Cuento: Una ciudad que ya no es aquella

Por Jesús Chávez Marín

La muerte chiquita de la injusticia, en los años recientes se fue convirtiendo en la muerte cierta, en este desolladero sin piedad ni fe. Luego de estudiar leyes, el único lugar donde encontré trabajo fue en la policía municipal de una ciudad que ahorita no viene al caso mentar; después de todo, los dramas que uno mira son de calidad estándar para todos los lugares, lo mismo da. Lo que quiero contarles es muy cruel: cuando vi esa acción me di cuenta de que el mundo había cambiado, de que como sociedad habíamos cruzado un umbral de la conciencia.

Unos muchachos de un barrio orillero organizaron una fiesta para festejar la boda de uno de ellos, quien aquella tarde se casaría con una linda mujer llamada Candelaria. Ella había sido novia durante siete años de otro de los jóvenes de la palomilla; de eso ya había pasado algún tiempo, las aguas de la separación se habían serenado. Aunque no del todo, por lo que pasó después.

Resulta que la fiesta se alargó hasta la media noche, poco a poco fue llegando gente y no solo del barrio sino de otras partes, y muchos llegaban con cervezas y botellas de todo; también llegaban grupos de jóvenes con guitarras y baterías y alternaban con el grupo contratado, la fiesta era alegre e intensa. Cada invitado y también los que llegaron después traían su propio viaje.

El ex novio de Candelaria llegó a la una de la mañana. No había asistido a la boda, pero vino de otro lado, con señales evidentes de que venía tomado y de mal talante. Sin saludar a nadie llegó hasta el centro de la pista, donde bailaba la muchacha con su esposo, muy tranquilos y contentos. A sangre fría, el recién llegado sacó un chichillo descomunal que brilló como un relámpago cuando se lo clavó desde lo alto en el cráneo, de la coronilla hacia el centro del cerebro, al recién casado, y allí lo dejó encajado como en un árbol sangrante mientras con toda calma se retiró del lugar.

No tuvimos dificultad para aprehenderlo, esperó en su casa a la policía; en silencio y sin aspavientos le pusimos las esposas y lo remitimos a la Comandancia Sur. Fue de mis primeros casos y, como les digo, en el hielo de la mirada de aquel joven entendí que algo había cambiado en la ciudad.

About Author

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *