Por Jaime García Chávez
Frente a las palabras falsas, halagüeñas, reiteradas y de corte meramente político de los gobernantes sobre la disminución de la inseguridad en Chihuahua, por primera vez el gobierno del estado, en voz de su secretario general, César Jáuregui, admite que no hay tal. Y eso ya es mucho decir, sobre todo si proviene de la entrañas de palacio.
Esta aceptación revela, al menos, un par de cosas: por un lado, Maru Campos ha perdido el piso, no tiene clara la dimensión de su encargo, su enfoque está condicionado por el ansiado arribo del 2024 y por eso no sale a decir, de viva voz, lo que ha tenido que admitir públicamente su secretario; por otro, aceptar el desastre en materia de seguridad no bastará para enfrentar los niveles delictivos en la entidad, mientras no se construya una eficaz estrategia de seguridad, más allá de pensar que la edificación de una costosísima torre resolverá, en automático, el problema.
Para gobernantes como María Eugenia Campos y su hijo político, Marco Bonilla, la delincuencia siempre va a la baja, no así su popularidad en encuestas a modo que transita, siempre, a la alza. Apenas en julio pasado, Bonilla declaraba a la prensa que los 36 crímenes violentos que se habían registrado hasta entonces eran, “todavía una cifra baja en comparación con el mes anterior y con julio de 2021”.
Se atrevió a decir que en toda la ciudad había mas de 1 mil 50 cámaras de seguridad, pero que “a final de cuentas lo que importa, más que presumir, lo que se busca es que se acabe la impunidad y sacar de las calles a quienes delinquen”.
Sus irresponsables y dolosas declaraciones fueron hechas en el contexto del asesinato de un policía más, esa vez en la colonia San Rafael. En la inmediatez que le caracteriza afirmó entonces sobre ese hecho de sangre que “al parecer” ya había algunas personas “aseguradas como presuntas culpables”.
Es la misma actitud que mostró el jueves respecto del reciente crimen de otro agente, Arturo Hernández Sánchez, acribillado por supuestos sicarios, según se advierte en un video que salió a la luz pública, sólo que esta vez el alcalde chihuahuense se mostró más envalentonado al reiterarle a la familia del policía caído que se dará con los responsables “a toda costa”.
Pero ese optimismo ramplón tuvo un aterrizaje previo en las palabras del secretario de gobierno, César Jáuregui, expresadas una semana antes. Este, haciendo las veces de bombero, ducho también en el manejo discursivo desde el poder, cauto, afirmó ante los medios que los más de 200 homicidios dolosos con los que cerró el mes de agosto en todo el estado de Chihuahua, indicaban que las autoridades deben trabajar aún más para reducir esas cifras. Matizando, externó que, si bien es cierto, los números son menores que en los mismos periodos, pero de años anteriores, “aún siguen siendo muy elevados”, que no es algo que el gobierno del estado pueda tomar como un logro, pero que “ese resultado nos dice que debemos ponernos a trabajar más”.
Prácticamente una revelación fue que dijera: “Ya todos saben cómo son las estadísticas, tenemos mejores cifras que el año pasado, pero eso no nos sirve de nada, siguen siendo muchos y nosotros tenemos que aplicarnos para que no se den los casos que estamos hoy teniendo”, subrayó.
Pero no le hicieron caso. O tal vez las palabras de Jaúregui se desvanecieron en la bruma de los días y sólo hayan servido meramente para apaciguar los ánimos, porque veníamos de conocer el terror con que reaccionaron los grupos delictivos en Ciudad Juarez, en cuyo CERESO aparentemente estuvo el epicentro de tales acontecimientos. Pero eso es algo que nunca sabremos porque ni el alcalde de aquella frontera, el saltimbanqui político, Cruz Pérez Cuéllar, quiere saber. La única pausa de inseguridad, medianamente ocurrida en el estado, fue por las intensas lluvias y los daños estructurales que causó en bienes públicos y particulares.
Aquí, los panistas en el poder han continuado con su cantaleta triunfalista, materia para sus discursos e informes anuales. Porque lo que importa es el “futuro” inmediato, su futuro político, su carrera hacia la posibilidad de un nuevo cargo que les permita seguir medrando del erario.
Son declaraciones de optimismo chabacano que a menudo se presentan en las primeras planas, acompañadas casi cotidianamente de un mar de notas informativas que igual, aunque lamentablemente adocenadas, siguen reportando hechos violentos, asesinatos, descuartizamientos, secuestros, robos, allanamientos, un sin fin de delitos que muestran a un estado de Chihuahua convertido en un polvorín.
Eso, por el lado en que los medios alcanzan a informar, sobre todo de las zonas urbanas, porque de las regiones de la sierra deben ocurrir hechos de cierto impacto para que la población, y sobre todo las autoridades, volteen a verlas, como el caso de los dos jesuitas, un guía y otro joven asesinados en Cerocahui hace unos meses.
Indudablemente la seguridad pública es un tema que se le ha salido de control a Maru Campos. Pero no será con discursos, ni con aceptaciones de que algo anda mal mediante el uso de interpósitas personas como se ha de enfrentar el problema. Su filosofía de echar afuera a las “cucarachas” de su coto chihuahuense denota su talante frente al problema del crimen organizado. Tampoco será con reuniones de “emergencia”, con sólo buenos deseos o envalentonadas y efectistas frases de ocasión, porque todo eso, junto, no hace mella en el impulso violento de la delincuencia.
Un segundo año de gobierno está a punto de iniciar. Ya veremos.