Cuento: Me interesas porque te vas

Por Jesús Chávez Marín y Josefina Hernández Bernadett

 

Te deseo casi desde que te conocí hace treinta y tantos años, y

ahora viniste a mi vida como un delicado regalo; pero sé que en

estos meses la región por la que andas se llama fragilidad. Sería

fácil seguir con esta maravilla inesperada, aprovecharme de la

circunstancia del atormentado proceso de separación de tu ahora

exmarido, quien te traicionó de la manera más común y corriente,

aunque para ti la separación fue una quebradiza tragedia. Así que

no es momento de tenerte, sino de escucharte.

 

Carlos la pensó mucho antes de mandar ese mensaje en el

Messenger y al final no decidió nada, solo siguió el impulso de tocar

levemente la flecha azul de enviar y ya ni modo. Mañana Laura lo

leería y todo podría suceder, desde regañarlo por su lenguaje

macho de siglo pasado, las expresiones como la de “no es

momento de tenerte”, hasta reclamarle por su tácito y un tanto

cobarde no, luego de su amorosa entrega de la noche anterior.

 

Antes de que sucediera la delicia del amor en una cómoda

habitación de hotel, se habían reunido en el bar. La conversación

había estado teñida por un drama tremendo en el epicentro del

divorcio de Laura, quien lo había elegido a él para festejar que esa

misma mañana se había firmado la sentencia definitiva y que era

ya, luego de meses de un proceso muy doloroso y agresivo, una

mujer libre. Mientras tomaban sucesivos vasos de whisky, dos él,

uno ella, cada vez, Laura le platicó a Carlos durante horas, a veces

llorando a gritos y en otras con erizada calma, todos los hechos:

cuando halló la carta de la chica en una bolsa del saco azul marino,

lo que solo fue la punta del iceberg de la serie de amoríos que René

había tenido con mujeres cada vez más jóvenes, según fue

sabiendo en el trascurso de su insistente y desaforada

investigación.

 

Muy larga fue al día siguiente la respuesta de ella al mensaje que

Carlos había puesto. De vuelta en el Messenger, escribió:

 

Está bien, no te preocupes. Lo entiendo y te pido perdones mi

arrebato de anoche; sé que amas a tu esposa. De hecho me

interesas porque la amas a ella, si no la amaras, tal vez no me

atraerías. Me interesas porque tienes compromiso y te vas, ya que

temo tenerte cerca. Volverte a encontrar me ha permitido, aunque

sea de manera tan breve, vivir la fantasía de tener una pareja en

quien pueda confiar, porque sabes que siempre he confiado en ti,

aunque esta relación sea muy poco viable. Nunca dejaré de

agradecer tu apoyo en aquella etapa tan difícil.

 

En estos momentos confusos de mi vida me viene bien un amor a

distancia, aunque me escuche muy cínica al decirlo. Amarte me da

motivo para tener inspiración, un tinte de romance sin expectativas

que me cuida de sufrir y me evita el desgaste de luchar de nuevo.

Ya bastante batallé con el miserable que me tocó por marido.

 

Sabes que mi vida no ha sido fácil y mis hijos me necesitan sana y

recuperada de este golpe, además, lo que es más importante, yo

me necesito a mí sana y recuperada, así que mejor amaré así de

manera ligera para ni sentir compromiso ni ponerme en riesgo. Y a

ti te puedo querer con libertad y sin ningún peligro.

 

Distante estoy cómoda. Aunque me duela tu rechazo de hoy, por lo

pronto me trae algunas ventajas. Nos une el recuerdo de una

buena amistad. Nuestra historia, o lo que haya habido, reconócelo,

empezó y terminó hace muchos años.

 

Sin embargo, no seré yo quien te saque de tu zona de confort. No

te buscaré. Ni siquiera me respondas este mensaje. Es más, no

podrías: en cuando le dé enviar, te borraré de mi Facebook. Tal vez

seguirás siendo mi amigo, como siempre, pero muy, muy, a la

distancia.

