Mañana es 1 de septiembre y, muy importante, inicio del último mes del sexenio de Andrés Manuel López Obrador como presidente. Si los votos recibidos por Claudia Sheinbaum son indicador de satisfacción con el desempeño del actual mandatario, no cabe duda que una robusta mayoría de los mexicanos está conforme con el trabajo realizado en los seis años pasados.
Andrés Manuel aspiró a la Presidencia en varias ocasiones, con la intención de provocar un cambio en lo político, lo social y lo administrativo desde la silla presidencial. No ha sido el único candidato que promete cambios de peso en el País; pero es uno de los pocos que lo ha intentado con alguna seriedad, y que ha tenido el apoyo de una mayoría de sus paisanos, lo que le ha permitido emprender una serie de iniciativas que constituyen lo que él llama, un tanto ostentosamente, la Cuarta Transformación, y que tendrá continuidad en lo sustancial en el gobierno de Claudia.
Resulta obvio que existe una porción numerosa de ciudadanos que no están de acuerdo con sus objetivos y su estilo de gobernar; y que han desatado una serie de críticas muy vocingleras, cuyo volumen y propagación han marcado con fuerza la vida política, y también social, del País en estos años del lopezobradorismo. Se trata de algunos sectores de la clase media y una porción quizá amplia de las elites financieras y empresariales, a las que se ha sumado un variopinto grupo de pensadores y analistas, algunos de los cuales han desempeñado una función crítica válida con respecto al régimen de AMLO, pero también muchos de ellos han adoptado posiciones viscerales y emitido opiniones cuyo contenido parece contradecir la mesura y afecto a la verdad que, se supone, la formación académica seria y profunda de alguna manera estimula.
En términos numéricos se trata de una minoría, pero con gran capacidad económica y de acceso a los medios de comunicación, para imponer una narrativa, trastocar la percepción de la realidad y atribuir al grupo gobernante intenciones, fines y empeños que oscurecen y enmarañan la apreciación del esfuerzo gobernante y los logros, todavía limitados, de ese empeño. Para eso utilizan conceptos como “autocracia”, “dictadura”, “comunismo” y otras afines hasta llegar al ridículo de “monarquía” fantaseado hace unos días por un presunto intelectual.
Acusan al régimen de promover la polarización social y económica del País, que no es nueva, es una circunstancia con raíces en la Colonia y que provocó la Revolución por el acaparamiento de las tierras en haciendas y propiedades privadas, en detrimento de los pueblos originarios. Y acentuada recientemente por el neoliberalismo que impulsó Salinas de Gortari, y que mantuvo el salario mínimo siempre a la zaga de la inflación durante 30 años. Así se llegó a una población con dos terceras partes en pobreza, pero con una porción ínfima de acaudalados que conviven con los más ricos del mundo. Eso es polarización y el actual gobierno solo la evidenció y apuntó a la necesidad de conocerla, para remediarla: Los que lo acusan de polarizar pretenden que siga furtiva y disimulada.
Tapar los problemas no conduce a soluciones efectivas, sino a retrasos, persistencia de los conflictos y el lucro en esas aguas revueltas que permiten las ganancias de los aprovechados de siempre.
Estamos en la etapa final del periodo. La historia lo juzgará. Él parece tranquilo y contento. Impresiona, sin embargo, la pasión un tanto desbordada de ciertas fracciones de la oposición que han elegido una confrontación plena de insultos y calumnias. Una versión goebbeliana del quehacer político, en el que enlodar y mentir es el método, con lo cual quizá impresionen a algunos, pero no les permiten educarse y decidir sustentados en información y evidencias. No hacen una política orientada a formar de ciudadanos capaces de elegir responsablemente. No los respetan, ni tratan como personas aptas para juzgar y decidir sus vidas: Los consideran una muchedumbre desechable…