
recuperada de este golpe, además, lo que es más importante, yo
me necesito a mí sana y recuperada, así que mejor amaré así de
manera ligera para ni sentir compromiso ni ponerme en riesgo. Y a
ti te puedo querer con libertad y sin ningún peligro.
Distante estoy cómoda. Aunque me duela tu rechazo de hoy, por lo
pronto me trae algunas ventajas. Nos une el recuerdo de una
buena amistad. Nuestra historia, o lo que haya habido, reconócelo,
empezó y terminó hace muchos años.
Sin embargo, no seré yo quien te saque de tu zona de confort. No
te buscaré. Ni siquiera me respondas este mensaje. Es más, no
podrías: en cuando le dé enviar, te borraré de mi Facebook. Tal vez
seguirás siendo mi amigo, como siempre, pero muy, muy, a la
distancia.
Cuando Laura terminó de escribir, mandó el mensaje y cerró la
laptop, todavía bastante molesta: el largo texto no logró apaciguar
su disgusto, pues qué se habrá creído este, pensaba, por lo visto lo
de anoche no significó nada para él. Maldito. Puros cobardes me
tocan. Aysh, tengo que medirme, después de todo Carlos es un
gran amigo y siempre ha sido solidario y considerado conmigo, no
debo dejarme llevar por el coraje que todavía le guardo al
innombrable, aunque ya me lo quité de encima con lo del divorcio
que tan caro me costó, y hasta tuve que dejarle la casa de
Haciendas, a pesar de que yo compré el terreno y la construí casi
completita; ¡aprovechado infeliz! Umh, pero la verdad estuvo
delicioso anoche, para qué me hago que la Virgen me habla; hacía
meses que necesitaba de una velada romántica. Ay, Carlos, mi vida,
eres bueno para el amor, lástima que seas tan escapista.
Monólogos aparte, Carlos también se la pasó el día entero
pensando en Laura, evocaba su perfume, los aromas deliciosos de
la intimidad, el timbre de su voz, sus palabras tan inteligentes a
pesar del quebranto del desastre conyugal, la sonrisa entre tímida y
seductora. En su tranquila vida de casado, el llamado de ella y la
noche de fábula en la que se cumplió aquel sueño de amor
imposible que aguardó tantos años en sus fantasías, todo eso, lo
llenaba ahora de inquietudes que ya no solían aparecer en su vida
sedentaria. La pregunta que se alzaba en el zenit de un resplandor
que regresa era: ¿acaso el milagro del amor no tiene vencimiento?
Todo se hubiera quedado allí nomás, con un hombre y una mujer
evocando cada quién por su lado las delicias de un affaire fugaz, si
no hubiera sucedido que en esos mismos días le llegó a Laura la
invitación de una empresa farmacéutica global para que asistiera
como ponente a un Congreso de especialistas en Chiapas. Ella había
logrado con mucha dedicación alcanzar el estatus de una oncóloga
eminente, y muy seguido le llegaban ese tipo de invitaciones de
laboratorios que la mitad de las veces declinaba, pues su agenda
andaba siempre saturada, los pacientes y su cargo de directora de
enseñanza en los hospitales del ISSSTE en Chihuahua ocupaban su
tiempo en forma desmesurada: su energía no sabía de horarios ni
limitaciones. Y sobre todo ahora que los dos hijos ya se habían
casado y desde hacía casi un año, cuando inició el proceso de
divorcio, vivía sola. Solita y su alma, decía ella.
La mayoría de las veces las invitaciones eran declinadas, pero esta
vez avisó que asistiría, que en los viáticos consideraran una
reservación para dos personas. Se podía permitir ese lujo porque
era una de las cinco especialistas más prestigiadas del país y los
laboratorios no le negaban el más mínimo capricho, con tal de
presentarla en sus eventos. Sin consultarle nada a Carlos, había
tomado la determinación de apropiárselo una semana, aunque
fuera para cumplirse el anhelo y al fin vivir una fantasía inconclusa;
sentía que ambos tenían un pendiente, porque ese sueño se había
construido muchos años atrás y también por la curiosidad de vivir
un amor furtivo con alguien que en momentos de crisis estuvo tan
cercano. Hasta hoy solo había conocido la vida con su esposo y dos
o tres noches de escapaditas ocasionales con algún colega amigo.
Aunque ya había borrado a Carlos de su lista de amigos de
Messenger, había conservado el número de teléfono. En cuanto
recibió confirmación del Congreso informándole que ya estaba
incluida en el programa y autorizados sus viáticos de manera más
que sobrada, le puso un mensaje en el WhatsApp.