 

Cuando Laura terminó de escribir, mandó el mensaje y cerró la

laptop, todavía bastante molesta: el largo texto no logró apaciguar

su disgusto, pues qué se habrá creído este, pensaba, por lo visto lo

de anoche no significó nada para él. Maldito. Puros cobardes me

tocan. Aysh, tengo que medirme, después de todo Carlos es un

gran amigo y siempre ha sido solidario y considerado conmigo, no

debo dejarme llevar por el coraje que todavía le guardo al

innombrable, aunque ya me lo quité de encima con lo del divorcio

que tan caro me costó, y hasta tuve que dejarle la casa de

Haciendas, a pesar de que yo compré el terreno y la construí casi

completita; ¡aprovechado infeliz! Umh, pero la verdad estuvo

delicioso anoche, para qué me hago que la Virgen me habla; hacía

meses que necesitaba de una velada romántica. Ay, Carlos, mi vida,

eres bueno para el amor, lástima que seas tan escapista.

 

Monólogos aparte, Carlos también se la pasó el día entero

pensando en Laura, evocaba su perfume, los aromas deliciosos de

la intimidad, el timbre de su voz, sus palabras tan inteligentes a

pesar del quebranto del desastre conyugal, la sonrisa entre tímida y

seductora. En su tranquila vida de casado, el llamado de ella y la

noche de fábula en la que se cumplió aquel sueño de amor

imposible que aguardó tantos años en sus fantasías, todo eso, lo

llenaba ahora de inquietudes que ya no solían aparecer en su vida

sedentaria. La pregunta que se alzaba en el zenit de un resplandor

que regresa era: ¿acaso el milagro del amor no tiene vencimiento?

 

Todo se hubiera quedado allí nomás, con un hombre y una mujer

evocando cada quién por su lado las delicias de un affaire fugaz, si

no hubiera sucedido que en esos mismos días le llegó a Laura la

invitación de una empresa farmacéutica global para que asistiera

como ponente a un Congreso de especialistas en Chiapas. Ella había

logrado con mucha dedicación alcanzar el estatus de una oncóloga

eminente, y muy seguido le llegaban ese tipo de invitaciones de

laboratorios que la mitad de las veces declinaba, pues su agenda

andaba siempre saturada, los pacientes y su cargo de directora de

enseñanza en los hospitales del ISSSTE en Chihuahua ocupaban su

tiempo en forma desmesurada: su energía no sabía de horarios ni

limitaciones. Y sobre todo ahora que los dos hijos ya se habían

casado y desde hacía casi un año, cuando inició el proceso de

divorcio, vivía sola. Solita y su alma, decía ella.

 

La mayoría de las veces las invitaciones eran declinadas, pero esta

vez avisó que asistiría, que en los viáticos consideraran una

reservación para dos personas. Se podía permitir ese lujo porque

era una de las cinco especialistas más prestigiadas del país y los

laboratorios no le negaban el más mínimo capricho, con tal de

presentarla en sus eventos. Sin consultarle nada a Carlos, había

tomado la determinación de apropiárselo una semana, aunque

fuera para cumplirse el anhelo y al fin vivir una fantasía inconclusa;

sentía que ambos tenían un pendiente, porque ese sueño se había

construido muchos años atrás y también por la curiosidad de vivir

un amor furtivo con alguien que en momentos de crisis estuvo tan

cercano. Hasta hoy solo había conocido la vida con su esposo y dos

o tres noches de escapaditas ocasionales con algún colega amigo.

 

Aunque ya había borrado a Carlos de su lista de amigos de

Messenger, había conservado el número de teléfono. En cuanto

recibió confirmación del Congreso informándole que ya estaba

incluida en el programa y autorizados sus viáticos de manera más

que sobrada, le puso un mensaje en el WhatsApp.

 

Carlos: Sigo enojada por tu mensaje machista y condescendiente,

pero de todos modos te escribo para invitarte a que me acompañes

a Chiapas, a un Congreso médico la semana anterior a la Semana

Santa. No quiero ir sola, ni andar por allá toda triste. Quiero que

vayas conmigo.

 

Ella sabía que él era muy dueño de su tiempo. A pesar de ser un

hombre ocupado, el hecho de tener su empresa, una agencia de

noticias, le daba libertad para viajar cuando le diera la gana, pues

tenía tres magníficos colaboradores que daban continuidad y

estructura a sus proyectos e investigaciones. Así que, si no

aceptaba, o le inventaba un pretexto, sería porque de plano quería

mantenerse lejos y entonces sí, nada que hacer. No sé por qué

dicen que viejos, sobran, y que hay un montón hasta para aventar

para arriba, si a la hora de la hora la verdad hay muy poquitos y

bastante limitados, la verdad.

