Por Jesús Chávez Marín
Así como los rapsodas y los aedos contaban por los caminos de Grecia las hazañas de Ulises, todos los pueblos han relatado y celebrado las andanzas de sus héroes. Casi siempre fueron gente de batallas, fundadores de pueblos, santos en un grito, animales de Historia.
El poeta Alejandro Caro se propuso en el libro que hoy se presenta, “arrancar de la epopeya un gajo” para contar los hechos de un tipo de héroe bien distinto al que nos tienen acostumbrados las leyendas habituales: un comerciante, un hombre honorable y justo que, con la fortaleza de su ánimo y la sensatez de su alma, hizo el bien mientras vivió.
La verdad de las cosas, este tipo de personajes son en la historia de los pueblos los verdaderos constructores del mundo, quienes edifican con su vida entera el sustento material y espiritual de la Historia, mucho más que los guerreros y los iluminados que por un solo hecho de armas, o porque estuvieron en el momento y el lugar exacto de una circunstancia o fatal o venturosa de algún acto fortuito de los que suceden muy de vez en cuando en el trascurso de la vida colectiva de las naciones.
El personaje de Perseverancia, narrada en el género de novela que es la forma actual de la literatura épica, esta novela totalizadora de Alejandro Caro, es Pablo Gaytán, fundador de aquella mítica Casa del Barillero, que durante años fue el epicentro de tantas historias.
Le llamo novela totalizadora porque sé que esta ha sido la ambición de los grandes novelistas de la tradición literaria latinoamericana, como lo fueron La región más transparente y Terra Nostra para Carlos Fuentes, Palinuro de México y Noticias del imperio para Fernando del Paso, Conversación en La Catedral para Vargas Llosa y Yo El Supremo, para Augusto Roa Bastos.
Por extraño que parezca, en lo que pudiéramos llamar La literatura de Chihuahua no había aparecido, hasta hoy con Perseverancia, ningún otro autor que se propusiera la estructura y la ambición de novela total, como se sí lo hizo hoy Alejandro Caro con este libro suyo, del cual hoy celebramos su segunda edición.
Es totalizadora porque el autor aprovechó el magnífico hilo conductor del panorama biográfico de un personaje excepcional, surgido del más estricto hiperrealismo con nombres y fechas y lugares, para hacer un cernido muy fino y vasto historias y de todo género de simbólica narrativa.
Perseverancia puede leerse como la biografía de un hombre desde su nacimiento hasta su trascendencia en la historia de Chihuahua. Ese sería su primer nivel de lectura, el núcleo de la espiral.
También es una novela histórica, tanto en la forma tradicional en que lo fueron La guerra y la paz, de Tolstoi, o Los miserables, de Víctor Hugo, como también en la forma moderna del género, cuyo cultivo inició en la tradición literaria mexicana José Fuentes Mares y hoy tiene tantos oficiantes, entre ellos Carlos Montemayor. En Perseverancia hallamos la historia del comercio en aquellos tiempos en que las empresas financieras globales aún no habían consolidado su monopolio imperial. En estas páginas viven además personajes históricos con sus voces y sus actos, Francisco Villa, Pedro de Alvarado, Lauro del Villar, Elisa Griensen, Francisco Ruiz Urquizo, Bernardo Reyes, Ramón Iturbe, Primitivo Ruiz y muchos otros más.
Es una novela de aventuras, no solo las que vivió Pablo Gaytán al forjarse como un hombre de voluntad e imaginación, sino también la de su padre que enfrentó las vicisitudes de la guerra revolucionaria y la injusticia en el dominio de los terrenos y los bienes que da la naturaleza y se reparten con abuso y mezquindad. Hay también un conjunte vibrante de anécdotas que Alejandro Caro relata con ese ritmo pausado y exacto de su gran talento narrativo.
También tiene Perseverancia un hilito de donde cuelgan como estrellas muchas otras historias de fantasía y leyenda. Para regalo de ustedes que me escuchan, voy a leerles una de ellas, que alude a cómo le pusieron el nombre a la mina La Prieta, conocida mundialmente por la calidad de sus metales y por la que el rey de España Felipe IV otorga al Real de Minas de Parral el título de Capital del Mundo de la Plata.
Aquí va entonces la historia del nombre, contada deliciosamente por Alejandro Caro en una de las páginas de la novela:
Por el año 1630 vivía en el poblado minero de Santa Bárbara una joven muchacha conocida por el nombre de La Negrita, hija del minero principal del poblado, de nombre don Juan Rangel de Biezma.
Al margen de los padres, la joven tenía relaciones de noviazgo con un mancebo non grato a su padre, principalmente por no estar el galán a la altura material y social de la familia de la novia, considerándole un plebeyo indigno de La Negrita.
