El regalo visual de Chiapas

Hermann Bellinghausen

¿Qué tiene el Chiapas indígena que cautiva al ojo fotográfico y lo ilumina al capturarlo? Los fotoetnorreporteros visitantes que descubren a quienes habitan las montañas mayas del sureste desde la cuarta década del siglo XX (y que Bruno Traven ya había caminado hacia los años 20) serán superados por los retratistas residentes que por entonces se establecen con todo y cámara en San Cristóbal de Las Casas. Getrude Duby se interna hasta los lacandones del confín, y como Marcey Jacobson y otros, recorre la selva tseltal y tojolabal y los Altos tsotsiles, mágicos y terribles. Un tenaz fotógrafo sancristobalense de entonces es Vicente Kramsky, quien no pocas veces revela las placas de otros.

Inseparables, más que del indigenismo clásico, de la gran literatura chiapaneca del periodo, las imágenes que delinean los rostros de Chiapas comparten ángulos con Rosario Castellanos, Juan Bañuelos, Oscar Oliva, Eraclio Zepeda y otros que aprenden a mirar y escuchar a los indios invisibles. Hoy, como se sabe, esa gran literatura la escriben los mayas mismos, en sus lenguas.

Nacho López, Juan Guzmán (Hans Gutman), Walter Reuter, Bruce Webb o Lourdes Grobet van de paso, a diferencia de los jóvenes que se instalarán hacia los años 80 en Chiapas, incursionarán las regiones indígenas y acompañarán de primera mano a los exiliados mayas de Guatemala: Antonio Turok, José Ángel Rodríguez, el documentalista Carlos Martínez Suárez.

El alzamiento del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) la primera madrugada de 1994 atrae y seduce a reporteros fotográficos de todo el mundo y de todas las agencias. En los días y años siguientes, Pedro Valtierra, Marco Antonio Cruz, Carlos Cisneros, y hasta Sabastiaô Salgado y Graciela Iturbide se verán como iguales entre los más jóvenes Raúl Ortega, Víctor Mendiola, Cecilia Candelaria, Omar Meneses, Germán Canseco, Gerardo Magallón, Heriberto Rodríguez, Alberto Popoca, Martín Salas, Ricardo Trabulsi, Fabián Ontiveros, José Núñez, José Carlo González, Ernesto Ramírez, Ángeles Torrejón, Frida Hartz, Alberto Ibáñez, Patricia Aridjis, Eduardo Verdugo. Aunque esta nómina sea incompleta, todos logran imágenes memorables que todavía circulan. Más recientes: Víctor Camacho, Moysés Zúñiga, Isabel Mateos, Mario Olarte, el colectivo Tragameluz (Luis Enrique Aguilar, Noé Pineda, Fabián Vidal).

Los primeros indígenas fotografiados no sólo fueron descubiertos por quienes venían a retratarlos; ellos a su vez descubren a esa fauna ciclópea que los atisba detrás de una lente y los fija. En San Juan Chamula lo convierten en una cuestión grave, que amerita multa o cárcel si se transgreden sus términos. A la vuelta del siglo, como en otros aspectos de la creación y el testimonio, los propios pueblos originarios toman la cámara y crean un autorretrato de y desde sus comunidades, a partir del empujón inicial de Carlota Duarte. Destaca Maruch Santiz; su cuarto oscuro en Mitzitón fue quizás el primero en territorio tsotsil.

La historia camina aprisa. Suceden las resistencias espectaculares contra la militarización (El Bosque, Xoyep, Altamirano, Amador Hernández). Las tragedias (Acteal, Unión Progreso). Marchas, grandes concentraciones en la selva y los Altos. Llamativas expresiones religiosas. Para la vuelta del siglo ya son pocos los fotógrafos documentales que no tengan su serie chiapaneca, mayormente zapatista. El levantamiento del EZLN es el movimiento social más fotogénico del México moderno. Desde las épicas estampas de la Revolución Mexicana atesoradas por el Archivo Casasola no se habían conocido tantos rostros y momentos decisivos de los pueblos.

Maestros de la escenificación con escasos recursos materiales pero inmensa expresividad paradójica: paliacates y pasamontañas cubren esos rostros, sus ojos solos los develan. Los íconos de Emiliano Zapata, Francisco Villa y sus respectivas huestes no se habían repetido con tanto impacto. El carisma de lo real, y de conciencia de la propia imagen. El subcomandante Marcos, el mayor Moisés, los comandantes civiles y el obispo Samuel Ruiz García son protagonistas con el carisma de la Historia en vivo.

Debidamente fotografiado por Rogelio Cuéllar y Jean Pierre Courau, pero mal difundido, el despertar indígena en Chiapas comenzó en 1974 con el primer Congreso Nacional Indígena celebrado en San Andrés Larráinzar, donde en 1995 y 1996 se efectuarían los determinantes Diálogos de San Andrés entre el EZLN y el gobierno federal. Allí se cierra un ciclo para abrir otro: el círculo no se cierra, ni termina la historia.

Pocas aventuras fotográficas han captado a la vez el pasado y el futuro en actualidad sorprendente. Los ojos oscuros que asoman tras el pasamontañas están cargados de futuro, de ahí su fuerza. Chiapas ha sido don para sus retratistas, paisajistas y documentalistas. Se suscitó un intercambio en cierto modo equilibrado: la fotografía documental proporcionó digna y masiva visibilidad a las comunidades rebeldes, y éstas regalaron a los testigos detrás de sus lentes alguna de sus mejores placas, series y monografías. En términos de arte fotográfico, Chiapas y su zapatismo han sido un regalo visual incomparable.

Arranca con el año una nueva hazaña museográfica del Antiguo Colegio de San Ildefonso: la muestra fotográfica Los motivos de la selva, de la colección Bats’i Lab, con algunos videos y auténticas impresiones (impresas, impresionadas, impresionantes) chiapanecas de 19 autores: Vanessa García Blanca, Isaac Guzmán, Massiel Hernández, Juana López López, Andrea Murcia, Daliri Oropeza y Ulises Castellanos, además de algunos ya mencionados que han dado imágenes fundamentales para el subgénero Chiapas: Duby, Jacobson, Turok, José Ángel, Fabián, Maruch, Ángeles y Marco Antonio. Estas líneas fueron escritas para dicha exposición.

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