Por Hermann Bellinghausen
Los días de enero de 1994 que sucedieron a la insurrección indígena, la noche de Año Nuevo en Chiapas, fueron días que conmovieron al mundo. El eje político del país se desplazó; nuevas coordenadas, nuevas interpretaciones, nuevas palabras, nuevas prioridades. La ráfaga fue política, mediática, intelectual. Masas espontáneas se manifestaron en las calles. El clamor mundial fue mayúsculo. El autosatisfecho gobierno de Carlos Salinas de Gortari enfrentó la peor pesadilla, en la noche inaugural de su Tratado de Libre Comercio con América del Norte. Adicionalmente, la izquierda internacional despertó del nocaut en que la había dejado la caída del Muro de Berlín y el colapso de la Unión Soviética.
Una bomba mediática. Se dejaron venir los periódicos y las televisoras más importantes de América y Europa, todas las agencias, observadores de primer nivel. Para La Jornada, dirigida por Carlos Payán Velver, fue una hora crucial: él la convirtió en una experiencia periodística única en el mundo. Con la globalización en ascenso y el Internet despuntando, Payán volcó al diario en la cobertura del alzamiento
del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) con claridad visionaria, compromiso y mucha audacia.
El domingo 2 de enero nos amanecimos con la primera plana de Sublevación en Chiapas
, con una foto demoledora de Carlos Cisneros de los indígenas posesionados del palacio municipal de San Cristóbal de las Casas. El día primero habían viajado a Chiapas las reporteras Rosa Rojas y Matilde Pérez y el fotógrafo. Entrevistaron al subcomandante Marcos y colaboraron con Amado Avendaño, director del diario local Tiempo, en dar cuenta de primera mano del inusitado desafío indígena.
La reacción inicial de La Jornada, entre el azoro, la admiración y el rechazo a los violentos
, intentó conjurar, en su primer editorial del año, el fantasma de Lucio Cabañas. Y desde el primer minuto cubrió muy bien la noticia, que no aceptó acompañar la víspera, pues únicamente tres directores de medios fueron notificados por los insurrectos: Julio Scherer, de Proceso; Amado Avendaño, de Tiempo, y Carlos Payán, de La Jornada. Sólo este último no mandó enviado antes del levantamiento. El corresponsal, Elio Henríquez Tobar, quien por cierto meses atrás había dado la primicia mundial de un campamento guerrillero
en Ocosingo y de algún combate con el Ejército federal, se encontraba de vacaciones.
Los acontecimientos se desarrollaron con gran rapidez y para su edición del lunes 3 La Jornada había dado un giro en favor de los alzados
, que se ahondaría en pocos días. Payán echó mano de todo el diario y para el día 4 ya tenía allá a unos 15 elementos: fotógrafos, reporteros, cronistas, corresponsales, y en el tema a todos los columnistas de la casa. Las páginas que hicieran falta.
Corregidos el exabrupto y la cautela del día 2, La Jornada alcanzó enseguida una nota alta en términos de cobertura, discusión y documentación del asunto. Fue el único diario importante del mundo que se comprometió enteramente con la rebelión indígena y colocó en su ruta futura el surgimiento irreversible de los pueblos originarios.
La postura de Payán, director de la orquesta, comunista de la vida, fundamentó este vuelco histórico. Comprendió que no necesitaba entender todo para saber que aquello poseía gran trascendencia. Tan sólo en las dos primeras semanas de aquel enero atrajo a las plumas más lúcidas o influyentes: Carlos Montemayor en primer línea, Rodolfo Stavenhagen, Octavio Paz, Carlos Fuentes, Carlos Monsiváis (vía Por mi madre, bohemios
), Fernando Benítez, Enrique Florescano, Luis Villoro, Antonio García de León, Luis Javier Garrido, Eraclio Zepeda, Elena Poniatowska, Homero Aridjis, Adolfo Gilly, Víctor Flores Olea, Arturo Warman, los españoles Manuel Vázquez Montalbány Manuel Vicent.
Se dice fácil. Nadie más se propuso o logró una cobertura así, que además se mantendría y profundizaría informativamente en los meses y años por venir. No que fuéramos muy boyantes, pero no se escatimó papel para, además, incluir íntegros los comunicados de los comandantes indígenas y las largas y muy leídas disquisiciones político-literarias del subcomandante Marcos.
La Jornada ganó lectores en todo el mundo, se volvió indispensable. Desafiaba frontalmente al gobierno federal y a las fuerzas armadas al dar voz y seguimiento a los rebeldes y a toda la temática indígena que ganó prominencia. Payán se mantuvo incorruptible, indoblegable, aguantador y visionario, hombro con hombro con la subdirectora Carmen Lira y todos los trabajadores.
Los materiales del periódico se reproducían y traducían en la mitad del mundo. La explosiva difusión del Internet nos encontró con filo. Otro acierto de Payán fue hacer gratuito el acceso electrónico a nuestras páginas, a diferencia de otros medios. Porque, como sea, Chiapas era el asunto
. Pronto surgirían los asesinatos del candidato presidencial y el dirigente nacional del PRI. Un año convulsivo que proyectó formidablemente a La Jornada y sus contenidos.
Consciente de la proeza periodística del diario que dirigía, Payán encabezó la edición de un libro, hoy inconseguible, que reúne lo publicado sólo los primeros 17 días de enero: Chiapas. El alzamiento (La Jornada Ediciones, septiembre de 1994), con un prólogo de Carlos Montemayor.
Con el tiempo, ya senador de la República, Payán hizo presencia en Chiapas de manera constante, como miembro de la comisión mediadora entre el traicionero gobierno de Ernesto Zedillo y los rebeldes; jugó un papel fundamental para mantener la tregua entre las partes, con abierta simpatía por los zapatistas, que lo llamaron maestro
. Puso el cuerpo en favor de la paz.
Gracias al capitán Payán, nuestra nave logró en colectivo una obra ejemplar del periodismo moderno. Él conocía los riesgos. Somos objetivos prioritarios de la inteligencia militar
, me advirtió en algún momento. Debió enfrentar presiones tremendas desde el poder. Ningún temor lo detuvo. La libertad de expresión se había anotado un tanto formidable gracias a la lucidez, el compromiso y la autoridad moral de Carlos Payán.