Por Leonardo Boff*
Durante los cuatro años de la administración del presidente Bolsonaro, el país ha vivido afectado por todas las plagas de Egipto. De las muchas opciones posibles para un problema, el presidente generalmente elegía la peor. Psicótico, se mostraba apático ante las desgracias infligidas al pueblo, en particular a los más vulnerables. El punto álgido de su orgasmo psicótico lo alcanzó cuando prohibió agua, vacunas y medicinas a los indígenas, a los que consideraba infrahumanos. Por ello probablemente se enfrentará a un juicio por genocidio, interpuesto ya por los propios indígenas ante el Tribunal Penal para Crímenes contra la Humanidad de La Haya.
De todos es conocida la lista de omisiones, de delitos comunes y contra la humanidad, de violaciones de las leyes y de la Constitución perpetradas por esta figura dia-bólica (que separa, al contrario de la sim-bólica, que une) de forma continuada y sin escrúpulos. Al mismo tiempo, debemos reconocer que nuestra democracia, al ser de baja intensidad, junto con la mayoría de sus instituciones, no ha demostrado estar a la altura del desafío antidemocrático y antinacional para enfrentarse a tales desvaríos. Fue seguramente el presidente más corrupto de nuestra historia, no tanto en sentido momentario sino por haber corrompido la mente y el corazón del pueblo por el odio y lo desprecio de los más vulnerabales. Dejemos a un lado las atrocidades cometidas por este presidente, cuyo nombre debe constar en el libro de los crímenes cometidos contra su propio pueblo.
La gravedad del desastre producido en todos los campos es de tal magnitud que sólo una reflexión histórica y sociológica quizá no sea suficiente para descifrarlo. Requiere una indagación filosófica, que he intentado hacer en algunos artículos anteriores.
Me serví de dos categorías, una occidental, la de la sombra, y otra oriental, la del karma, dialogando entre sí.
Tal vez sea necesaria una pequeña referencia a los presupuestos teóricos de esta lectura: a la física cuántica y al pensamiento ecológico moderno, que nos ayuden a entender a este siniestro personaje.
Hoy sabemos que todos los seres están inter-retro-conectados, todos están envueltos en redes de relaciones. Cada relación deja una marca en los seres relacionados y así surge una historia, la cosmogénesis. Las experiencias dramáticas dejan huellas que a menudo intentamos reprimir, pero que permanecen en el inconsciente colectivo. Jung llama a esto sombra. Algo similar ocurre con el karma. Cada acción deja una marca que provoca una reacción correspondiente. Tanto Jung como el filósofo japonés Daisaku Ikeda convergen en este sentido. En otras palabras, no sólo existe la sombra individual y el karma, sino también el carácter colectivo presente en el sustrato y en el inconsciente de cada pueblo.
Volviendo a nuestro tema: somos herederos de una tormentosa historia de sombras: el genocidio indígena, la colonización que nos impidió tener un proyecto propio, la esclavitud, la más grave, que redujo a los seres humanos a esclavos y a ser utilizados como animales en la producción, sombras de nuestra frágil república y democracia que nunca fueron inclusivas, porque la conciliación de las clases pudientes nunca quiso un proyecto nacional para todos, sino sólo entre ellas con la exclusión de las grandes mayorías de negros, pobres, indígenas y otros. Esas sombras inhumanas actuaban en el inconsciente colectivo, provocando quilombos y revueltas, todas ellas sofocadas a sangre y fuego para mantener las ventajas de la élite del atraso (Jessé Souza). También actuaban en el inconsciente de las minorías pudientes, normalmente en forma de miedo e inseguridad. Cuando se dieron cuenta de que las sombras de las clases humilladas empezaban a ganar fuerza histórica hasta el punto de haber elegido a uno de sus representantes a la presidencia, Lula, pronto fueron por todos los medios debilitadas, reprimidas, combatidas hasta cortarles el camino por medio de un golpe cívico-militar en 1964, repetido de otra forma en 2016 con el impeachment a Dilma Rousseff. Las motivaciones eran las mismas: garantizar su poder y fortunas.
En una persona mediocre, sin proyecto personal y manipulable, estas clases encontraron el representante ideal que buscaban. Eligieron al actual presidente, siempre apoyado por ellas, porque, con su economía ultraneoliberal, unida a una política de extrema derecha, acumularon riqueza, a pesar de la pandemia del Covid-19, como nunca antes en la historia. Hicieron todo lo posible para asegurar su reelección (en sentido figurado, le hicieron comprar el campo de fútbol, comprar el equipo, comprar a los recogepelotas, comprar al árbitro, y aun así perdieron). Hay una fuerza mayor que la maldad organizada.
La fuerza kármica (haciendo abstracción de las múltiples reencarnaciones) según Ikeda impregna con su sombra la historia y las instituciones, positiva o negativamente. Arnold Toynbee que mantuvo un largo diálogo con Ikeda, prefiere otra categoría y no la kármica, al decir que la historia carga con un peso propio que son los fracasos y los éxitos de un pueblo. También genera una sombra en el inconsciente colectivo que se proyecta en las redes sociales y conforma el destino de un pueblo.
Volviendo de nuevo a nuestro tema: con el gobierno actual hemos tenido que vivir bajo el peso de muchas sombras sombrías que se expresaban por el odio, por la mentira, por las fake news, por la deformación de la realidad. Tomó forma en la siniestra figura del presidente, cuya megasombra tenía el poder de despertar y animar la sombra colectiva de un pueblo ya debilitado. Creó un campo kármico o forjó el gabinete del odio y todas las formas de obscenidades políticas y éticas.
El destino quiso esta insensatez, cuyo proyecto era llevarnos al mundo de la pre-Ilustración, ya que ésta promovía la escuela para todos, los derechos humanos y las libertades modernas, avances civilizatorios negados sistemáticamente por el bolsonarismo.
Brasil fue sometido al mayor desafío de nuestra historia. Fue humillado internamente y avergonzado exteriormente.
Pero nunca se apagó la esperanza, ese motor interior más grande que la virtud que hace que nunca nos rindamos, que nos sostiene en los enfrentamientos y nos hace levantarnos cuando caemos. Este principio-esperanza nunca muere, porque es la fuerza secreta de toda vida que se niega a morir y reafirma siempre la fuerza intrínseca de la vida, obligándonos a abrir nuevos caminos y mundos aún no probados (F. Pessoa). El esperanzar de Paulo Freire y la esperanza esperante, que nunca se rinden, siempre insisten y crean las condiciones históricas para que la utopía viable se haga realidad. Hemos pasado la prueba. La gran calamidad de Bolsonaro ha sido superada por la esperanza esperante de Lula. Tenemos la esperanza de que el nuevo presidente, con el equipo de excelencia que ha articulado, pueda rehacer lo que fue destruido y, mucho más, abrir nuevos caminos, buenos para nosotros y para el mundo, porque por Brasil pasará, seguramente, el futuro ecológico de la vida y de la humanidad.
*Leonardo Boff ha escrito Brasil: concluir la refundación o prolongar la dependencia , Vozes 2018.