Por Guadalupe Ángeles
…cierta esencia nocturna de los pensamientos que habían compartido entonces, con un violento anhelo de juventud, amor y dolor por el amor.
Malcolm Lowry
Ambos cantan, los rostros muy juntos. Ella, algo más alta que él, está sentada en un banco, lo que permite que sus frentes, sus mejillas se toquen. Juguetean, nosotros los miramos ya que están en un escenario. Él pasa su brazo por la espalda de ella, termina la canción y vuelven a cantarla, ahora a capela, sus miradas muy cerca una de la otra; cuando él la desvía ella le toma el rostro con una mano y le obliga a mirarla, pareciera que todos, ellos y nosotros, disfrutamos del jugueteo ya que, poco antes, la hemos visto volver la cabeza hacia atrás en un claro gesto de disfrute, sin embargo, ya que ambos se miran a profundidad ella llora, caen lágrimas verdaderas sobre sus mejillas que él acaricia y en un acto quizá desesperado abre su mano y cubre el rostro de ella, quien, presa de un frenesí inesperado no cesa de llorar; pasados algunos instantes aparentemente recupera la cordura y termina la canción, ya no importa si se besan o no porque hay una cámara que los capta cuando se dirigen a los camerinos y ella va triste, ambos tomados de la mano o por instantes abrazando el uno a la otra por la cintura parecen continuar “en personaje”, mientras los perdemos de vista porque un par de guardaespaldas los siguen en silencio.
El verdadero hecho a todos se nos escapa ¿lo que vimos fue una puesta en escena de principio a fin?, ¿el llanto fue planeado o una verdadera sensación inesperada, incluso para ella lo causó?
Voyeristas, obvio, no hay otra palabra para describirnos, hemos sido regalados con un bofetón gracias a esas lágrimas, pues su autenticidad (real o no) nos impide la impunidad del placer vicario que experimentamos antes de que hicieran su espectacular aparición en una puesta en escena que derivó en una herida de la que mana la sangre de todos nosotros porque el dolor viene de una pregunta íntima que nos habita por entero.