Por Francisco Ortiz Pinchetti
Las Fiestas Patrias son ocasión propicia para revalorar nuestra historia y dimensionar a cabalidad la dimensión de los acontecimientos que marcan la vida de la Nación Mexicana. Y, por supuesto reconocer y honrar a los héroes que nos dieron –y nos dan– Patria y Libertad.
Tres acontecimientos habían marcado hasta ahora el devenir de esta gran Nación y de su pueblo: la Independencia, la Reforma y la Revolución. Ahora vivimos una nueva epopeya que está logrando la emancipación definitiva de los mexicanos, su igualdad y su plena seguridad, la erradicación definitiva de la pobreza y de la corrupción, el advenimiento al fin de la felicidad.
¡Honor a nuestros héroes!
Ahí están los próceres de la guerra de Independencia, encabezados por don Miguel Hidalgo y Costilla, el cura de Dolores. Con él reconocemos a quienes compartieron su lucha y su sacrificio, al grado de entregar sus vidas: Ignacio Allende y Unzaga, Juan Aldama, Mariano Abasolo, Mariano Jiménez Maldonado. A doña Josefa Ortiz de Domínguez, la corregidora de Querétaro, desde luego. Y a otros dos sacerdotes que acogieron en distintas etapas la lucha por la soberanía: José María Morelos y Pabón y Mariano Matamoros. Sin olvidar claro está a Vicente Guerrero.
Con don Benito Juárez García a la cabeza México vivió una segunda transformación mediante la guerra y las Leyes de Reforma. Honor a don Valentín Gómez Farías, a Margarita Maza de Juárez, a Mariano Otero y Mestas, a Sebastián Lerdo de Tejada, a José María Iglesias, a Ignacio Mejía Fernández de Arteaga, a Melchor Ocampo Tapia, a José González Ortega, a José Santos Degollado, a Guillermo Prieto Pradilla, a Miguel Lerdo de Tejada, a Ignacio Ramírez…
De igual manera, merecen en estas fechas nuestro homenaje aquellos que entregaron sus vidas por reivindicar los derechos fundamentales del pueblo mexicano en la gran gesta de la Revolución Mexicana: Sufragio Efectivo, no Reelección; Patria y Libertad, La Tierra es de Quien la Trabaja… Ahí están Francisco I. Madero, Emiliano Zapata, Aquiles Serdán Alatriste, Francisco Villa, Francisco Javier Mina, Pascual Orozco Vázquez, Venustiano Carranza, José María Pino Suárez. Los grandes ideólogos de la Revolución, como Ricardo Flores Magón, Silvestre Terrazas, Antonio Díaz Soto y Gama, Manuel Palafox y Felipe Ángeles, entre muchos otros.
Embriagado seguramente por el fervor patrio que nos envuelve en estos días visualicé de pronto que así como existen la Columna de la Independencia, el Hemiciclo a Juárez y el Monumento a la Revolución se construía en nuestra Plaza de la Constitución, mero en el centro, un gran santuario todo de cantera verde de Oaxaca (primero pensé en algo así como el Taj Mahal, pero se me hizo mucho) dedicado a los próceres de la llamada Cuarta Transformación.
Algo en verdad grandioso.
Imaginé que en la cima de aquel recinto, a un lado del astabandera monumental, como abrazándolo, estaban esculpidas en la misma piedra traída de los Valles Centrales las efigies de don Manuel López Obrador y doña Beatriz Gutiérrez Müller, ambos mirando complacidos hacia Palacio Nacional, su casa.
Y un poco más abajo, en todo el derredor del monumento, las estatuas de los personajes que han acompañado al líder tabasqueño, los próceres de la 4T, todos ellos con los brazos levantados en actitud extasiada y con la vista puesta en la pareja presidencial: Manuel Bartlett Díaz, Gerardo Fernández Noroña, Hugo López-Gatell, Claudia Sheinbaum Pardo, Carlos Lomelí Bolaños, Julio Scherer Ibarra, Cuitláhuac García Jiménez, Pio López Obrador, Delfina Gómez Álvarez, Armando Guadiana Tijerina, Layda Sansores San Román, Irma Eréndira Sandoval Ballesteros, Santiago Nieto Castillo, Félix Salgado Macedonio, Cuauhtémoc Blanco Bravo, Mario Delgado Carrillo, Jaime Bonilla Valdez… Y los ideólogos claro, como Epigmenio Ibarra Almada, John Ackerman Rose y Paco Ignacio Taibo II.
Dentro del mausoleo, por así llamarlo, había un gran recinto circular, iluminado con luces tenues de los colores patrios, al que se accedería por una puerta romana sobre cuyo dintel estaba esculpida la frase con grandes caracteres: “Primero los pobres”.
Y en los muros interiores de la bóveda, los postulados torales del Movimiento, escritos con letras de oro: “No es mi fuerte la venganza”, “Me canso ganso”, “No mentir, no robar, no traicionar”, “El pueblo es sabio”, “Al margen de la ley, nada; por encima de la ley, nadie”. “El pueblo pone y el pueblo quita”, “Hay que limpiar (la corrupción) de arriba para abajo, como se barren las escaleras”, “Austeridad republicana”, “No somos iguales”, “Son tiempos de canallas”, “No me vengan con que la ley es la ley”, “Antes se decía una cosa y se hacía otra”, “No me van a cucar”, “Pobreza franciscana”, “Lo que diga mi dedito”, “La verdadera doctrina del conservadurismo es la hipocresía”, “No puede haber gobierno rico con pueblo pobre”, “Abrazos, no balazos”, “Yo tengo otros datos”…
Al mero centro del recinto, sobre un pedestal de granito, una lámpara votiva cuya llama perenne simboliza la perpetuidad de los ideales lopezobradoristas. En el costado frontal del macizo sostén, estaba grabado el emblema oficial con las figuras señeras de nuestra historia, modificado: al centro aparecían ahora los bustos de Benito Juárez y Andrés Manuel, flanqueados a la izquierda por Miguel Hidalgo y José María Morelos y a la derecha por Francisco I. Madero y Lázaro Cárdenas del Río. ¿Se imaginan?
De pronto el estallido de un cohetón que algún patriota irresponsable hizo detonar en el parque que está frente a mi casa me despertó de sopetón. Y se acabó el ensueño, joder. Válgame.
Twitter @fopinchetti