El martes 24 de octubre amanecimos con la noticia de que una tormenta tropical iba a llegar a las costas de Guerrero. Unas horas después la naturaleza se desbocó: De modo fugaz el fenómeno pasó desde vendaval hasta huracán de la más alta categoría, de amago a pesadilla total. Los estudiosos se sorprendieron: Tanta rapidez era inaudita, no encontraban precedentes y necesitaban estudiarlo para prever episodios que serán cada vez más frecuentes.
Durante la jornada del martes la tormenta creció hasta tornarse en un huracán desalmado y devastador. Recordemos que el nombre de estos fenómenos atmosféricos fue asignado en honor al dios maya del fuego y del viento: Hura-Kan, una de las divinidades que participaron en la creación del hombre a partir del maíz.
Dice la escritora Sabina Berman, que estaba ese día en Zihuatanejo, que a mediodía se enteraron que era posible que la tormenta deviniera huracán de nivel 1, y que fue sólo al atardecer que los servicios de meteorología avisaron que estaba tomando una fuerza imprevista. Ella comentó que durante la tarde se abrieron al menos tres refugios en esa ciudad y se avisó a los moradores que se ampararan y tomaran precauciones. Ellas, sensatas, salieron a refugiarse con una familia amiga en una localidad cercana, protegida por una serranía.
Acapulco recibió al meteoro con toda su fuerza esa noche, de tal modo que el miércoles amaneció la ciudad devastada, con muchos edificios dañados, algunos caídos, sin servicios de electricidad, agua o teléfonos. Las imágenes de las televisoras dieron la vuelta al mundo informando del desastre en la zona hotelera y esquivando cuidadosamente mostrar los daños en las colonias populares, las más desprotegidas, al grado que esos canales parecen haber evitado indagar la suerte de las mayorías, de los que perdieron mobiliario y enseres, a veces casas completas y en ocasiones la vida. Esos no fueron noticia…
Pero sí los expusieron cuando denunciaron los saqueos de supermercados y tiendas departamentales, y exhibieron a las multitudes acopiando víveres y reemplazando muebles que se llevaron los torrentes. En la perspectiva maniquea de esos medios hubo dos tipos de actores: Los turistas y los propietarios de hoteles, que fueron las víctimas, los buenos; y los que saquearon tiendas en busca de comida y algún camastro para acomodarse, o ropa para vestirse, que fueron los malos. Alguien, enterado, sugirió que buscaban comida y resarcirse de las pérdidas, y que parecía lógico; además, esos establecimientos están asegurados, afirmó, y la gente necesitaba sustento en medio de tanta tragedia.
Las imágenes mostraron edificios en que los vientos arrasaron con muros y paredes endebles, tal vez construidos con aglomerados, incapaces de resistir ventiscas tempestuosas, y lanzaron al vacío viviendas enteras, pisos completos, erigidos sin atención a normas y reglamentos, consecuencia de corruptelas en uso desde hace décadas, de complicidades entre desarrolladores y funcionarios que amasaron fortunas a costa de vidas y propiedades. Eso demanda investigación y justicia.
Los caminos destrozados, los aeropuertos en mal estado y la ausencia de servicios ha dificultado las labores de soldados y marinos, y del personal de la CFE, que acudieron a prestar ayuda, reparar lo dañado y ensayar una vuelta a la normalidad. No es fácil, tomará años retornar a un Acapulco renovado, pues también habrá que corregir los descuidos criminales del pasado.
El fin de semana se reanudó el servicio eléctrico en la mayor parte de la ciudad. Hay muchísimo por hacer en la zona hotelera y en los barrios populares, más desprotegidos. Estremece comprobar la andanada de mentiras y tergiversaciones emitidas por políticos y algunos que se dicen periodistas, que aprovecharon la tragedia para intentar debilitar a un rival político. Con sus dichos tramposos ponen en cuestión y estorban las labores de rescate y restauración: No fueron capaces de solidarizarse con el pueblo guerrerense; prefirieron sacar raja política de la desgracia. Además de las pérdidas humanas y materiales, algunos también perdieron el pudor y la dignidad…
Ernesto Camou Healy es doctor en Ciencias Sociales, maestro en Antropología Social y licenciado en Filosofía; investigador del CIAD, A.C. de Hermosillo.