Por Ernesto Camou Healy
El martes próximo, 2 de julio, hará un mes de la elección de Claudia Sheinbaum. Poco a poco se han ido calmando las aguas.
Fue curioso ver a analistas de postín afirmar reiteradamente que las encuestas que apuntaban a un triunfo holgado de la candidata de Morena, no eran válidas, o no reflejaban la verdadera situación de los electores. Dio la impresión de que colocaban sus preferencias, o intereses, por encima del análisis y su profesionalismo.
Ahora están en una cauta retirada: Un poco alejados de los reflectores y matizando con alguna discreción sus dichos y opiniones sobre el proceso y el porvenir del nuevo gobierno. Ya un personaje que se dice periodista anunció que tomaría unas largas vacaciones fuera del País, probablemente, a un sitio donde no le recuerden las falsedades y embustes que repitió por meses en contra del actual Presidente y de la entonces candidata.
Se siguen repitiendo, ahora con un poco de más cautela, explicaciones ordinarias y excusas poco creíbles como aquella de que AMLO “importó” batallones de venezolanos para que votaran contra Xóchitl: ¡Imagínense nomás a varios millones de extranjeros, con su acento y porte peculiar y su credencial falsa haciendo cola para votar…!
El rumor es, además de falso, bastante poco inteligente: Claudia sumó casi 36 millones de votos en las urnas, contra poco más de 16 millones de la panista. La diferencia es considerable pero totalmente explicable: Votaron, ya aprendieron, por Morena y su candidata, grandes conjuntos provenientes de las clases populares, campiranos y urbanos, más no pequeños segmentos de la clase media y alta. Todo eso constituyó un mandato transparente y claro para el gobierno que viene y, no hay que regateárselo, un espaldarazo a Andrés Manuel López Obrador.
Eso sucede en las democracias. Cuando Margaret Tatcher resultó electa por mayoría evidente como primera ministra de la Gran Bretaña, procedió a desmantelar las iniciativas de tipo social y bienestar que su predecesor, el laborista John Major. Con lo cual perdió votos populares pero afianzó alianzas con los sectores fuertes de aquella economía.
En nuestro País la mayoría con que cuenta el nuevo gobierno hará posible introducir una serie de reformas que buscarán conceder a quienes los apoyaron, una serie de apoyos que las políticas sociales y económicas de varios gobiernos anteriores, seis sexenios, al menos, les habían escamoteado.
Es necesario recordar en que el periodo neoliberal, al menos desde el gobierno de Carlos Salinas de Gortari hasta el de Enrique Peña Nieto, un lapso muy extendido, el férreo control de los salarios constituyó una dinámica de empobrecimiento de las masas campesinas y obreras del País, pues nunca se incrementaron los mínimos por encima de la inflación.
El ver el problema, nombrarlo y ensayar soluciones, fue lo que consolidó al gobierno de AMLO y favoreció una elección contundente de su sucesora. Es obvio que debe continuar por ese camino, pero sin descuidar las relaciones con los sectores más favorecidos, como lo hizo López Obrador, a pesar de sus enfrentamientos con algunos grupos poderosos que pretendían defender sus privilegios y prebendas.
Será interesante ver cómo se comporta la comunidad judía con el nuevo gobierno. Porque hay que aclarar que entre los grupos que de alguna manera intentan controlar la economía parece haber posiciones encontradas: De una parte, aquellos que han medrado de formas no muy lícitas y han conseguido a lo largo de los sexenios acumular recursos en desmedro de sus propios trabajadores y las mayorías, y de la otra parte, los que tiene una visión y perspectiva más moderna y abierta que consideran que los cambios que permitan el crecimiento de un mercado interno vigoroso redundará en mayor y mejor crecimiento económico, lo que los beneficiará en un plazo no muy largo.
El nuevo gobierno debe atender a las mayorías empobrecidas sin descuidar las iniciativas legítimas de quienes manejan buena parte de la economía mexicana.
Es una labor de equilibrista…