Palinodia: retractación, rectificación, recantación, modificación, reconocimiento 

Por Guadalupe Ángeles

Las flores de mi blusa eran movidas por un viento nacido del invierno no nacido sobre la tierra. Me concentré en ese movimiento asegurándome que no enloquecería. Días antes había visto fenómenos semejantes sucederse a mi alrededor sin apenas prestarles atención. Esa mañana quemé los jabones que había en mi casa, la cual se llenó de una niebla que poco a poco era absorbida por el aire del patio. Nadie vendría a decirme que eso era enloquecer. No lo era. Yo no sería capaz de enloquecer nunca porque siempre me he tenido en pie pase lo que pase.

Sabía que mi ser interno algo tendría que ver con el caos universal. Pero esta frase, por los días que corren casi se ha convertido en lugar común. 

¿Que hemos hecho de nosotros? Aún permanece un miedo visceral a permanecer la eternidad odiándonos, es más fácil entender eso que el silencio sideral dentro y fuera de nuestros cuerpos dotándonos de una luz semejante a la del sol. ¿A dónde voy con todo esto? ¿Cuál sería el equivalente actual del hombre con experiencia que le enciende un cigarrillo a una joven que no sabe fumar y va en busca de un trabajo de recepcionista a su oficina? 

Cada generación produce sus propios monstruos. Hay quienes se inclinarían a pensar que ya no existen peligros para nuestros niños puesto que las infancias (como ahora las llaman) están al tanto de lo que ocurre en el mundo y por eso ya no es necesario pervertirlos, todo el mal está en sus manos, es decir, en los celulares que tan amorosamente sus padres han puesto a su entera disposición ya que, les han dicho, son máquinas inteligentes que les ayudarán a descubrir las maravillas del mundo… ¿en serio han sido tan ingenuos para pensar que solo las maravillas? Me duele hacer de abogado del diablo, sin embargo, no me queda otra alternativa ahora que me doy cuenta de tal inexactitud al creer dar en el clavo en la educación infantil y tal estupidez en personas que creeríamos sensatas: Han de perdonarme los buenos hombres y mujeres que aman y cuidan a sus hijos más que a sus plantas, más que a sus mascotas; de ellos es mi humilde y no pedido reconocimiento. Emplazamos a los otros, les llamamos y hacemos ver con toda tranquilidad y la más despiadada justicia que no deberían haber entrado a esa experiencia de la paternidad/ maternidad. ¿Que quién soy yo para juzgarlos? Un habitante (espero) del mundo futuro el cual será regido y ordenado (¿?) por esas criaturas perdidas entre la televisión y el celular. De más está decir que, sin ser yo una inteligencia artificial ‒acepto incluso no poseer ninguna‒ vislumbro un futuro insufrible, indigesto, horrendo por poco decir. ¿Me arrepiento de haber nacido ante tal espectáculo que, hasta el momento ‒afortunadamente‒ solo existe en mi mente? No valdría para nada mi arrepentimiento, pues no fue por placer (por el mío al menos) que vine a este mundo. Mi edad está a la vista desde los primeros renglones de esta especie de manifiesto sin contenido exacto, incontinente, en el que se desparraman mis pesadillas y un no deseado acto de adivinación, en el cual me veo como un anciano tirado en la calle, con solo unos milímetros alejado de la tumba, esperando la piedad de jovencitos a los que ya nadie les enseño el respeto a sus mayores, la alegría que puede existir en conversar con los mayores para conocer por sus palabras la belleza de la vida que ya no será como fue en esas juventudes perdidas en lo más oscuro del pasado irreconocible ya. Quizá yo mismo sea ese monstruo que ha creado esta generación; ¿en qué espléndidas profundidades respira este monstruo que no fue hecho para ser visto por ojos humanos?, ¿en eso por fin voy mutando? La penumbra solo advertida en sueños, de tremolantes algas, de veloces peces ajenos a la claridad, es morada de tal criatura, ¿fui llamado a ser tritón que solo bajo la lluvia se atreve a contemplar islas desiertas de artificio?, ¿soy o fui ese innombrable, inescrutable ser dueño de alas o excrecencias corpóreas imposibles, impronunciables?, Así me siento bajo la mirada de los adolescentes que ya se acercan a ver las hormigas entrando y saliendo de mi boca; sin embargo sé, para ojos sensatos solo soy un cadáver, ninguna grandilocuente figura por más que mi imaginación se empeñe en hacérmelo creer; o quizá, así, sin darme cuenta, ya vivo en los malos sueños de los desventurados que no acertaron a morirse pronto, antes de ver que la inteligencia artificial hace de los hombres apenas un puñado de criaturas informes tratando de dar fe de sí mismas en balbuceos cada vez más ininteligibles, como este. Valga entonces un buen punto final a tiempo (no vaya a ser que venga algún corrector ortográfico y cancele esta serie de palabras acomodadas ‒una tras otra con la ilusión de dar un orden a ideas que locas corren una muy lejos de otras sin descanso‒ como quien por fin dobla la ropa recién sacada de la secadora.

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