 

Pero claro que por supuesto que desde luego que Carlos aceptó:

 

Te agradezco la invitación, hermosa. Vamos. Es más, me cae de

perlas: aunque ya el Subcomandante Marcos, hoy Sub

Comandante Galeano, anda más devaluado que el dólar, de todos

modos voy a ver si consigo entrevistarlo. Sera un honor acompañar

a una doctora tan bonita.

 

***

 

Dormita más que dormir. Cuando despierta, en la recámara de

adolescente cargada de fotos y detalles, el sol pega de lleno y

directo a la cara. La habitación iluminada le ofrece mayor

tranquilidad, se siente mejor que hace unas horas. Se estira

intentando acomodar la cabeza al nuevo día, pero de súbito cae en

cuenta que la pesadilla nocturna continúa en su versión de día.

 

Por los gritos, Laura se logra entender que papá se va. No es la

primera vez que lo hace, volverá de nuevo, piensa. Está sacando

cosas de la casa.

 

Ya está levantada y vestida cuando tu madre abre súbitamente la

puerta de la recámara. Entran ambos, sus caras están

descompuestas. Él le dice a Laura:

 

―Pues esto se acabó. Te irás a vivir con la abuela porque tu madre

decidió irse de la casa.

 

―Di la verdad completa ―dice ella―. Que tienes otra familia. Dile

que tienes otros hijos, atrévete. Y dile que también te vas.

 

Y volteando hacia Laura:

 

―Prepara tus cosas. Ya hablé con mi mamá: desde hoy vivirás con

ella. Me haré cargo de tus gastos. Y pues este hombre que te diga si

piensa hacer algo por ti. Llévate nada más lo personal, para que tu

abuela no tenga demasiados estorbos.

 

Aquel es el día más frío que todos los anteriores días de tu vida. Se

siente un frío que corta la cara y rompe el corazón.

 

Tiemblas mientras vas haciendo las maletas. A tus 17 años, sin casa.

Mamá se va. Papá se va. Desde hoy vivirás con tu abuela.

 

Afuera las maldiciones siguen, cajones que se abren y se cierran,

puertas que se azotan, maletas a medio hacer, estorbos,

envoltorios en la sala.

 

Nadie ha pensado en el desayuno. Laura va a la cocina y calienta un

café para quitarse el frío. Mordisquea un trozo de pan y piensa con

la mente en blanco, ida, perdida en la nada. Una grieta se abre paso

en la maraña de ideas y emociones. Un rayito de sol entra a su

corazón cuando viene a la mente el nombre de Carlos.

 

Camino a casa de la abuela, cargando dos maletas; la mochila y un

poco de ropa junto con un distraído que te vaya bien de parte de

mamá, pasa por un teléfono público. La madre de Carlos contesta:

 

―Bueno.

 

―Buenos días, señora. ¿Está Carlos?

 

―Laurita, qué gusto. Deja te lo paso.

 

Suenan pasos que llegan apresurados, muy pronto se oye la voz de

él:

 

―Qué onda, Lau.

 

―Ando que me lleva, ni te imaginas. Me siento horrible, no hallaba

a quién hablarle.

 

Media hora después se reunieron en el Café Súcaro; angustiadísima

le contó las escenas de terror de la noche anterior que continuaron

de madrugada y casi hasta mediodía. La furia de sus padres que

refirieron con crudeza cada uno de los detalles de su odio mutuo: el

papá se había enredado con otra mujer, mamá ya estaba harta de

mantenerlo a medias, decía ella, haciendo alarde de que tenía

mejor sueldo; se dijeron hasta de lo que se iban a morir, en el aire

pasaban reproches de veinte años de antigüedad, celos alucinados,

muertos de ocho días.

 

―Total, para no hacerte el cuento largo, se van a separar y

decidieron que me vaya con mi abuela, ¿tú crees? Pero yo no

quiero vivir allí. Ya he vivido en esa casa otras veces y es horrible, te

lo juro. No aguanto a mi abuela, ni al inútil de mi tío Julián, se la

pasa tomando y no trabaja. Cuando he estado allí, me han agarrado

de su sirvienta. Y hablaban mal de mí y de mi papá cuando creían

que no los estaba oyendo.

 

―Híjole, que malísima onda, Lau. Oyes, ¿y si mejor te vienes a vivir

a mi casa?

