Por Jesús Chávez Marín.
Vas a pensar que es cuento chino, pero así sucedió, igualito que en el chiste: Me dijo: Voy aquí a La Palma por unos cigarros, y no ha vuelto.
No se llevó nada, nomás la ropa que traía puesta ese día, nada especial. Ni sus herramientas, ni siquiera su moneda de la buena suerte, que siempre tiene guardado en el escritorio y aquí está, intacta.
De todos sus papeles, lo único que no vi fue la Visa, supongo que la traía en la cartera, como al descuido.
Y de eso ya va para tres años.
Ya no sé si soy casada o soltera.
Al principio estaba segura de que aparecería alguna tarde, como si nada. Ya vine, me diría, sabiendo que siempre fui con él más incondicional que la canción de Luis Miguel, y yo le ofrecería algo de cenar, como lo más natural del mundo.
En cuanto se supo que estoy sola, me empezaron a rondar algunos pretendientes, lo cual me parecía rarísimo; pero es que yo era la única que seguía sin saber que ya era mujer libre.
Me daba vergüenza que me vieran saliendo con alguien, por eso muy en secreto mejor los invitaba a la casa, a deshoras, tratando de que no se dieran cuenta los vecinos, qué pena.
Y luego de ser la feliz pareja por una noche, los despedía para siempre, antes de que clareara, cuando todo mundo en el barrio seguía durmiendo.
Le fui tomando el gusto a la variedad, mientras regresaba mi marido. Y ahora que ha pasado tanto tiempo me quedé con la pura variedad, ya sin la espera.