Por Diana Manzo | Desinformémonos.org
Chicapa de Castro, Oaxaca. Con delicadeza toma la aguja fina y delgada, ensarta el hilo verde de algodón y comienza a bordar una hoja, parece un jardín de flores que está colocado sobre una tela negra. El arte del bordado tradicional es una técnica que por ser laborioso, muchas mujeres ya no lo hacen, sin embargo, Obdulia Aquino Blas, de 70 años, y Felícitas Aquino Martínez, de 66, originarias de Chicapa de Castro, Oaxaca, llevan medio siglo elaborando trajes regionales que usan las mujeres zapotecas.
En su casa, debajo de su corredor de lámina, las primas sentadas en su bastidor de madera bordan y platican sobre la vida, sus sueños y conservar esta tradición. Obdulia aprendió con su prima Florinda, mientras que Felícitas sólo observando. Ambas han dejado legado en sus hijas y parientas.
Chicapa de Castro es una agencia municipal de Juchitán en donde viven unas 3 mil 500 personas. Aproximadamente hay unas 100 bordadoras, pero la mayoría son adultas mayores, quienes resisten con el bordado para seguir conservando la identidad.
“Yo bordo para conservar la cultura. Cuando veo a una mujer que porta un traje que elaboré me siento contenta, porque sé que ella usará esa ropa con su amor y cariño, y después seguramente lo heredará y eso significa que se conservará nuestra cultura”, dijo Obdulia en entrevista para Desinformémonos.
Datos históricos señalan que el traje típico del Istmo tiene su origen en el México prehispánico, y el de bordado a mano fue de los primeros que se elaboraron. Las telas fueron traídas de Europa. Se le reconoce a Doña Juana Catalina Romero, llamada benefactora de Tehuantepec, como la mujer que estilizó el traje, al incluir encajes y telas de diversas texturas.
Obdulia y Felícitas concuerdan que actualmente es la gente adulta la que borda con aguja chica, “y eso es triste, porque podría desaparecer”. Además son pocos los lugares donde se elaboran los trajes, como en Chicapa de Castro, Unión Hidalgo, Juchitán y Santa Rosa de Lima, en San Blas Atempa.
“Cada pétalo de la flor que terminamos es una vida”, refiere Obdulia, quien durante cuatro días teje una flor completa, dedicándole ocho horas, pues asegura que ser madre, esposa y artesana implica dividir el tiempo.
Bordar para Felícitas en cambio es su todo. Ella es soltera y le gustan las flores grandes que abarcan entre 30 y 40 centímetros. Para que un traje de bordado concluya, se necesitan entre cuatro a seis meses.
“Al paso de los años hemos aprendido a colocar tonos, a cuidar que el bordado esté muy firme, también usamos hilos de seda de calidad, todo es con calidad, porque los trajes duran más de cien años”, dijeron.
Recuerdan que para aprender, las abuelas, tías o mamás les decían que bordaran en las orillas de la tela y ahí fueron aprendiendo, hasta convertirse en lo que hoy son.
El bordado tiene ritmo, es cultura, es nuestro
Ambas artesanas están conscientes de que en los últimos años la falta de recursos e ingresos económicos obliga a las mujeres a desprenderse de sus trajes, sin embargo consideran que las casas de empeño y personas adineradas pagan por las prendas a bajo costo, para después revenderlo más caro, lo que llaman una apropiación cultural.
Felícitas y Obdulia reconocen que es importante que las jóvenes de hoy aprendan el bordado para conservar su cultura. “En tres meses ya se aprende, acá lo que importa es que les guste, que haya constancia, armonía y ritmo, ese es el bordado, es cultura, es lo nuestro”, dice Felícitas.
Lejos de romantizarlo, el bordado también les ha causado malestares en su cuerpo a lo largo del tiempo, como dolores de espalda, la vista cansada y várices, sin embargo, “nada se compara con la alegría, orgullo y emoción” al ver que quien adquirió y compró el traje lo porta en alguna celebración o vela.
Ambas dijeron que es importante dar el reconocimiento a las artesanas, evitar las apropiaciones, porque “en cada traje se va la vida, el amor, los sentimientos y la esencia”.
“Nuestro sueño es que más mujeres borden, que más jóvenes sin importar que tengan profesión o no aprendan esta técnica, porque es lo nuestro, no es otra cosa de otro mundo. Bordar es vida y se debe conservar como identidad”, concluyó Obdulia.