 

―¡Cómo crees! Estás loco.

 

―¿Por qué no? Para eso estamos los amigos. Además mi jefa te

adora, a veces hasta pienso que te quiere más que a mí.

 

***

 

Con tal de aminorar el problema, la mamá de Laura le dio permiso

de irse a vivir a casa de Carlos; claro, hizo las mil encomiendas,

encargándosela mucho a la mamá de él y agradeciéndole su

generosa hospitalidad. Y así fue como Laura se quedó a vivir

algunos años como una hija más de aquella generosa mujer.

 

Al estar en la misma casa como hermanos y mejores amigos, poco a

poco la amistad se convirtió en atracción de ambos. Pudo haber

sido la necesidad de afecto de Laura o la conexión que se fue dando

por la cercanía o las mutuas confidencias matizadas por risas y

travesuras adolescentes o sepa Dios por qué. Sucede a veces que el

afecto llega a convertir en deseo y así sucedió por esa época: le

llegó primero a Carlos quien poco a poco fue atrayendo a Laura a

un mundo de emociones intensas.

 

Carlos estaba listo, pero Laura…

 

―Lau, no te vayas, quédate conmigo. ¡Ándale!, nos ponemos a ver

películas.

 

Pero Laura, queriendo quedarse a ver películas o lo que fuera con

tal de estar con él, paradójicamente siempre se fue.

 

La conexión de ellos se mantuvo, Carlos después se casó y Laura le

siguió luego de unos meses. Ambos terminaron la Universidad con

salidas eventuales en las que estaba implícito que había un interés

que traspasaba la barrera de la amistad, pero Laura siempre se

escabullía, en un complicado enredo de cercanía y distancia.

 

***

 

Placentera tarde cargada de emoción en una tienda cara: el

Congreso en Chiapas y Carlos valen la pena el gasto. Disfruta el

incitar de su sensualidad, se da clara cuenta de eso y la ilusiona. Un

perfume en presentación pequeña para el paso por la aduana sin

contratiempos. No, mejor dos, uno para el día y otro más sexi para

en la noche; Carlos es muy sensible a las fragancias. Luego la

lencería. Es emocionante buscar estas cositas cuando además de

hacerlo para sentirse sensual, la compra tiene remitente. Esta vez,

después de tanto tiempo está pensada en alguien especial. Las

últimas compras, un saco rojo y una blusa blanca de satín con un

escote discreto para el encuentro de mañana.

 

Quedaron de verse en el aeropuerto con fines prácticos: él llegará

en Uber, ella en su camioneta, que se quedará en el

estacionamiento de largo plazo para ser usada por ambos en el

regreso. Él llegó primero. Estaba tan emocionado como si fuera un

adolescente en su primera cita, y en algún sentido lo era,

tratándose de Laura y Carlos, una pareja tan postergada.

 

Cuando llegaron al aeropuerto de Tuxtla iban de la mano con toda

naturalidad. En el viaje se habían besado ahora como tantas veces

lo hicieron de manera furtiva en su adolescencia, aunque ahora con

esa sensación que provocan los misterios que están a punto de

cumplirse. El conductor que había pasado por ellos los condujo al

hermoso Hotel Holiday Inn.

 

Al llegar al vestíbulo del lugar, Laura no tenía previsto que las

reservaciones fueran para el hospedaje en una sola habitación,

donde les tenían preparada una suite de lujo para dos. Los

organizadores habían dado por hecho que ella viajaría con su

pareja. Ella hubiera podido fácilmente pedir habitaciones separadas

pero, luego de reponerse de la leve contrariedad de la sorpresa,

firmó el registro con la seguridad habitual con la que tomaba todas

sus decisiones, las grandes y las pequeñas. Carlos, quien había

estado al pendiente del pequeño asunto, sonrió muy complacido

por la forma tan sencilla como ella lo resolvió al vuelo, sin ni

siquiera preguntarle su opinión.

 

Chiapas y su exuberante fragancia verde los esperaba. El calor

húmedo de Tuxtla, contrario al calor seco del desierto de las horas

previas, los recibe.

 

No bien había tomado la tarjeta para la suite, Laura escucha que la

llaman:

 

―Doctora.

 

Es un joven maya, vestido de guayabera blanca.

 

―¡Qué gusto recibirla!, los esperábamos un poco más temprano.

