Por Ernesto Camou Healy
Esta semana inició septiembre, que significa literalmente “séptimo mes”, lo cual parece un equívoco, pero tiene su explicación: El calendario romano tenía sólo 10 meses y el primero era marzo. Septiembre correspondía a su nombre entonces; ahora quedó como una reliquia de esa época en que Roma dominaba el mundo.
Fue hace 212 años que don Miguel Hidalgo eligió el 16 de septiembre, apurado por las amenazas del Gobierno virreinal, para levantarse en armas contra el imperio español. Eso consagró el día y el mes como celebración nacional. Después don Porfirio Díaz decidió que la festividad iniciara la víspera para justificar la fiesta que organizaba con ocasión de su natalicio. Fue bautizado, como dictaba la costumbre, con el nombre del santo del día, San Porfirio el mimo, un actor que se declaró cristiano durante una comedia, y sufrió el martirio por su audacia. Es el patrón de los histriones y los mimos; también lo era del general oaxaqueño que aprovechó la oportunidad para celebrar la gesta insurgente, más su cumpleaños y onomástico también.
En lo personal no me atrae demasiado llamarlo “Mes de la Patria” pues me parece que ese sentimiento de orgullo y de identidad se debe cultivar todo el año, y no sólo un mes particular. Ahora bien, el País es muy grande y muy diverso, y todos somos mexicanos; mas no se debe desatender que hay una amplia pluralidad de regiones con historia y personalidad propias, con cultura, vestido, gastronomía y giros de lenguaje peculiares que forman parte del todo, pero se saben diferentes de otras comarcas con usos y costumbres distintos, con sus rasgos, pero siempre parte del todo nacional. En resumen, hay un México pero muchas maneras de ser y sentirse mexicano, de acuerdo a la Geografía y la Historia, la cultura y usanza de cada territorio particular.
Don Luis González y González llamó a estas porciones más o menos homogéneas del País con el nombre de “Matrias”. Una forma más cálida de ser y saberse mexicano, enraizada en el paisaje que nos acogió al nacer, su geografía y sus tradiciones, las formas de apodarnos y de nombrar este universo familiar que eventualmente nos permitirá abrirnos a un País más ancho y complejo, pero también nuestro.
En esta tesitura el sonorense es producto de una Matria característica que lo distingue, y también acerca, a otras Matrias lejanas y nuestras siempre. Entre Sonora y Yucatán hay un País entero, dos historias de aislamiento similares y diferentes. Aquí tenemos el caldo de queso, allá la sopa de lima; aquí, carne asada a las brasas, en la Península, cochinita pibil, carne de puerco preparada en un agujero que se calienta con leña y brasas, al que llaman pib. Ambos coincidimos en los tamales, pero aquí usamos carne de res, y allá de pollo o puerco. Por acá los envolvemos en “hojas” de maíz (más bien brácteas del elote) y allá en hoja de plátano. Acá nos enchilamos con chiltepín y allá con el potente habanero. En los dos terruños disfrutamos el juego de pelota y la cerveza bien helada, y nos sabemos mexicanos.
En Sonora nos hablamos de “tú”, en Chihuahua de “usted” y en Chiapas de “vos”. Por acá empujamos los frijoles con tortillas de harina, y en el Centro y Sur, con tortillas de maíz. En el Norte veracruzano, cuando le cae plaga a la mazorca, la desechan; en el Centro del País hacen quesadillas con ese sabrosísimo huitlacoche. En Monterrey confeccionan unos tamales diminutos que se comen por docena; en la huasteca, hornean el Zacahuil, un tamal de puerco de más de un metro de largo, y casi lo mismo de ancho.
Son muchísimas las diferencias; todas apreciables, interesantes y atractivas. La clave radica en vivir con cariño la Matriay quererla fuerte y orientada al exterior que la completa y le otorga sentido de colectividad en la unidad de la Patria.
Ernesto Camou Healy es doctor en Ciencias Sociales, maestro en Antropología Social y licenciado en Filosofía; investigador del CIAD, A.C. de Hermosillo.