Y llegó el amor a la parejita, como suele suceder en estos casos del corazón, al extremo de la necesidad imperante de compartir sus vidas en el matrimonio. La grandeza de aquel amor no tenía limites, era desesperada y no admitía mayor angustia en la incógnita de la espera. El enigma flagelaba lo más profundo de sus entrañas, al extremo de sacudir el alma de los perdidos tórtolos y la decisión fue tomada y llevada a efecto en el acto.
Provistos de grandes ilusiones, deciden el primer y único intento de formalizar sus relaciones, registrándose el rechazo de la familia de La Negrita en forma contundente, derivándose como resultado del disgusto de los padres el aislamiento de la joven damita, finalizando en estas condiciones el noble e ilusionado propósito de los enamorados.
Así los hechos, un día, el par de enamorados huyen al trote de caballo en la oscuridad de la noche, muy decididos.
Dura fue la travesía de La Negrita y su Romeo, efectuada en recorrido de arroyos, breñales, arbustos y con frecuencia ladereando barrancas y relices peligrosos, pero convencidos de su objetivo amoroso, nada los detiene en la búsqueda de permanecer unidos, como se dice en el pueblo, ahora o nunca, antes que quebrada y amargada.
Don Juan Rangel, padre de La Negrita, en compañía de trabajadores y algún vecino, les siguen la huella a considerable distancia en medio de la dificultad de la noche, y por momentos cree ver frustrado su intento, sosteniéndole el amor de padre por su hija y su orgullo al sentirse burlado.
Los enamorados, después del extenso recorrido, ya muy rendidos por la fatiga y el sueño deciden subir a lar alturas de un cerro, en el que se instalan. Prendieron una fogata para calentarse del frío, lamentable fue para los enamorados prender la fogata, al servir la luz para ubicarlos en la oscuridad de la noche.
Sorprendidos sobre la fogata, al encontrarse dormidos como dos tiernos angelitos, despiertan ante los gritos amenazantes del padre de La Negrita, dándose cuenta de que sin remedio han fracasado.
—¡Levántense! —Afirma el padre de La Negrita—. Hasta aquí llegaron, de mí nadie se burla y menos tú, desgraciado infeliz y haraposo. ¿Qué dijiste? Me quedo con la princesa, seré de prosapia y además rico, pero nada, que conmigo te amolaste. Yo no sé qué te dio mi hijita querida para que la hayas engatusado a seguirte, si eres un pobre diablo, vulgar y corriente. Se me hace que le diste toloache, porque solo embrujada pudo fijarse en tan poca cosa como tú, extracto de lo más ínfimo y extremo de la escoria de la sociedad, y de abismal contraste con las buenas costumbres y prosapia de mi respetable familia. Pobre de mi hija con el triste futuro a tu lado. Mejor ni me lo imagino, porque me dan náuseas. Qué aberración a nuestro insigne origen, a nuestra nobleza y clase. Pero se acabó el asunto, insensato.
De pronto, llama la atención al padre ofendido y a los acompañantes un líquido de metal que se funde en las grandes piedras en que se encuentran las brasas de la fogata. Es un escurrimiento que se esparce en venas superficiales sobre la pendiente del terreno.
Don Juan Rangel toma una muestra del metal escurriéndole en la hoja de su puñal, en medio de la dificultad de la poca luz de la fogata, y afirma:
—Es una veta de gran contenido de oro y plata. ¡Oh, grandioso descubrimiento, este hallazgo del preciado metal a flor de tierra!
Al fin expertos mineros, don Juan y sus acompañantes, en breve tiempo confirman el contenido de la veta y su calidad.
—Acertó usted, don Juan, con el excelente resultado de su primera impresión de la veta —afirman ellos.
—Cuando yo afirmo que la burra es gris es porque tengo los pelos en la mano.
El resultado de la observación fue evidente. La fogata estaba encima de un gran filón de mineral de oro y plata que afloraba reluciente en la montaña. De tal manera fue el júbilo y la alegría del hallazgo, que por un momento se olvidaron el motivo de su presencia en aquel lugar.
El grandioso descubrimiento ennobleció y transformó la actitud de La Negrita, extraña reacción, afirmando a la pareja:
—Rica y grandiosa veta a la que sus amores me han traído. Sin duda que el amor de ustedes es sincero y Dios hoy en este suceso lo ha manifestado. Por lo tanto, formalizaremos lo de ustedes en una gran boda muy bonita, y esta mina desde hoy, en honor, querida hijita, se llamará La Negrita.
A raíz del descubrimiento de la mina La Negrita, se fundó el real de minas de San José del Parral en el año de 1631, por don Juan Rangel de Biezma.
Para muestra, ese botón de orquídeas.
Muchas gracias por su atención.
Caro, Alejandro: Perseverancia. Editorial Ari, México, 2018. Segunda edición.