Por Lilia Cisneros Luján
Sobre todo, a los mexicanos que gustamos de la fiesta, el buen humor, el festejo de lo que sea, haber pasado el mes del amor, la mujer y empezar abril nos da ocasión para reconocer que este es, a que negarlo, el de niño. No importa que el festejo sea justo el día 30, ni tiene la menor importancia, que los secuestros están aumentando entre menores de edad, que estos sean en muchos casos víctimas de bullying o que su hora de sueño se vea interrumpida por una sonora discusión parental que muchas veces culmina con golpes casi siempre en contra de las mujeres. Pero si el cambio de residencia, de manera temporal o definitiva, casi siempre en términos de desarrollo, con la consecuente mejora económica aunado a la intención de progreso y lograr arraigo y pertenencia en un sitio diverso al que fue propio por nacimiento, fue decidido por otros, los resultados no siempre son de alegría. Esto no necesariamente beneficia a los menores de edad, sobre todo en edad escolar, pues lejos de implicar una opción positiva, los niños y adolescentes muchas veces son atrapados en la depresión, sino es que crisis de pánico sobre todo ante la expectativa de ser separados de sus padres lo cual se agrava ante la realidad de ser víctimas de abuso -físico, emocional y laboral- que además del estress presente, los perseguirán durante toda su vida.
En el caso particular de los menores migrantes mexicanos a quienes se define como nobles, comunicativos, extrovertidos y con cierta vocación a la amistad ¿Aumenta los riegos de perversidades como las que antes solo se detectaban entre migrantes africanos retenidos en espacios cerrados y con supuesta protección de grupos privados? Treinta y siete millones de migrantes infantiles[1] es algo verdaderamente grave sin importar que viajen solos o acompañados. Y si realmente deseamos celebrar el mes del niño debemos mínimamente enterarnos de cuantas vejaciones, días de hambre, negación del derecho a la educación, discriminación y tantos otros sufrimientos ocasionados muchas veces por quienes se hacen cargo de tales personas, que no siempre son los padres, sino alguien en quien supuestamente se tenía confianza para entregar a la descendencia propia como un acto de amor.
En mi memoria, abril es cuando menos el recuerdo de un héroe de la segunda guerra mundial que aprovechando su circunstancia ayudó a muchos –sin cobrar un centavo, por cierto- a conseguir su Green card. El murió ciertamente en los primeros días de un abril luego de haber cumplido 90 años. A mediados del mismo mes, pero del 2012, igual nos dejó otra migrante. Hija de españoles que creció, se crio en Francia y con una profunda conciencia del sufrimiento por ser discriminada por gobiernos ajenos, ella decidió llegar a América, donde tres de sus cuatro hijos nacieron legalizando por sí misma su estancia a pesar del bloqueo de su marido celoso. La mayoría de los hermanos del fallecido a inicio de un venturoso abril, e incluso sus propios padres, lograron la vida doble de quienes vivieron con la calidad de mexicoamericano, aunque finalmente todos decidieron regresar a su país de origen para ser enterrados en su tierra.
Pero no todos los niños celebrados en algún abril, han sido migrantes. Mi hija cumpliría cincuenta y dos años el próximo día 13; pero ya lleva casi diez, descansando al lado del Dios resucitado según recordamos en esta semana; y lo mismo debo decir, de María de los Ángeles Moreno Uriegas, quien estará ajustando cuatro años que nos lleva de ventaja en ese final que todo debemos cumplir. Además de andar en Europa, varios hijos de profesionistas mexicanos, en un claro ejercicio de caminar por diversos derroteros, hoy viven en países distintos al de su origen ¿regresarán o serán el principio de otra rama de migrantes? ¿Los tratan bien o han debido pasar algún tiempo encerrados como si fueran criminales solo por haber ejercido su derecho a mudarse? ¿Cómo se espera que los traten sus connacionales cuando regresen?
Sea como fuere, en el país de origen o entendiendo las variables de existencia cuando alguien por voluntad propia o de sus adultos responsables aprenden lo que significa ser extranjero, la tragedia sufrida por quienes en pleno ejercicio de su derecho a salir de un lugar donde son mal tratados, removió mis particulares recuerdos, donde ocupó un lugar especial “Catita”, mujer guatemalteca que apoyó a mi madre hasta que logró su naturalización; o la madre de Irene que me confeccionó gratis mis uniformes de secundaria a donde me inscribí a escondidas; o Margot, a quien su padre dejó a buen resguardo –tenía apenas 15 años- con un mexicoamericano que le apoyó hasta conseguir su propia situación legal, además de enseñarle el idioma y un trabajo del cual vivió por años. ¡que decir! Migrar es un derecho que implica riegos lamentables, aunque no por ello justificable que sea el Estado, cuya función especial; sea servir aplicando la ley que se han dado los gobernados del sitio –país, entidad local etc.- de destino del migrante, sea el primero en violentar las normas vigentes.
El tema de Ciudad Juárez, no se resolverá metiendo a la cárcel dos, tres o treinta personas. Urge como se ha exigido por años, diseñar procesos a partir de leyes generales y universales que permitan a quienes se mueven continuar con una vida digna y la mínima posibilidad de armonía y felicidad sobre todo para quienes por su propia edad deberán ser receptores de las mayores condiciones de salud física y mental. ¡¡¡Feliz mes del niño!!! ojalá esos treinta y siete millones menores de edad migrantes, gocen de alimentos, buena nutrición, techo y todos los derechos humanos que les corresponden.
[1] Datos de la Organización Internacional de las Migraciones (OIM)