Carlos: Sigo enojada por tu mensaje machista y condescendiente,
pero de todos modos te escribo para invitarte a que me acompañes
a Chiapas, a un Congreso médico la semana anterior a la Semana
Santa. No quiero ir sola, ni andar por allá toda triste. Quiero que
vayas conmigo.
Ella sabía que él era muy dueño de su tiempo. A pesar de ser un
hombre ocupado, el hecho de tener su empresa, una agencia de
noticias, le daba libertad para viajar cuando le diera la gana, pues
tenía tres magníficos colaboradores que daban continuidad y
estructura a sus proyectos e investigaciones. Así que, si no
aceptaba, o le inventaba un pretexto, sería porque de plano quería
mantenerse lejos y entonces sí, nada que hacer. No sé por qué
dicen que viejos, sobran, y que hay un montón hasta para aventar
para arriba, si a la hora de la hora la verdad hay muy poquitos y
bastante limitados, la verdad.
Pero claro que por supuesto que desde luego que Carlos aceptó:
Te agradezco la invitación, hermosa. Vamos. Es más, me cae de
perlas: aunque ya el Subcomandante Marcos, hoy Sub
Comandante Galeano, anda más devaluado que el dólar, de todos
modos voy a ver si consigo entrevistarlo. Sera un honor acompañar
a una doctora tan bonita.
***
Dormita más que dormir. Cuando despierta, en la recámara de
adolescente cargada de fotos y detalles, el sol pega de lleno y
directo a la cara. La habitación iluminada le ofrece mayor
tranquilidad, se siente mejor que hace unas horas. Se estira
intentando acomodar la cabeza al nuevo día, pero de súbito cae en
cuenta que la pesadilla nocturna continúa en su versión de día.
Por los gritos, Laura se logra entender que papá se va. No es la
primera vez que lo hace, volverá de nuevo, piensa. Está sacando
cosas de la casa.
Ya está levantada y vestida cuando tu madre abre súbitamente la
puerta de la recámara. Entran ambos, sus caras están
descompuestas. Él le dice a Laura:
―Pues esto se acabó. Te irás a vivir con la abuela porque tu madre
decidió irse de la casa.
―Di la verdad completa ―dice ella―. Que tienes otra familia. Dile
que tienes otros hijos, atrévete. Y dile que también te vas.
Y volteando hacia Laura:
―Prepara tus cosas. Ya hablé con mi mamá: desde hoy vivirás con
ella. Me haré cargo de tus gastos. Y pues este hombre que te diga si
piensa hacer algo por ti. Llévate nada más lo personal, para que tu
abuela no tenga demasiados estorbos.
Aquel es el día más frío que todos los anteriores días de tu vida. Se
siente un frío que corta la cara y rompe el corazón.
Tiemblas mientras vas haciendo las maletas. A tus 17 años, sin casa.
Mamá se va. Papá se va. Desde hoy vivirás con tu abuela.
Afuera las maldiciones siguen, cajones que se abren y se cierran,
puertas que se azotan, maletas a medio hacer, estorbos,
envoltorios en la sala.
Nadie ha pensado en el desayuno. Laura va a la cocina y calienta un
café para quitarse el frío. Mordisquea un trozo de pan y piensa con
la mente en blanco, ida, perdida en la nada. Una grieta se abre paso
en la maraña de ideas y emociones. Un rayito de sol entra a su
corazón cuando viene a la mente el nombre de Carlos.
Camino a casa de la abuela, cargando dos maletas; la mochila y un
poco de ropa junto con un distraído que te vaya bien de parte de
mamá, pasa por un teléfono público. La madre de Carlos contesta:
―Bueno.
―Buenos días, señora. ¿Está Carlos?
―Laurita, qué gusto. Deja te lo paso.
Suenan pasos que llegan apresurados, muy pronto se oye la voz de
él:
―Qué onda, Lau.
―Ando que me lleva, ni te imaginas. Me siento horrible, no hallaba
a quién hablarle.
Media hora después se reunieron en el Café Súcaro; angustiadísima
le contó las escenas de terror de la noche anterior que continuaron
de madrugada y casi hasta mediodía. La furia de sus padres que
refirieron con crudeza cada uno de los detalles de su odio mutuo: el
papá se había enredado con otra mujer, mamá ya estaba harta de
mantenerlo a medias, decía ella, haciendo alarde de que tenía
mejor sueldo; se dijeron hasta de lo que se iban a morir, en el aire
pasaban reproches de veinte años de antigüedad, celos alucinados,
muertos de ocho días.
