Ortiz-Pinchetti: “Porfirio, el guanajuatense”

Por Francisco Ortiz Pinchetti

Entre el cúmulo de actividades, cargos, proyectos y hasta aventuras que componen la currícula de Porfirio Muñoz Ledo, poco se recuerda su participación en la campaña electoral por la gubernatura de Guanajuato en 1991, que me tocó cubrir como reportero para el semanario Proceso.

Nunca tuve claras, ni él me las explicó a cabalidad, las razones por la cuales el controvertido político capitalino no sólo se interesó, sino se empeñó, en participar en una contienda en la que ni él ni su partido, entonces el PRD, tenían las mínimas posibilidades de victoria. De lo que sí estoy cierto, porque me tocó atestiguarlo, es de que se trató de una campaña inédita, novedosa, intensa y sobre todo muy divertida, gracias al ingenio de este político por muchas razones admirable, fallecido el pasado 9 de julio en la capital del país, a la edad de 89 años.

Me parece que aquella aventura política, como pocos otros episodios de su vida, describe la personalidad, el estilo y el indudable ingenio de este personaje en la plenitud de su carrera, cuando tenía apenas 58 años.

Les platico que Porfirio Alejandro Muñoz Ledo y Lazo de la Vega, su nombre cabal, no cumplía ninguno de los requisitos constitucionales para aspirar a la gubernatura de Guanajuato. Ni había nacido en esa entidad ni tenía la residencia legal para ser candidato. No obstante, intentó ésta segunda vía mediante un contrato de arrendamiento de una vivienda en Apaseo el Grande, donde efectivamente vivían –y viven– parientes suyos, que resultó más balín que un billete de 18 pesos.

Rechazada su solicitud por la Comisión Estatal Electoral de Guanajuato (CESG), entonces controlada como era usual por el gobernador priista del estado, Rafael Corrales Ayala, apeló entonces a su “derecho de sangre” para participar en la contienda, aduciendo sus antecedentes familiares. No prosperó, tampoco.

Se fue entonces a Los Pinos para entrevistarse con el presidente Carlos Salinas de Gortari, con quien dialogó largo rato. Nunca se difundió el contenido de dicho encuentro. El hecho es que unos días después, en la siguiente sesión de la CEEG, inopinadamente se le concedió el registro como candidato el PRD, al que se sumaría el ya desaparecido PPS, a la gubernatura de Guanajuato.

Sus contrincantes eran el priista Ramón Aguirre Velázquez, oriundo de San Felipe Torres Mochas, ex regente del Distrito Federal, y el panista Vicente Fox Quezada, aunque nacido en el DF avecindado en San Francisco del Rincón. También participaron, aunque como meras comparsas, Juan Gabriel Torres Landa por el PARM, y Rosa María Hernández de Torres, por el PDM.

En distintos momentos, cubrí durante la campaña los recorridos y actos proselitistas de los tres candidatos principales. Sin lugar a dudas, la campaña del brillantísimo perredista fue no solo muy intensa, sino también la más divertida. Llena de colorido y sabor. Salpicada de ocurrencias y anécdotas inolvidables.

Por ejemplo, en los pueblos grandes Porfirio irrumpía en las sucursales bancarias y ante los azorados cuentahabientes, advertía: “¡Este es un asalto: el voto o la vida! También repartía en las plazas, los mercados y los jardines cientos de estampitas en las que de un lado había un calendario en el que se destacaba la fecha de la elección (18 de agosto), y del otro una fotografía del senador y su esposa con el Papa Juan Pablo II.

–¿Apoco de veras vio al Papa? –le preguntó incrédula una viejita en el jardín de Acámbaro.

–Por supuesto, señora. Y por cierto, les mandó una Bendición Apostólica y una advertencia: tengan cuidado con La Ramona… ¡Claro, me lo dijo en latín!

La Ramona era el mote que le puso al priista Aguirre Velázquez. A Fox Quezada le llamaba “el Alto Vacío”.

Usaba el reparto de estampitas también para hacer sus propios sondeos de popularidad. “Ocho de cada diez personas me reciben la estampita”, aseguraba, presumía muy orondo. Y advertía enseguida: “Esta elección la vamos a ganar nosotros, y el que diga lo contrario ¡miente!”.

Por supuesto, le interesaba mucho la cobertura de los medios llamados nacionales a su campaña. En particular, el diario La Jornada, que había asignado a la contienda de Guanajuato al reportero Ricardo Alemán, mi admirado colega. Ocasionalmente, sin embargo, dejaba de asistir a algunos de sus eventos. “¿Dónde está Alemán?”, preguntaba angustiado el candidato. “¿No vino Ricardo?”. En tales casos, él personalmente se encargaba de “pasar la nota” de sus propias actividades al periódico capitalino dirigido entonces por Carlos Payán.

Ocurrió el día que tuvo uno de sus principales eventos, un mitin frente a la Alhóndiga de Granaditas, en Guanajuato capital. Fue cuando proclamó aquello de “¡Aún faltan en México muchas alhóndigas por incendiar…!” De regreso al hotel Posada Santa Fe y al percatarse de la ausencia de Ricardo Alemán, pidió que lo comunicaran a la redacción de La Jornada. “Ante una multitud delirante reunida frente a la Alhóndiga de Granaditas, el senador Porfirio Muchos Ledo proclamó…”, empezó a dictar, con comas y puntos.

En Irapuato, inventó un supuesto accidente en el auto en que ambos viajábamos para realizar en el trayecto una entrevista, como pretexto para justificar el retraso de casi una hora a una conferencia de prensa. “Perdón, muchachos –dijo a los reporteros, que ya se iban, mientras les mostraba la camisa que se salpicó de lodo cuando pasamos un charco en el camino –, ¡miren cómo vengo…!”.

Y en Celaya accedió después de dos horas de hacerlo seguir en sus recorridos por las calles del centro a un reportero de El Sol que le pedía una entrevista.

–¿Cuánto vas a escribir? –le preguntó al joven periodista cuando por fin se sentó con él en la cafetería de un hotel, yo acompañándolos.

–No sé, senador… Tal vez una cuartilla y media, tenemos poco espacio…

–¿Y por cuartilla y media interrumpes mi campaña? –le reclamó, solemne— Ok. Te voy a dar para cuartilla y media–, accedió. Y empezó a dictarle, con comas y puntos, la “entrevista”.

Muñoz Ledo consiguió una proeza en los comicios: logró a su favor un 7.6 por ciento de los votos, para ocupar el tercer lugar. Ante la impugnación del PAN y de Fox Quezada de la elección, que denunciaron –y probaron— como fraudulenta, el perredista levantó la mano al panista y se adhirió públicamente a la protesta contra el fraude electoral que encabezó el Grandote con Botas.

–¡Qué elegante!, –le dije a un Porfirio enfundado en un flamante, impecable traje azul oscuro, al término de uno de los mítines de la pos campaña de Fox Quezada en la Plaza de los Mártires de León, en el que participó en apoyo del panista.

–Por supuesto –me contestó sonriente el ya excandidato, con un dejo de orgullo–: ¡soy un senador de la República!

Válgame.

DE LA LIBRE-TA

PIÉNSENLO. En serio, en serio: ¿se imaginan un debate público entre Xóchitl Gálvez y Claudia Sheinbaum Pardo?

@fopinchetti

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