Mucho gusto de conocerlos, soy en doctor Batún. Apenas estamos

a tiempo. Para la bienvenida, tenemos una cena de gala; hay una

mesa especial reservada para ustedes. En un rato más van a poder

disfrutar las delicias culinarias de nuestra tierra. La Farmacéutica

recibe a sus invitados con lo mejor en gastronomía chiapaneca, una

música excelente, deliciosos vinos y sorpresas que los dejarán

maravillados.

 

―Ando un poco cansada del viaje y quiero darme un baño, así que

mejor sería si nos viéramos después ―dice ella.

 

―No hay excusa ―se apresura a decir el joven médico de la

guayabera blanca― tienen reservado un lugar al lado de las más

destacadas eminencias en oncología a nivel Latinoamérica.

También estarán el presidente de la compañía, el doctor Bremen, y

el vicepresidente, el doctor Schell, que tienen un interés muy

especial en compartir mesa con usted, doctora. Perdón, con ambos.

 

―Pues no se diga más. Vamos.

 

―Yo seré su anfitrión y me haré cargo del carnet y de su portafolio.

Se lo haré llegar más tarde a la habitación para que ustedes se

alisten con toda comodidad.

 

***

 

Cuando llegó Laura, el tabú del incesto quedó firmemente

establecido por la mamá de Carlos. Ese mandato trascendió más

allá de los años de la preparatoria, el tiempo que Laura vivió con

Carlos y su familia.

 

―Laurita y Carlos se quieren como hermanos. Ella vino aquí como

una bendición, para ser la hija que no tuvimos ―les comentaba a

sus amistades, para atajar toda maledicencia.

 

En consecuencia, el agradecimiento y el compromiso de Laura fue

una gran muralla que coartó su atracción por Carlos.

 

―Laurita va a llegar lejos, es una muchacha muy disciplinada y

estudiosa.

 

―¿Y a poco yo no mamá? ―preguntaba Carlos entre bromas y

veras.

 

―Claro, siempre te lo hemos dicho y te hemos apoyado en todo,

pero ella necesita nuestro reconocimiento en este momento que

está luchando sin su familia.

 

De esa manera, la madre de Carlos dejaba explícita la

vulnerabilidad de Laura y el compromiso de protegerla.

 

La bondad de la madre era equiparable a su firmeza y

determinación; Carlos solo se atrevió a cometer infracciones leves a

la norma establecida: tan solo algunos besos que iban en contra del

precepto que le prohibía acercarse a Laura.

 

A ella le gustaba bailar descalza. Cuando se daba la oportunidad y

tenían dinero, los chicos de la bola, como llamaban al grupo de

amigos mutuos, compraban cervezas y con la grabadora extraída de

casa armaban fiesta en algún parque de poca vigilancia o

caracterizado por la indiferencia vecinal. Ajena al bullicio, Laura

bailaba sola, interiorizada en su mundo.

 

Un día vestía una falda de primavera que se elevaba con sus giros.

Sin decirle nada, Carlos se levantó del suelo, la tomó de la cintura

para armonizar su ritmo con el de ella y ahí se inició una pasión que

solo habría de cumplirse a plenitud muchos años después, más allá

de la resignación y la desesperanza. En ese aspecto, Carlos sufrió

mucho durante el tiempo que ella vivió en su casa: su presencia

hermosa, su aroma de mujer bonita, llegaron a dolerle hasta

físicamente al muchacho, quien para entonces ya era un indefenso

enamorado.

 

***

 

Con más naturalidad de la que hubieran esperado, Carlos y Laura

formaron la breve cotidianidad de su estancia en Chiapas. Él se

disculpó de asistir al coctel de presentación y al banquete inaugural

para dejarla en el ambiente profesional del Congreso, y además él

traía su propia agenda: para esa misma tarde uno de sus contactos

le había conseguido una reunión con gente del Frente Zapatista;

estaba citado en la sala de negocios del Hotel Quinta Chiapas a

cinco de la tarde con varias personas.

