Por Jesús Chávez Marín
No estoy seguro si esas de la foto son flores de calabaza, porque no las conozco sino en las quesadillas que cocinan tan deliciosas en Ciudad de México; las probé contigo cuando fuimos a celebrar el Bicentenario, ¿te acuerdas?
Fue nuestra quinta luna de miel, así les llamábamos a nuestros viajes.
Acordamos que tú pagarías el avión y yo el hospedaje allá durante una semana. Como andaba muy quebrado reservé el Hotel Mónaco, que está en pleno centro, cerca de la estación Hidalgo del metro, porque yo lo ocupé en 1982. Era muy limpio y económico.
No esperaba hallármelo en plena decadencia; en cuanto entramos al vestíbulo vi que no te gustó nadita, pero ni modo, a lo hecho, pecho. En cuanto nos instalamos y nos dimos un baño, fuimos a pie rumbo al zócalo.
Íbamos entre una multitud, y eso que apenas era mediodía, pero todos querían apartarse un lugar para El Grito.
Fue cuando comimos las quesadillas callejeras que tanto te gustaban y que me invitaste como ofrecerme una maravilla culinaria. A mí nada me importaba, ni el rumbo ni la comida. La maravilla siempre fuiste tú, a mi lado, de la mano, caminando a donde fuera.
Y ahora todo aquello terminó. Esta carta no llegará a tu Messenger. Allá donde estás no llega la señal.