―Total, para no hacerte el cuento largo, se van a separar y
decidieron que me vaya con mi abuela, ¿tú crees? Pero yo no
quiero vivir allí. Ya he vivido en esa casa otras veces y es horrible, te
lo juro. No aguanto a mi abuela, ni al inútil de mi tío Julián, se la
pasa tomando y no trabaja. Cuando he estado allí, me han agarrado
de su sirvienta. Y hablaban mal de mí y de mi papá cuando creían
que no los estaba oyendo.
―Híjole, que malísima onda, Lau. Oyes, ¿y si mejor te vienes a vivir
a mi casa?
―¡Cómo crees! Estás loco.
―¿Por qué no? Para eso estamos los amigos. Además mi jefa te
adora, a veces hasta pienso que te quiere más que a mí.
***
Con tal de aminorar el problema, la mamá de Laura le dio permiso
de irse a vivir a casa de Carlos; claro, hizo las mil encomiendas,
encargándosela mucho a la mamá de él y agradeciéndole su
generosa hospitalidad. Y así fue como Laura se quedó a vivir
algunos años como una hija más de aquella generosa mujer.
Al estar en la misma casa como hermanos y mejores amigos, poco a
poco la amistad se convirtió en atracción de ambos. Pudo haber
sido la necesidad de afecto de Laura o la conexión que se fue dando
por la cercanía o las mutuas confidencias matizadas por risas y
travesuras adolescentes o sepa Dios por qué. Sucede a veces que el
afecto llega a convertir en deseo y así sucedió por esa época: le
llegó primero a Carlos quien poco a poco fue atrayendo a Laura a
un mundo de emociones intensas.
Carlos estaba listo, pero Laura…
―Lau, no te vayas, quédate conmigo. ¡Ándale!, nos ponemos a ver
películas.
Pero Laura, queriendo quedarse a ver películas o lo que fuera con
tal de estar con él, paradójicamente siempre se fue.
La conexión de ellos se mantuvo, Carlos después se casó y Laura le
siguió luego de unos meses. Ambos terminaron la Universidad con
salidas eventuales en las que estaba implícito que había un interés
que traspasaba la barrera de la amistad, pero Laura siempre se
escabullía, en un complicado enredo de cercanía y distancia.
***
Placentera tarde cargada de emoción en una tienda cara: el
Congreso en Chiapas y Carlos valen la pena el gasto. Disfruta el
incitar de su sensualidad, se da clara cuenta de eso y la ilusiona. Un
perfume en presentación pequeña para el paso por la aduana sin
contratiempos. No, mejor dos, uno para el día y otro más sexi para
en la noche; Carlos es muy sensible a las fragancias. Luego la
lencería. Es emocionante buscar estas cositas cuando además de
hacerlo para sentirse sensual, la compra tiene remitente. Esta vez,
después de tanto tiempo está pensada en alguien especial. Las
últimas compras, un saco rojo y una blusa blanca de satín con un
escote discreto para el encuentro de mañana.
Quedaron de verse en el aeropuerto con fines prácticos: él llegará
en Uber, ella en su camioneta, que se quedará en el
estacionamiento de largo plazo para ser usada por ambos en el
regreso. Él llegó primero. Estaba tan emocionado como si fuera un
adolescente en su primera cita, y en algún sentido lo era,
tratándose de Laura y Carlos, una pareja tan postergada.
Cuando llegaron al aeropuerto de Tuxtla iban de la mano con toda
naturalidad. En el viaje se habían besado ahora como tantas veces
lo hicieron de manera furtiva en su adolescencia, aunque ahora con
esa sensación que provocan los misterios que están a punto de
cumplirse. El conductor que había pasado por ellos los condujo al
hermoso Hotel Holiday Inn.
Al llegar al vestíbulo del lugar, Laura no tenía previsto que las
reservaciones fueran para el hospedaje en una sola habitación,
donde les tenían preparada una suite de lujo para dos. Los
organizadores habían dado por hecho que ella viajaría con su
pareja. Ella hubiera podido fácilmente pedir habitaciones separadas
pero, luego de reponerse de la leve contrariedad de la sorpresa,
firmó el registro con la seguridad habitual con la que tomaba todas
sus decisiones, las grandes y las pequeñas. Carlos, quien había
estado al pendiente del pequeño asunto, sonrió muy complacido
por la forma tan sencilla como ella lo resolvió al vuelo, sin ni
siquiera preguntarle su opinión.
