Boff: “¿Aprendimos la lección del Covid-19?

Por Leonardo Boff

Hemos superado en gran medida las amenazas que plantea el Covid-19, que desde hace tres años pone en riesgo la vida de millones de personas. Es cierto que quedaron secuelas: el virus afectó a los riñones, los pulmones, los intestinos y hasta el cerebro. En cierto modo, se ha asentado en nuestro organismo y, probablemente, al igual que con la gripe, deberíamos seguir tomando vacunas protectoras.

Sin duda, la acción deletérea del virus ha aumentado nuestra conciencia ecológica. Basta ver cuánto se ha escrito sobre el tema y los cientos de “vidas” sobre el cuidado de la Casa Común, realizadas en todos los países y cómo se formaron los grupos ecológicos.

Sin embargo, en términos sociales y globales, imaginamos que habríamos entendido el significado profundo de la lección que nos legó la pandemia. No sucedió. Todo parece haber vuelto a la vieja normalidad, la que trajo el virus, ya sea en las formas de producción que exigirían una relación más amigable con la naturaleza; continúa la sobreexplotación de los ecosistemas; La deforestación en la Amazonía, en el Cerrado y en el Congo continúa a un ritmo preocupante, por mucho que los gobiernos se esfuercen por limitar la voracidad del capital mundial. En especial, la minería, explorada en casi todos los países, degrada ecosistemas enteros y daña la salud de miles de personas. La escasez de agua potable será posiblemente uno de los factores de grandes conflictos en un futuro cercano, pues,

Quizás el vacío político más grave sea la falta de creación de un centro de toma de decisiones global y plural para enfrentar problemas globales (como pandemias, calentamiento global, agotamiento de la biodiversidad, deterioro de suelos y cultivos, etc.) que requieren una solución global. Todavía prevalecen soberanías obsoletas porque, en su nombre, cada país busca defender sus ventajas sin tener en cuenta el carácter sistémico de los problemas. La Carta de la Tierra (2003) ya advertía: “Nuestros desafíos ambientales, económicos, políticos, sociales y espirituales están interconectados y juntos podemos forjar soluciones inclusivas (Preámbulo). Estas soluciones inclusivasexigen un centro plural de gestión global, porque la mejor ciencia nos advierte de las graves crisis que se avecinan y contra las que poco podemos hacer.

Y lo más importante: tenemos que inaugurar un nuevo paradigma de cómo habitar la Casa Común, porque el actual, de mantenerse, nos puede llevar a gravísimos desastres socio-psicológicos. El Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) de 2022, que se presenta bajo el lema “Tiempos inciertos, vidas inestables ”, deja en claro “que, sin un cambio drástico de rumbo , podemos encaminarnos hacia aún más privaciones e injusticias”.

Sin un nuevo paradigma, las desigualdades tenderán a crecer. Hace años en 1990, este mismo organismo mundial mostraba la relación entre el 5% más rico y el 5% más pobre que había en 1960, de 1 a 30; en 1990 saltó del 1 al 60 y en 1995 del 1 al 74. Actualmente, la brecha entre los dos debe haberse agudizado mucho más, pues la pandemia dejó 800.000 pobres.

Hay otro dato que nos hace pensar: la brecha entre lo que producimos con nuestra ciencia y tecnología y lo que la naturaleza produce por sí misma y que nos permite continuar en este planeta. Sucede que lo estamos deteriorando día a día. La contribución de la naturaleza a la economía actual está valorada en 33 billones de dólares al año. El producto interno bruto mundial ronda los 18 billones de dólares. Si la furia capitalista de acumulación ha dejado estéril gran parte de la naturaleza, habría que sumar al PIB mundial los 33 billones de dólares, provenientes de la naturaleza. Ninguna teoría ni ninguna técnica sabría de dónde sacarlos. Como puede verse, hemos llegado a los límites de la Tierra. Necesitamos más de una Tierra y media para satisfacer el consumo mundial, especialmente el suntuoso de las clases adineradas.

Cada vez más nos acercamos al momento en que la humanidad debe elegir entre continuar como está todo y nuestra supervivencia se ve amenazada, o cambiar para garantizar nuestra subsistencia en la Tierra.

Esta alternativa nos la presentó el Covid-19 obligándonos a la reclusión social para pensar (un verdadero retiro existencial colectivo), el uso de mascarillas para no contaminarnos y la búsqueda desesperada de vacunas, afortunadamente encontradas. Pero no obviaron el dilema: o afrontar lo peor o cambiar de rumbo.

El tiempo se acelera y no tomamos en cuenta su ritmo, ocupados con nuestros negocios, con nuestros proyectos de crecimiento, sin darnos cuenta de los límites de bienes y servicios en el planeta.

Los tiempos son cada vez más inciertos y las vidas cada vez más inestables y amenazadas, particularmente con el nuevo régimen climático imparable al que no todos los seres vivos somos capaces de adaptarnos, incluida gran parte de la humanidad.

El editor principal del PNUD, Pedro Conceição, dice con razón: “Para navegar la incertidumbre, necesitamos duplicar el desarrollo humano y mirar más allá de mejorar la riqueza o la salud de las personas. Estos siguen siendo importantes. Pero también debemos proteger el planeta y brindar a las personas las herramientas que necesitan para sentirse más seguras, recuperar el control de sus vidas y tener esperanza para el futuro”. Ese futuro está en nuestras manos. Pero él no cae del cielo.

Leonardo Boff escribió La opción Tierra: la solución para la Tierra no cae del cielo, Record, Rio 2009.

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