Por Ernesto Camou Healy
El pasado miércoles 8 de marzo se conmemoró el Día Internacional de la Mujer. Es, sin duda, el recordatorio más importante del calendario anual. Es una remembranza inexcusable del papel de la mujer en la construcción de la cultura y sociedad, actual y antiguas, de la subordinación a la que se las ha querido someter a lo largo de siglos y milenios, y de la enorme deuda que tenemos con ellas, la mitad masculina de la humanidad, por su fuerza, su dedicación, empeño, creatividad y solidaridad ejercidas por eones sin las cuales el conjunto no hubiera podido, ya no digamos ser, sino permanecer, pues sin ellas simplemente no somos sustentables.
La especie humana tiene unos 200 mil años de existencia, y le llamamos genéricamente Homo Sapiens, lo que tiene ya un deje de desdén, puesto que a la mujer sólo se la conceptúe como “la hembra del Homo”. La fémina de la especie merecería un nombre propio: “Mulier Potens et Sapiens” deberíamos llamarla, porque posee la inteligencia a la par con el Homo, y tiene además la potencia de la reproducción, y la generosidad para cuidar al producto en su vientre, para dar a luz y criar por años a quienes serán las generaciones futuras que aseguren la permanencia en el tiempo; son en este sentido el eslabón de la sustentabilidad de la especie, y por lo mismo, quienes perfilan y conceden la esperanza en lo venidero.
Y sin embargo la historia de las relaciones entre unos y otras ha sido teñida desde antiguo por la inequidad entre los géneros de tal modo que en las leyendas, sagas, mitos e historias que dan cuenta de la construcción de civilizaciones y culturas, casi siempre los personajes principales, muchas veces prácticamente los únicos, son varones, y a las mujeres se les asignan roles secundarios y por lo general subordinados. Se podría decir que, salvo excepciones, se concibe al hombre como “suyo de sí”, que puede optar y afirmarse a sí mismo; y, en esta historia falaz, se piensa a la mujer como “suya de otro” y sólo se afirma su ser en relación a varones, que le “conceden” una existencia subordinada. Es un discurso de siglos y milenios, un rasgo cultural erigido por los machos de la especie, como una forma de controlar y degradar a las matronas, y mantenerlas en una situación subordinada.
Es la génesis del machismo, la laboriosa construcción de un entramado de conceptos, perspectivas y valores siempre relativos pero que se presentan y pretenden entenderse como “naturales”, inamovibles, sustentados en la Biología. Y no es así: Este machismo ancestral es un producto de los usos y costumbres repetidos y refinados desde épocas muy arcaicas, que han pretendido hacer de la inequidad entre hombres y mujeres algo aceptado, concebido como normal, natural, bueno e incluso querido por Dios. Es una construcción de las culturas y sociedades que conviene a los varones y somete al lado femenino de la humanidad. Es una injusticia repetida e incluso aceptada casi sin reparos por hombres y también mujeres a lo largo de los siglos. Son mecanismos de sujeción, explotación y humillación manufacturados desde antiguo; pero, así como fueron construidos, se pueden destruir o modificar. Se deben erigir nuevas formas culturales, con valores de paridad, solidaridad y justicia entre mujeres y hombres. No se trata de una tarea sencilla, pero sí resulta urgente…
Todo esto es lo que subyace en esta conmemoración del Día de la Mujer. No es un festejo, sino un apremio: Exhibir la falacia de estos códigos culturales vetustos que permiten y sostienen al machismo, a veces rústico y burdo, otras veces sutil y artificioso. Hay que desmontar esa maquinaria, y construir formas novedosas de interactuar, de respetarnos, más orientadas a la armonía que a la confrontación.
Ellas desbrozan las veredas y caminos; sin su lucha y entereza no hay futuro…
Ernesto Camou Healy es doctor en Ciencias Sociales, maestro en Antropología Social y licenciado en Filosofía; investigador del CIAD, A.C. de Hermosillo