Chiapas y su exuberante fragancia verde los esperaba. El calor
húmedo de Tuxtla, contrario al calor seco del desierto de las horas
previas, los recibe.
No bien había tomado la tarjeta para la suite, Laura escucha que la
llaman:
―Doctora.
Es un joven maya, vestido de guayabera blanca.
―¡Qué gusto recibirla!, los esperábamos un poco más temprano.
Mucho gusto de conocerlos, soy en doctor Batún. Apenas estamos
a tiempo. Para la bienvenida, tenemos una cena de gala; hay una
mesa especial reservada para ustedes. En un rato más van a poder
disfrutar las delicias culinarias de nuestra tierra. La Farmacéutica
recibe a sus invitados con lo mejor en gastronomía chiapaneca, una
música excelente, deliciosos vinos y sorpresas que los dejarán
maravillados.
―Ando un poco cansada del viaje y quiero darme un baño, así que
mejor sería si nos viéramos después ―dice ella.
―No hay excusa ―se apresura a decir el joven médico de la
guayabera blanca― tienen reservado un lugar al lado de las más
destacadas eminencias en oncología a nivel Latinoamérica.
También estarán el presidente de la compañía, el doctor Bremen, y
el vicepresidente, el doctor Schell, que tienen un interés muy
especial en compartir mesa con usted, doctora. Perdón, con ambos.
―Pues no se diga más. Vamos.
―Yo seré su anfitrión y me haré cargo del carnet y de su portafolio.
Se lo haré llegar más tarde a la habitación para que ustedes se
alisten con toda comodidad.
***
Cuando llegó Laura, el tabú del incesto quedó firmemente
establecido por la mamá de Carlos. Ese mandato trascendió más
allá de los años de la preparatoria, el tiempo que Laura vivió con
Carlos y su familia.
―Laurita y Carlos se quieren como hermanos. Ella vino aquí como
una bendición, para ser la hija que no tuvimos ―les comentaba a
sus amistades, para atajar toda maledicencia.
En consecuencia, el agradecimiento y el compromiso de Laura fue
una gran muralla que coartó su atracción por Carlos.
―Laurita va a llegar lejos, es una muchacha muy disciplinada y
estudiosa.
―¿Y a poco yo no mamá? ―preguntaba Carlos entre bromas y
veras.
―Claro, siempre te lo hemos dicho y te hemos apoyado en todo,
pero ella necesita nuestro reconocimiento en este momento que
está luchando sin su familia.
De esa manera, la madre de Carlos dejaba explícita la
vulnerabilidad de Laura y el compromiso de protegerla.
La bondad de la madre era equiparable a su firmeza y
determinación; Carlos solo se atrevió a cometer infracciones leves a
la norma establecida: tan solo algunos besos que iban en contra del
precepto que le prohibía acercarse a Laura.
A ella le gustaba bailar descalza. Cuando se daba la oportunidad y
tenían dinero, los chicos de la bola, como llamaban al grupo de
amigos mutuos, compraban cervezas y con la grabadora extraída de
casa armaban fiesta en algún parque de poca vigilancia o
caracterizado por la indiferencia vecinal. Ajena al bullicio, Laura
bailaba sola, interiorizada en su mundo.
Un día vestía una falda de primavera que se elevaba con sus giros.
Sin decirle nada, Carlos se levantó del suelo, la tomó de la cintura
para armonizar su ritmo con el de ella y ahí se inició una pasión que
solo habría de cumplirse a plenitud muchos años después, más allá
de la resignación y la desesperanza. En ese aspecto, Carlos sufrió
mucho durante el tiempo que ella vivió en su casa: su presencia
hermosa, su aroma de mujer bonita, llegaron a dolerle hasta
físicamente al muchacho, quien para entonces ya era un indefenso
enamorado.
***
Con más naturalidad de la que hubieran esperado, Carlos y Laura
formaron la breve cotidianidad de su estancia en Chiapas. Él se
disculpó de asistir al coctel de presentación y al banquete inaugural
para dejarla en el ambiente profesional del Congreso, y además él
traía su propia agenda: para esa misma tarde uno de sus contactos
le había conseguido una reunión con gente del Frente Zapatista;
estaba citado en la sala de negocios del Hotel Quinta Chiapas a
cinco de la tarde con varias personas.
