Luis Hernández Navarro
Un libro sin recetas para la maestra y el maestro es el manual para docentes elaborado como parte del Plan de Estudios 2022 de la Secretaría de Educación Pública (SEP). Lejos de lo que su nombre anuncia, es un texto atiborrado de una colección de clichés y ocurrencias pedagógicas, filosóficas y sociológicas que tiran línea
a los trabajadores de la educación.
El material tiene la virtud de dejar atrás algunas de las más perniciosas recomendaciones de la pedagogía de la prosperidad
, inspiradas en la doctrina del mercado como escuela de virtud. Reivindica valores como la cooperación, la solidaridad, el humanismo y la reflexión razonada. Sin embargo, la enorme cantidad de referencias de distintos pensadores y lugares comunes a las que recurre, lo hacen parecer más un collage, un álbum de estampitas coleccionables o de citas citables que una guía inspiradora para que el maestro imparta sus clases con imaginación y libertad.
Lejos de un lenguaje accesible y sencillo, el nuevo manual de la SEP está escrito con fraseología pretenciosa, hermetismo y uso y abuso de la jerga académica, que lo aleja de su propósito: explicar, de manera ordenada, accesible y concisa, el tema, para que los docentes que lo lean, comprendan con facilidad lo que se dice. Un ejemplo de este estilo: ¿Reconoces el sector hegemónico, su discurso dominante y las prácticas opresoras que ejercen violencia sobre los tuyos en su subalternidad?
El maestro Rafael Ramírez fue uno de nuestros grandes pedagogos. Más allá de promover ideas que hoy son cuestionadas como la castellanización y la integración a la sociedad nacional dejando de lado lo propio de los pueblos originarios, es uno de los forjadores de la escuela rural mexicana y autor de una excelsa obra educativa. Comparar el actual manual de la SEP con textos suyos como La enseñanza del lenguaje es un ejercicio útil para documentar la obstinación del texto de la SEP se dedica a rizar el rizo
.
Con muy poca modestia, como si fueran modernos héroes de la transformación de las conciencias, los autores de Un libro sin recetas aseguran ofrecer a los maestros la teoría que necesitan para la revolución en sus aulas. Como si fueran un partido de vanguardia que inyecta la conciencia de clase desde afuera, les advierten que necesitan una conciencia crítica
. Y que desarrollarla es difícil, pues le rodean tentaciones que buscan distraerlo, convencerlo de que sería mejor dejar todo tal como está, vivir de manera apática y conformarse con lo que se tiene
.
La desmesura de este propósito es mayúscula. Llamar teoría para la revolución en las aulas al amasijo conceptual del manual es insostenible. Pero además, pocos sectores de la población mexicana están tan politizados como los maestros. Se esté o no de acuerdo en ella, los docentes tienen una cultura política propia desde hace décadas. Cuentan con organizaciones sindicales sólidas. Son intelectuales orgánicos del mundo rural. Han elaborado muy importantes proyectos de educación alternativos. Han sido actores centrales en la democratización del país. Pretender concientizarlos
desde arriba, por medio de un manual, es absurdo y les falta al respeto.
El manual está organizado alrededor del concepto de comunidad. La menciona en 119 ocasiones en 88 páginas. El problema es que no la define. ¿Se trata de una de las tres formas de tenencia de la tierra? ¿Será un núcleo de población indígena que conserva su identidad y sistemas normativos? ¿Se referirá a la idea de comunidad escolar
elaborada por José Santos Valdés para definir la relación entre democracia y disciplina en las normales rurales? ¿Es sinónimo de grupo de afinidad? ¿O, acaso, es una forma de referirse a la nación (como comunidad imaginada) según Benedict Anderson? Imposible saberlo.
Un libro sin recetas recomienda la lectura de textos clásicos para reflexionar sobre la diversidad de mecanismos que propician relaciones comunitarias alternativas. Lamentablemente la lista no incluye a pedagogos mexicanos como Amelia, de José Santos Valdés, Motivaciones y valores de la educació n, de Manuel Pérez Rocha, o de historia como Educación y revolución social en México (1921-1940), de David Raby, y Aulas de emergencia, de Samuel Salinas. No parece que los redactores del manual tengan presente la extraordinaria experiencia de El Correo del Libro.
Su propuesta de leer obras de materialismo histórico ha provocado la insensata histeria anticomunista de la derecha más cerril. Pero resulta que, a través de los años, estudiar marxismo ha sido una constante en el magisterio. Lo es hoy. Fueron clave en este proceso los círculos de formación iniciados en 1972 en la Normal Superior del DF, en los que se leía Educación y lucha de clases, de Aníbal Ponce, y El alma del niño proletario, de Otto Rühle. Lo siguen siendo los cursos que imparten las distintas corrientes de la CNTE. También, los grupos extracurriculares en las normales rurales. Si Marx vive en el México en estos tiempos es, en buena parte, responsabilidad de los maestros. Sin embargo, rara vez ha formado parte de sus bibliografías El capital o Historia y consciencia de clase, de Lukács. De vez en cuando, aparece el ¿Qué hacer?, de Lenin (https://rb.gy/6jda8n).
Parte de la bibliografía sugerida no conecta con el sustrato lector de los profesores críticos. Othón Salazar siempre recordó la fuerza que le dio la lectura de La madre, de Máximo Gorki. Claudio Castillo, asesinado en Acapulco por la policía en las protestas contra la reforma educativa de Peña Nieto, tenía en Así se templó el acero, de Nikolai Ostrovski, su libro favorito. Multitud de maestros politizados recuerdan como su inspiración el Poema pedagógico y Banderas en la torres, de Makarenko. Ninguno de estos títulos aparece en la lista de la SEP.
Un libro sin recetas parece más un misal en el en que se llama a la feligresía a pensar de manera correcta
, que un texto que respete la intelectualidad magisterial.
Twitter: @lhan55