 

En la noche llegó ella primero, venía muy contenta porque le había

ido muy bien durante ese primer día del Congreso: dos eminentes

médicos ingleses la buscaron para pedirle el favor de les permitiera

transferirle sendos pacientes que traían un pronóstico imposible de

descifrar, poquito menos que terminales. Le dijeron que luego de

haber agotado todas las posibilidades de tratamiento, ella pudiera

ser la única salvación. El conductor de la sesión plenaria de

inauguración citó dos veces su libro y dijo que esa obra, en la

actualidad, era fundamental para nuevas rutas de la medicina

contra el cáncer, en fin. El aprecio por los logros de la profesión de

en la que había empeñado su vida desde joven fue expresado de

muchas maneras en ese inicio.

 

Así que traía un ánimo muy sensible a festejar su éxito; sentía que

la curva del destino levantaba el vuelo, una curva que había andado

muy abajo en estos meses con el dolor y los quebrantos de su

divorcio. Se sentía libre, linda y dispuesta otra vez a todo con

Carlos, y esta vez ya no por tribulación y enojo, sino por el cariño de

tantos años y el deseo postergado.

 

Disfrutando el deleite anticipado de la cita llenó la amplia tina de

baño, se desnudó y preparó un juego de la fina y breve ropa íntima

que había comprado para el viaje. Con toda calma sintió la recia

caricia del agua, el suave olor del jabón y el champú, la densidad

amable de la toalla. Al pasar frente al enorme espejo de la

habitación vestida con aquellas prendas transparentes y mínimas,

sintió un poco de pudor, pensamiento que ahuyentó de su mente

de inmediato. Se percató que se sentía muy complacida de la vista

que el espejo le devolvía de sí. Se tendió en la cama y se puso a leer

una novela de Vargas Llosa, lectura ligera y entretenida, muy

distinta a la densidad de las obras científicas que frecuentaba, las

cuales también disfrutaba mucho de leer, aunque por razones

asociadas con su trabajo.

 

El amor se respiraba en el ambiente, la lluvia pertinaz que golpeaba

en las canteras del jardín mantenía un ritmo que incitaba

sensaciones, los grillos llamando a sus pares; las ranas agradecían el

agua de las lagunas que se forman en el jardín. Alguna pareja, entre

el gusto por la lluvia y la complicidad de las sombras formadas por

enormes hojas, aprovechó para darse un beso en umbral de la

habitación. Con tanta vida vibrando a su alrededor, Laura no podía

concentrarse en la lectura.

 

―Ay Carlos, mi vida, esta noche de selva esmeralda, al fin será

nuestra, completita, después de tanta espera.

 

Recordó el perfume que compró para incrementar el romance y lo

colocó con sensualidad disfrutando del roce de sus propias manos

sobre la piel predispuesta. Investida de su erotismo, consciente de

su ser la dueña de propio placer se asomó al balcón intentando

atrapar un poco de lluvia que en ese momento caía a cántaros. Por

un rato se mantuvo en el balcón y dejó correr el agua sobre sus

brazos, cara y pies desnudos.

 

Un rato después volvió al libro. Aunque la atrapó la lectura, la soltó

de nuevo, sus ideas y su piel estaban enlazadas con Carlos y la

expectativa del encuentro.

 

Raro amor el de ellos, hecho de ausencias, acercamientos, de

retiradas y la atracción como una especie de continua música de

fondo mantenida desde la adolescencia.

 

Media hora después llegó su amado Carlos, su eterno amigo, su casi

hermano. Una extraña excitación un poquito perversa le provocaba

a la idea de que estaba a punto de activar de nuevo la travesura del

incesto con este hombre de su vida. Laura sabía de la necesidad de

Carlos de saberla suya, poseerla y aunque le incomodaban esos

desplantes misóginos jugaría el juego de la seducción sin criticarlo,

disfrutando también de su propio erotismo de manera egoísta, tan

egoísta como el acto mismo de sentir.

 

Él llegó contento por los buenos resultados de su reunión de la

tarde: había concertado la entrevista con Galeano para esa misma

semana y, según esto, venía dispuesto a contárselo todo, pero

cuando al entrar la miró tan deliciosa tendida en la cama,

preparada como un jardín hermoso para él y para el amor, entendió

el sagrado regalo que la vida le ofrecía: otra vez sería suya esa

mujer maravillosa, como solo algunos otros días lo había sido a

través de tantos años. Los días más plenos y felices de su vida.

 

Ya habrá otro dilema para resolver cuando estén de regreso. ¿Será

acaso que el amor no tiene fecha de caducidad y este viaje vaticina

nuevos derroteros en sus vidas?

 

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