Por Francisco Ortiz Pinchetti
—Lo vi de reojo al circular por el Anillo Periférico frente al Museo Tecnológico de la Comisión Federal de Electricidad, a la altura de la otrora y hoy deshabitada residencia oficial de Los Pinos.
–¡Ahí está el Tren Olivo!—le dije emocionado a mi queridísima nieta Lua, que me acompañaba en el auto.
–¿Qué? –me contestó extrañada, sin quitar la mirada de su teléfono celular –. ¿Cuál tren del olvido abuelo?
Tarugo de mí. Difícilmente una adolescente de 15 años tiene registro de la existencia de un ferrocarril presidencial que dejó de usarse hace casi 60 años. El Tren Olivo, en efecto, fue comprado en Estados Unidos por el Presidente Plutarco Elías Calles en 1927 y luego de recorrer todos los rumbos del país durante tres décadas fue dado de baja en septiembre de 1960 por Adolfo López Mateos, luego de un último viaje del mandatario a Dolores Hidalgo, Guanajuato, para la conmemoración de los 150 años de la Independencia de México. Por alguna extraña razón, el Toluco López, como le decían al mexiquense, ya no quiso regresar en el convoy y ordenó su desmantelamiento.
Apenas llegamos a casa me puse a hurgar en la historia del famoso y hoy olvidado Tren Olivo, llamado así por el color verde oscuro de sus vagones. Al mirar algunas fotografías se me vino el recuerdo infantil del Noticiero Mexicano o el Noticiero Continental de Demetrio Bilbatúa, que pasaban en los cines antes de la película y que infaltablemente contenían alguna nota sobre las actividades del Presidente en turno, con claro acento propagandístico, que a menudo tenían que ver con sus viajes en el ferrocarril de marras.
Tengo por ahí en la mente imágenes borrosas en blanco y negro de Miguel Alemán Valdés, Adolfo Ruiz Cortines, o del propio López Mateos a bordo del tren o arribando en él a alguna población, mientras se escucha la narración en la voz de inconfundible de Agustín Barrios Gómez y las notas de alguna marcha militar.
Me sacudió una fotografía de Lázaro Cárdenas del Río en el vestíbulo abierto u observatorio posterior del carro trasero (el que tiene una especie de balcón, con su barandal), al llegar a Tlahualilo, Durango, el 11 de noviembre de 1936. El Tata se ve en plenitud, rodeado de sus colaboradores, todos con corbata. Es la síntesis de toda una época, olorosa a petróleo y reparto agrario.
El general Cárdenas del Río fue tal vez el que más lo uso. Su hijo Cuauhtémoc recordó en una entrevista que su papá pasaba la mitad de cada año, cuando menos, en viajes por la República a bordo del mentado ferrocarril presidencial. “A veces se pasaba hasta dos o tres meses en el tren”, dijo. ¡Qué tiempos aquellos!
El Presidente Lázaro Cárdenas al arribar a Tlahualilo, Durango, en noviembre de 1936. Foto: Museo Laguna del Caimán. Tlahualilo
El Tren Olivo fue considerado en su tiempo el segundo ferrocarril más lujoso del mundo, después del convoy papal. Tan suntuoso era que suscitó protestas populares. Alguien lo describió como “un tren de ensueño”, con ventanas de cortinas de terciopelo, acabados de madera tallada, sillones de cuero azul, alcobas presidenciales, baños con tina de porcelana, oficina postal y de telégrafos, cocina importada, aire acondicionado y un comedor de caoba para 14 personas con vajilla de plata;. Además, en otro de sus coches, alojamientos para invitados especiales, otro comedor para 30 personas, salones de juntas, observatorio, sala de espera.
Según las crónicas, en el interior del Olivo se firmaron actas y decretos; se tomaron importantes acuerdos, se realizaron reuniones, banquetes y famosas entrevistas… y posiblemente se conspiró. En él se trasladó a León Trotsky para su exilio mexicano. Y curiosamente también fue utilizado como furgón fúnebre. En su primer viaje, de Nogales a México, transportó el cuerpo de Natalia Chacón, la esposa del Presidente Calles, fallecida en Los Ángeles. Y cuando en 1928 el general Álvaro Obregón fue asesinado en La Bombilla, el 17 de julio, el tren fue utilizado para llevar su cadáver a Sonora, su estado natal.