En la noche llegó ella primero, venía muy contenta porque le había
ido muy bien durante ese primer día del Congreso: dos eminentes
médicos ingleses la buscaron para pedirle el favor de les permitiera
transferirle sendos pacientes que traían un pronóstico imposible de
descifrar, poquito menos que terminales. Le dijeron que luego de
haber agotado todas las posibilidades de tratamiento, ella pudiera
ser la única salvación. El conductor de la sesión plenaria de
inauguración citó dos veces su libro y dijo que esa obra, en la
actualidad, era fundamental para nuevas rutas de la medicina
contra el cáncer, en fin. El aprecio por los logros de la profesión de
en la que había empeñado su vida desde joven fue expresado de
muchas maneras en ese inicio.
Así que traía un ánimo muy sensible a festejar su éxito; sentía que
la curva del destino levantaba el vuelo, una curva que había andado
muy abajo en estos meses con el dolor y los quebrantos de su
divorcio. Se sentía libre, linda y dispuesta otra vez a todo con
Carlos, y esta vez ya no por tribulación y enojo, sino por el cariño de
tantos años y el deseo postergado.
Disfrutando el deleite anticipado de la cita llenó la amplia tina de
baño, se desnudó y preparó un juego de la fina y breve ropa íntima
que había comprado para el viaje. Con toda calma sintió la recia
caricia del agua, el suave olor del jabón y el champú, la densidad
amable de la toalla. Al pasar frente al enorme espejo de la
habitación vestida con aquellas prendas transparentes y mínimas,
sintió un poco de pudor, pensamiento que ahuyentó de su mente
de inmediato. Se percató que se sentía muy complacida de la vista
que el espejo le devolvía de sí. Se tendió en la cama y se puso a leer
una novela de Vargas Llosa, lectura ligera y entretenida, muy
distinta a la densidad de las obras científicas que frecuentaba, las
cuales también disfrutaba mucho de leer, aunque por razones
asociadas con su trabajo.
El amor se respiraba en el ambiente, la lluvia pertinaz que golpeaba
en las canteras del jardín mantenía un ritmo que incitaba
sensaciones, los grillos llamando a sus pares; las ranas agradecían el
agua de las lagunas que se forman en el jardín. Alguna pareja, entre
el gusto por la lluvia y la complicidad de las sombras formadas por
enormes hojas, aprovechó para darse un beso en umbral de la
habitación. Con tanta vida vibrando a su alrededor, Laura no podía
concentrarse en la lectura.
―Ay Carlos, mi vida, esta noche de selva esmeralda, al fin será
nuestra, completita, después de tanta espera.
Recordó el perfume que compró para incrementar el romance y lo
colocó con sensualidad disfrutando del roce de sus propias manos
sobre la piel predispuesta. Investida de su erotismo, consciente de
su ser la dueña de propio placer se asomó al balcón intentando
atrapar un poco de lluvia que en ese momento caía a cántaros. Por
un rato se mantuvo en el balcón y dejó correr el agua sobre sus
brazos, cara y pies desnudos.
Un rato después volvió al libro. Aunque la atrapó la lectura, la soltó
de nuevo, sus ideas y su piel estaban enlazadas con Carlos y la
expectativa del encuentro.
Raro amor el de ellos, hecho de ausencias, acercamientos, de
retiradas y la atracción como una especie de continua música de
fondo mantenida desde la adolescencia.
Media hora después llegó su amado Carlos, su eterno amigo, su casi
hermano. Una extraña excitación un poquito perversa le provocaba
a la idea de que estaba a punto de activar de nuevo la travesura del
incesto con este hombre de su vida. Laura sabía de la necesidad de
Carlos de saberla suya, poseerla y aunque le incomodaban esos
desplantes misóginos jugaría el juego de la seducción sin criticarlo,
disfrutando también de su propio erotismo de manera egoísta, tan
egoísta como el acto mismo de sentir.
Él llegó contento por los buenos resultados de su reunión de la
tarde: había concertado la entrevista con Galeano para esa misma
semana y, según esto, venía dispuesto a contárselo todo, pero
cuando al entrar la miró tan deliciosa tendida en la cama,
preparada como un jardín hermoso para él y para el amor, entendió
el sagrado regalo que la vida le ofrecía: otra vez sería suya esa
mujer maravillosa, como solo algunos otros días lo había sido a
través de tantos años. Los días más plenos y felices de su vida.
Ya habrá otro dilema para resolver cuando estén de regreso. ¿Será
acaso que el amor no tiene fecha de caducidad y este viaje vaticina
nuevos derroteros en sus vidas?