A la memoria de Rebeca Castro Villalobos, en su primer aniversario.
Por Francisco Ortiz Pinchetti
Algunos amigos sinceramente piensan que el Presidente ya desvaría. Opinan que sus supuestas respuestas durante los oficios matutinos desde el púlpito de Palacio Nacional son cada vez más disparatadas, incongruentes, contradictorias y falsas. Es cierto; aunque también lo es que esas han sido características de su manera de ser desde siempre. Sobre todo las mentiras. Me parece sin embargo que ellos exageran.
Andrés Manuel es el mismo de siempre, con sus matices. Quizá está ahora más irritable, cierto. Lo que de plano es diferente son sus prioridades. Y sus obsesiones.
Es un hecho que el cambio en su actitud coincide claramente con el proceso electoral de 2021. Las derrotas que sufrió en la Ciudad de México y en la integración de la Cámara de Diputados, donde no alcanzó la mayoría calificada, lo marcaron. No se las acaba.
Tales resultados no sólo disiparon para él de manera definitiva la opción de la reelección (cuya intención por su parte yo nunca descarto) sino que le movieron el tablero. Quedó prácticamente cancelada la posibilidad de implementar reformas constitucionales a su antojo, lo que era importante para él; pero en realidad ocurrió algo peor: asomó la posibilidad antes muy remota de perder la Presidencia de la Republica en 2024.
Y para atrás los fílders, como dicen los peloteros (él entre ellos).
López Obrador sabe que el hecho de no estar él en la boleta disminuye drásticamente las posibilidades de una victoria electoral. Me refiero por supuesto a la posibilidad de que su movimiento –él finalmente–, sean derrotados en los comicios generales. Y eso significa mucho más que no estar al lado de los grandes transformadores de este país, su sueño guajiro. Lo que le aterra es que su gobierno y él en lo personal sean escudriñados por un gobierno adversario, como él llama a los opositores, lo que podría significarle acabar no en su rancho de Palenque, sino en la cárcel.
Vive obsesionado. Hay que tener presente que todo –pero todo es todo— tiene para él un sentido electoral, ahora más que nunca. Su dilema es escoger un candidato capaz de ganar, pero el tema se le complica cada vez más. Tiene que ser a la vez alguien absolutamente confiable: leal, incondicional, obediente, sumiso.
Justo a partir del 6 de junio de 2021 las cosas se le complicaron. Eso explica su decisión de llamar como bateador emergente al gobernador de su natal Tabasco, Adán Augusto López Hernández, apenas unas semanas después de aquellas elecciones. Se trataba de una figura públicamente desconocida en el país pero un hombre de todas sus confianzas.
Los resultados de los comicios intermedios, pese a las victorias logradas por Morena en diversos estados, dan igualmente sentido a su controvertida estrategia de adelantar su propia sucesión con el destape prematuro –antes inclusive de cumplir sus primeros tres años en la Presidencia– de las “corcholatas”, mote de su autoría: Claudia, Marcelo y el propio Adán Augusto.
Aunque Sheinbaum Pardo, Ebrard Casaubón y López Hernández se la tomaron en serio y hoy están en plena –e ilegal— precampaña proselitista, el Presidente se ha encargado de hacer sentir su predilección por la jefa de Gobierno de Ciudad de México. Eso ha incidido de manera natural en las encuestas, cuando los entrevistados dan por hecho que es ella “la buena” para el 2024.
Conducidos de manera sutil y habilidosa por su pastor, una mayoría de cuadros dirigentes y aun simples militantes de Morena han dado por hecho que la predilección presidencial es claramente a favor de la virtual candidata, en la que como Dios Padre ha puesto todas sus complacencias.
Personalmente nunca lo he creído. Pienso que desde un principio esa aparente predilección es parte del juego un tanto maquiavélico del tabasqueño. Además, alguien muy cercano a él me aseguró desde principios del sexenio, supuse que con suficientes razones, que “Claudia, jamás”. Lo creí y lo sigo creyendo.
Adicionalmente, aparte de ser hasta ahora puntera en las encuestas, la mandataria capitalina no crece. Además de sus desatinos y descalabros (como la derrota electoral de Morena en CDMX, los accidentes del Metro y las contradicciones acerca de sus causas, la fallida “operación” contra Sandra Cuevas en la Cuauhtémoc, el no aclarado atentado contra Ciro Gómez Leyva, entre ellas), es claro que no alcanza suficiente estatura política.
Carente de talento, de personalidad y de carisma, uno no puede imaginarla como candidata a la Presidencia de la República, cuando hasta ahora lo único que ha demostrado es su capacidad de abyección. Y su memoria, eso sí, para repetir casi textualmente los dichos, conceptos y ocurrencias de su patrón. Su lealtad, que no está en duda, no le alcanza para aspirar a tamaña empresa como es la de continuar la misión histórica de su patrón.
Marcelo es, de los tres, el más preparado y más capacitado. Tiene una personalidad atractiva. Sería a ciegas el mejor candidato, capaz de enfrentar una campaña competida y vencer. También ha sido el más destacado entre los integrantes del gabinete presidencial, con desempeño muy importante en el tema de la adquisición de vacunas contra Covid-19 y el manejo hábil de las relaciones internacionales, complicadas a cada rato por su jefe. Sin embargo, para Andrés, el carnal no es confiable. Tiene su propio proyecto político y es obvio que no le garantiza incondicionalidad absoluta. Ni la protección que va a requerir.
Adán Augusto, que aparece tarde, podría mejor haberse quedado pescando pejelagartos en los pantanos de su estado. Es sencillamente impensable como candidato a la Grande. Su ceño adusto, su estilo tosco y sus evidentes limitaciones, lo descartan como un aspirante competitivo. Ah, pero es para Andrés, el más confiable de los tres: su hermano. El que le ofrece no sólo la más absoluta lealtad, sino una eventual impunidad en el futuro.
Ante este panorama, ya en la novena entrada del partido, López Obrador manda al bullpen a calentar el brazo a un buen pitcher cerrador, por si acaso. El senador Ricardo “El Rebelde” Monreal Ávila le es absolutamente desconfiable, pero puede serle también absolutamente necesario. De hecho, ha dado muestras de detestarlo y despreciarlo, aunque a la vez no ha querido –o podido— deshacerse de él. E inopinadamente, decide de pronto incorporarlo a sus “corcholatas”, que ahora son cuatro.
Por eso pienso que Andrés Manuel está preso en sus dilemas, lo que lo ha llevado al extremo de parecer desvariar. En quien puede confiar, no le sirve para ganar. El que le sirve para conservar el poder, no es confiable. ¿No es acaso para patinar, como dicen mis amigos? Válgame.
DE LA LIBRE-TA
LAYDA, PINTITA. Luego de ver los videos en que colaboradores suyos aparecen recibiendo fajos de dinero en efectivo y de enterarnos de las siete denuncias en su contra presentadas por la alcaldesa Lía Limón sobre supuestos desvíos por casi 120 millones de pesos cuando gobernó Álvaro Obregón, en CDMX, tenemos claro que Layda Sansores aprendió bien de su padre, que fuera poderoso y enriquecido gobernador y cacique de Campeche y dirigente nacional del PRI en su tiempo. Hija de tigre…
Twitter @fopinchetti