El convoy fue construido en Chicago por la compañía Pullman y tuvo un costo de 800 mil dólares. Su nombre oficial es “República Mexicana” y está pintado, efectivamente, de verde olivo. Originalmente estuvo integrado por seis vagones, –los “RM” 1 al 6– a los que se agregó posteriormente uno más, el “RM 7”, para transporte de los soldados que formaban la escolta presidencial. Cada carro tenía una angosta cinta tricolor a lo largo de ambos costados.
Después de Plutarco Elías Calles, el Tren Olivo fue utilizado sucesivamente para sus giras por el país por los presidentes Emilio Portes Gil, Pascual Ortiz Rubio, Abelardo L. Rodríguez, Lázaro Cárdenas del Río, Manuel Ávila Camacho, Miguel Alemán Valdés, Adolfo Ruiz Cortines y Adolfo López Mateos, que como ya les platiqué dispuso su desmantelamiento en 1960.
El convoy fue enviado entonces a Aguascalientes para ser desarmado, pero una noche tres de sus operarios –el maquinista, el auditor y el mecánico—engancharon tres de los vagones a un tren de carga. Se los robaron. Los llevaron primero a Mérida y luego a Campeche, como lo confesaron a las autoridades en 1970. Al enterarse de esta historia inaudita, Luis Echeverría Álvarez dispuso su rehabilitación y su traslado en 1974 (hace 45 años) al Museo Tecnológico de la CFE (Mutec), en Chapultepec, donde hasta hoy están arrumbados.
Los tres coches fueron restaurados exteriormente en 2013 mediante un contrato con la empresa ferroviaria Union Pacific. El trabajo incluyó un diagnóstico e inventario del interior, así como el repintado, impermeabilización y la sustitución de las ventanas de madera, entre otros detalles. Posteriormente fueron abiertos al público mediante visitas guiadas, todos los sábados. Estaban impecables. Sin embargo, el Museo cerró sus puertas en septiembre de 2016, supuestamente para ser sustituido por nuevas instalaciones… que no se han construido hasta la fecha. Y el Tren Olivo se volvió, en efecto, tren del olvido.
Hay que rescatarlo.
El lujoso interior de uno de los vagones del convoy presidencial. Foto: todopormexico.org
Una idea mía medio loca que no llega por supuesto ni a propuesta –una ocurrencia, como las que hoy están tan de moda–, es que el Presidente López Obrador, al que tanto le gustan los trenes, lo haga rehabilitar y lo use como transporte oficial para sus giras por el país. No representaría un gasto mayor y dejaría así de andar en vuelos comerciales que a menudo incomodan a los pasajeros. Y estaría mucho más cerca del pueblo sabio. Como Lázaro Cárdenas. Pienso que no hay mejor símbolo del Nacionalismo Revolucionario que tanto evoca el tabasqueño. Y la Cuarta Transformación, así sí, iría… ¡sobre rieles!
Ojalá pudiera rehabilitarse también la locomotora de vapor 3038, la original del tren —-con su aguilita dorada al frente y su campana de bronce– que está ahí en el Mutec. Sería formidable. Carbón para la máquina, off course, no faltaría: podría suministrarlo el sombrerudo senador de Morena y empresario carbonífero Armando Guadiana, que al cabo ya aclaró que no tiene conflicto de interés o tráfico de influencias con la CFE. ¡Imagínense la escena al llegar Presidente en el Tren Olivo a la estación de Macuspana, por ejemplo, y ser recibido por una delirante multitud de sus paisanos!
Por supuesto que podrían efectuarse a bordo las mañaneras de cada día, para lo cual podría disponerse un furgón exclusivo para llevar a los muchachos de la fuente. Claro, se tendría que despojar al emblemático convoy de algunos lujos: cortinas de terciopelo, muebles de maderas preciosas, mullidas alfombras, vajillas de plata, sábanas de seda. Ya ven como es Andrés Manuel… Conste, lo digo con todo respeto. Válgame.